miércoles, 20 de diciembre de 2023

Agenda 2020

 [Artículo publicado en 2021 durante la Argentina sitiada e inoculada del "tío Alberto"]


La “anti-política”, los “anti-derechos”, los “anti-vacunas”, la “pseudo-ciencia”, etc. Todos habremos escuchado últimamente algunas de estas condenas. Nadie sabe de dónde salieron, pero de pronto y en cuestión de pocos años, grupos políticos y sectores ideológicos, sean republicanos o izquierdistas, lean La Nación o Página/12, siempre todos ellos “progresistas” y “bienpensantes”, los hicieron emerger de su fango como hongos conceptuales. Estos anatemas los repiten de uno a otro bando como pecados capitales. En principio, suenan bastante estúpidos. Se difunden con tal prepotencia entre ciertos públicos, que intimidan al oyente medio. Si se dicen con tanta seguridad, y si el que las recibe no termina de entenderlas o no ve argumentos para defenderse de ellas, seguramente sienta que, finalmente, estas condenas no sean una total imbecilidad. Terminará pensando que, bueno, alguna razón habrá en cazar brujas con nombres tan tontos. Que un gobierno, para diferenciar a sus seguidores de los que no, llame a grupos enteros de personas como si estuvieran hechas de una suerte de anti-materia ideológica, quizá esté justificado. ¡Quizá –pensará el votante escéptico– hasta el imbécil sea uno mismo! En reacción se pondrá a la defensiva: “yo no estoy contra la política”, “yo no soy anti-derechos”, “no estoy en contra de todas las vacunas”, “lo que digo es científico”, etc. (No sabrán contestar algo como: “soy pro-economía y hay algo peor que la anti-política: tu política”, “así es, busco abolir tus mil y un derechos sobre mi bolsillo y mis hijos”, “mi cuerpo no está al servicio de tu salud” o “me hablás de una ciencia cuyas conclusiones vos despreciás si no les bajás línea política”.)

Las excomuniones ideológicas hechas contra los “anti”, provienen, en general, de todo el abanico progresista, pero, en particular, de cierta izquierda oficial, que las reitera (generalmente en forma selectiva, a conveniencia) con una monotonía que pareciera no hacer desconfiar a nadie. Por lo pronto, entonces, concentrémonos en esta última, que es la que apunta a controlarlo todo, a “ir por todo”, en la forma más bruta, con la política gubernamental apropiándose de toda la vida económica que se encuentra fuera de ella. Del abanico progresista, la izquierda oficial es la que explota los argumentos más radicales, con lo cual es la que a veces –y bastante seguido de hecho– puede darse el lujo de echar por la borda al lyssenkoismo de género para resucitar viejas políticas positivistas de darwinismo sexual a escalas impensables incluso para H. G. Wells: desde enviar homosexuales a campos de concentración o, como hoy mismo, que en versión bananera el dictador venezolano mande a las mujeres a ¡ya! ponerse a “parir” futuros “soldados de la patria” porque “para eso están hechas”. (Excurso: vale mencionar, sin embargo, que el “inclusivo” progresismo de nuestros “humanitarios” socialdemócratas, no se ahorra argumentos eugenésicos y malthusianos a la hora de justificar el aborto; no les tiembla el pulso al justificar sus eutanasias preparto con el “salvar de nacer” a hijos con síndrome de Down o futuros pobres).

La izquierda oficial, o sea, la anti-capitalista que tiene como referente a los países remanentes del modelo soviético, es la que más explota el recurso a la apología de esta “política pura” (ya parecen no ser necesarias las excusas marxistas-leninistas, las “dictaduras del proletariado” y los estatismos de transición). De ahí que el anatema de la “anti-política”, aunque sea una defensa del Estado “por el Estado” muy poco marxista, y más cercana a cierto nacionalismo de derecha, sea a la vez ¡vaya novedad! muy utilizada actualmente por los intelectuales neo-comunistas lacluacianos, cuyo público apenas puede seguir el silogismo de un tweet.[i] Decía Tocqueville que el beneficio, y a la vez el riesgo, de la prosperidad privada de la mayoría, es no tener que preocuparse más por vigilar a la política o hacerse cargo de ella. Los que se sienten excluidos o resentidos por una prosperidad menor que la de otros, prefieren vivir en un estado constante de politización y pseudo-intelectualidad, aunque no la necesiten. Sin embargo no hay que confundirse: no hay nada que los politicistas deseen más para los infieles, que asegurarse sigan siendo una masa apolitizada, aburguesada y fragmentada, a pesar de que al empobrecerla la fuercen a lo contrario. Si esas tabulas rasas caen primero en sus claustros, podrán adoctrinarlas primero. Si se oponen, no sabrán cómo defenderse.

En Argentina, hoy, los dirigentes e ideólogos de las derrocadas organizaciones armadas que luchaban por el “socialismo real”, tienen literalmente secuestrado al Estado, desde sus dependencias hasta sus sindicatos de empleados públicos (todos son de alineación comunista). Nadie tiene más consciencia de cuál es su interés de clase que un izquierdista argentino: aumentar el tamaño y el poder del Estado, y combatir a todo enemigo que atente contra éste. El comunista argentino actual tiene mucho más claro que los viejos militantes del PC cuál es la clase para la que se sacrificará, porque es la suya propia: la clase de los empleados del Estado. Es una clase diversa e inclusiva, cuyos escalafones bonapartistas van desde lo más alto del nivel salarial hasta lo más bajo del nivel moral. Bueno, convengamos que no todos pertenecen a ella, pero es un ideal. Es algo aspiracional.

Sin duda, todos los rangos de empleo en el Estado son buenos, incluso aquellos en los que hay que trabajar. Incluso en los que se trabaje produciendo algo. Incluso en los que se trabaja, se produce algo y ese algo tiene realmente valor. Ésos puestos son tan buenos que los empleados del Estado siempre intentan reservárselos a alguien más. Desgraciadamente, la gente que en el Estado trabaja, produce y hace algo de valor, son en general gente eficiente, y eso la lleva a ser elitista: a creer en el mérito (son la “meritocracia”). O son policías, militares, en fin, todos potencialmente “golpistas” y “fachos”, que hacen el bien mientras sirvan al Estado mismo y no a los contribuyentes (sino sería un servicio “cívico-militar”). Para servir a los contribuyentes, además, ya están los contribuyentes. Y como se sirven mucho a sí mismos, se elige de entre éstos a los que tengan un excedente, para que sirvan al Estado. Recordemos lo que enseña el manual: los contribuyentes no tendrían nada si no fuera por el Estado. No porque proteja “reglas de juego” ni “libertades económicas”. Todo lo contrario. Los contribuyentes tienen lo que tienen por el control que el Estado tiene sobre las corporaciones, que son su único enemigo. Los empresarios son la “política” tras la “anti-política”. Su interés es que la gente no tenga nada y ellos todo. Hasta aquí, la descripción del chavista criollo promedio respecto al funcionamiento del sector privado en un sistema capitalista… y no se intente razonar más lo anterior: les aseguro que es literalmente imposible.

Si sus hijos militan así, para salvar la “política” de la “anti-política” defendiendo a cuanto ministro y funcionario tenga cierto específico gobierno, de nada hay que preocuparse porque, de cualquier forma, “todo es político”. Algo así como decir que “todo es robo” para justificar poder robarlo todo. Esta consigna totalista de lo político, con una u otra variante, es la excusa recurrente del totalitarismo, desde los jacobinos y los bolcheviques hasta el feminismo supremacista. Hay que tomarse esta locura muy en serio, ya que implica, literal e invariablemente, que no existe espacio privado (ni ninguna otra cosa, vale agregar, lo cual es de por sí una afirmación bastante idiota que desdibuja lo político o el poder: si todo es poder y política ¿sobre qué actúa el poder y la política?), o bien implica que las relaciones privadas son relaciones de poder. En cualquier caso, si se considera como acción política a toda la vida privada, pública, civil y cultural, dicha vida se vuelve sujeto de regulación por el verdadero monopolio del poder político que es el Estado, ya que de otra manera éste perdería su propia autoridad como tal. Y la intervención de la coerción en todo el cosmos social y cultural no será lamentado por quienes han politizado tanto su vida que no ven otra cosa, puesto que se habrá partido de la presunción de que toda la existencia vital sociocultural ya se encontraba no sólo contaminada sino que enteramente fundada sobre el poder. Esta idea izquierdista se encuentra, sin embargo, en la antítesis de la visión de Marx de la sociedad y hasta imposibilita el análisis socioeconómico del capitalismo. Es una noción ligada, en cambio, a la clásica visión schmittiana y voluntarista de la política, que omite la existencia de condiciones y determinaciones necesarias para el poder por parte del espacio público civil-económico, que es lo que genera al Estado de derecho. Según esta visión, la sociedad, o está controlada políticamente por los políticos, o está controlada políticamente por los empresarios (o cualquier otro sector). El planteo olvida que esto último requiere también usar el poder del gobierno, y que hay que aclarar cuál es la causa de que dicho poder sea un problema. Pero dejemos estos sofisticados detalles intelectuales para un futuro artículo. En sus pocos y breves razonamientos, la virtuosa “democracia” se reduce a esto poco más. Se nos dice que, al fin y al cabo ¿no son los políticos la única clase que votamos? Ahora bien, si los empresarios fueran electos ¿encarnarían los intereses de la población civil? Podemos dudar que algún defensor del politicismo admitiría esta sacralización por la vía democrática del sector privado, pero entonces… la cuestión no es la elección. ¿Cuál es el criterio? Los políticos no son defendidos como distintos y superiores a los empresarios por su elección, sino por su naturaleza. Entonces ¿qué es un político?[ii]

Bobada uno sobre la clase política: “si los votamos y tienen un poder sin frenos, son nuestros”. Curiosamente, también se dice que pueden obrar en su interés, pero nunca al servicio directo de sí mismos sino de otros, y que al hacerlo no estarían siendo “propiamente políticos”. La política propiamente dicha se reduciría a aquella en la que nadie tiene poder sobre el político, se nos dice ¡sin mencionar que el poder político, para ser propiamente político, no puede estar, en sus límites y funciones, autodeterminado por el político! Precisamente ésa es la diferencia entre, por un lado, la política, que es la delegación (no la entrega) del poder a agentes legalmente condicionados para ello para ocuparse de los bienes públicos cuando generan conflictos de intereses, y, por el otro, la simple tiranía. Pero parece que ni los derechos civiles ni la voluntad democrática cuentan como límites tampoco. Bobada dos: “son los únicos con intereses en cuidarnos”. Esta frase es de una servilidad casi degustable. Los políticos, cuando pueden sacrificar nuestros derechos individuales a metas colectivas, nos protegen de los empresarios, de las epidemias, de las discriminaciones, de las “fake news”, incluso hasta del propio egoísmo. Pero cuando ya no nos queda nada que consumir, ni salud que cuidar, ni formas de vida para valorar, ni periodismo para realizar ¿qué nos queda salvo el altruismo de sentirnos realizados en el éxito económico, en la salud, en el orgullo, en la capacidad y la voluntad de decirnos la verdad de un funcionario público?

Literalmente, éstos son los pasos mentales de su marxismo de juguete para angelizar la política. Vale la pena dar estos siguientes baby steps sub-intelectuales, porque ni Marta Harnecker –o Honecker, nunca lo recuerdo bien– podría haberlo planteado peor: si los políticos ya no sirven a la protección de los intereses privados ¿a cuáles podrían servir? Si no queda otra clase a la cual servir, y, mejor todavía, si se encargan de acabar con las clases sociales ¿quién quedará para servir? Sí, la respuesta es: “el pueblo”. El “pueblo”, entiéndase por éste: todos los que no tienen propiedad, o tienen tan poca que ¿para qué intentar beneficiarse de ella? El pueblo es, en principio, un sector recortado de la población: una gran masa que no tiene intereses privados sino colectivos. Sus intereses privados, si se liberan, se perjudican mutuamente, y sólo unos pocos terminan ganando (ricos), dejando a la mayoría sin nada (pobre). Sus intereses personales es algo de lo que no pueden encargarse. Para eso está el Estado, con lo cual la única forma de que se realicen los intereses personales de todos, es que todos sirvan en cuerpo y alma al interés colectivo del Estado. Y es por eso que hay que luchar: para que todos vivan en el hospicio que los políticos en su altruismo intentan construir cuando tienen todas las empresas en sus manos conjuntas. Esa es la imagen del socialismo que tienen, y el faro por el cual llevar a sus revolucionarios al poder. Y cuando miran al capitalismo, ven el cuadro de principios del siglo XIX en el que “los asalariados no tienen más que a su prole, y además son la mayoría”, aunque sean sus militantes quienes reviven aquel mundo con sus “repúblicas populares”. En su caso, sin futura sociedad de consumo, sólo de racionamiento.

En estas fechas se cumple un siglo en que dos economistas, apellidados Mises y Brutzkus, denunciaban ¡por separado! (uno en Austria y el otro en Rusia) que el socialismo se reducía a ser un colectivismo político de partido que obtenía posesión de todo mediante su dirección militar o mediante el Estado. Ayer recién, la izquierda de los partidos comunistas les gritaba a coro que semejante acusación era falsa. Hoy, esa misma izquierda afirma que ése es precisamente su propósito y se vanagloria de ello. Todavía no sabemos si su binomio de sociedad penitenciaria y estatismo general es el socialismo real, pero queda claro que ese socialismo es realmente en el que estaban pensando.

Un tercer economista, y sociólogo, apellidado Weber, hace casi exactamente el mismo tiempo y un poco más, le daba más oportunidad a la palabra “socialismo”, pero afirmaba que la única “sociedad” que puede extraer utilidad personal de los bienes colectivos para uso directo de individuos concretos, es la sociedad política, ejército incluido. Que, por tanto, el “socialismo” no puede ser “de Estado” y a la vez de todos, o puede serlo salvo para unos pocos jerarcas. Ayer recién, la izquierda bolche le reprochaba no entender la transición socialista al comunismo. Hoy, esa misma izquierda en versión “siglo XXI” ¡le contesta que sus políticos se enriquecen porque necesitan tener recursos para luchar por la causa!
El paternalismo delirante de los “populismos de izquierda” ya no es una ideología provisoria, sino la definitiva.

Volvamos, pues, a cómo es el mundo en esta estatolatría infantilizada. Sería más o menos algo como lo que sigue. Existe una clase política servicial, y que además es servicial por amor (literalmente, sus propagandistas usan este término: “amor”). Así se justifica sus acciones y el uso discrecional de los recursos que ha obtenido de la gente. Así se justifican violaciones de las libertades civiles y empobrecimientos artificiales. Esta clase benefactora es la clase de los que integran los “gobiernos populares”, cuyos miembros políticos son una extraña raza que bajó del cielo intelectual de las “universidades”. La clase de sociología no termina aquí. No nos aburramos todavía. También existe algo llamado “el Pueblo”, a no olvidarse. Está formado por las “clases populares”, cuyos miembros son… pues, todos aquellos que los políticos populares digan que son. Muchas veces se es parte de ese “Pueblo” (con mayúscula, en lo posible) dependiendo de que se apoye al gobierno popular. Quien no da su apoyo, tiende a ser un problema: o es una parte estúpida del pueblo, o es parte de un pueblo estúpido (que hay que “educar”), o sencillamente no es parte del pueblo: es la parte “no-pueblo” de la población civil, y si se resiste podrá ser condenada como miembro activo del “anti-pueblo”. Otro “anti”, véase, aunque un poco más clásico éste: sirve tanto para definir a los “poderes fácticos”, o sea: las clases altas de cualquier tipo, ya que sino ¿cómo se explica que existan y no las hayan expropiado? “Toda clase dominante es una oligarquía por el solo hecho de existir.” Aquí entran las empresas o, para que suenan más malvadas, las “corporaciones”. Y cuando no queda ninguna gran empresa privada, las “pymes” son los nuevos “kulaks”, hasta llegar a los quioscos.[iii] A la larga, cae en la bolsa cualquier persona que cree que sus intereses privados no pueden estar por debajo de los intereses de los demás, y menos si los dibuja un gobierno, y que actúe en consecuencia. (También se puede confundir “Patria” con Estado, con lo cual ya sabemos quiénes son los “Anti-Patria” y en qué “trabajan” los “patriotas”)

Sigamos: el “Pueblo”, entonces, será servido, a cambio de que trabaje para sostener a la raza de los políticos que “gobiernan para el pueblo”. En principio, el pueblo no deberá hacer mucho a cambio, porque siempre habrá potencial “anti-pueblo” para hacer el trabajo extra. Veamos los diferentes casos: si se trata de un miembro de ese “pueblo” que tiene un negocio que prospera (un empresario, un comerciante), será gracias a que la clase de los “políticos populares” le ha protegido de los que tienen negocios más grandes que el de él (las “corporaciones”), con lo cual todo lo que el Estado le saque no puede ser injusto ni innecesario. Si un miembro de esta población trabaja en relación de dependencia, y gana más o menos bien, será porque “los populares” lo han protegido de toda la clase burguesa de los comerciantes y los empresarios, porque a éstos se les enseña que aquellos también son malos (esto no se le aclara a los primeros). ¿Qué pasa con los que no tienen trabajo o uno marginal? Si el miembro del “pueblo” no tiene trabajo, pues el político popular le hará un favor real. Lo hará con trabajo ajeno, pero lo hará: le posibilitará vivir sin trabajar. Incluso lo fomentará. Le dirá, pues, que si todavía es más pobre que los otros dos “beneficiarios”, es porque no ha conquistado suficientes “derechos”. Cuando todos tengan todos los “derechos”, los asalariados ya no se dividirán entre, por un lado, quienes son tan tontos como para trabajar pensando egoístamente que van a ganar más, y, por el otro, quienes ya están al abrigo del “gobierno popular” sin trabajar. Les dirán que al fin se habrá logrado llegar a Cuba, paraíso sin caridad pero donde persisten la fe, la esperanza y el mercado negro. Se les repite que los pobres ya habrán conquistado todo a lo que podrían tener “derechos”, y un maná de beneficios del Estado lloverá sobre sus cabezas. Pero para eso aquí falta tiempo: habrá que sacarle a las “corporaciones” todo lo que tienen, cuyas ganancias no sirven para otra cosa que para mero lujo de los empresarios, los CEOs, los capitalistas (son todo lo mismo; a esta altura nadie pretenderá una clase de economía).[iv]

¿A quién darle las empresas una vez que se le quiten a los empresarios? Al Estado, por supuesto, ya que la propiedad privada sólo pueden tenerla unos pocos. No hay que poner esperanzas en la propiedad privada, ni tampoco pueden ser las empresas una propiedad de acceso público, ya que sería anárquico. A falta de propiedad común, toda propiedad debe ser colectiva y del Estado. Para neutralizar las alarmas, hay que recordar el mantra: si los votantes no están al servicio de aquellos buenos políticos que siempre ponen al Estado por sobre cualquier interés y derecho civil, entonces serán votantes traidores que estarán al servicio de los políticos que dejan el poder a las “corporaciones”. A votantes de entre 500,000 familias venezolanas sin techo, que festejaron la victoria de la oposición aparentemente no muy contentas a pesar de los logros alimentarios y sanitarios del “socialismo del siglo XXI”, el super-bigote de Nicolás Maduro les contestó por televisión: “Tengo en duda construir viviendas, porque te pedí tu apoyo y no me lo diste”. Seguramente les castigó por dejarse engañar por el imperialismo yanqui en vez del cubano.

El Estado que posee lo que quiere, se encargará de servir al pueblo, porque el Estado “es del pueblo”. Bueno, en realidad, no, ya que el pueblo podría servirse como colectividad pero no a sus miembros. Pero eso no importa… la realidad es que el pueblo no puede poseer nada a través del Estado, y un Estado que lo tiene todo no puede ser nunca de un pueblo que no tiene nada. Menos un pueblo que, en cambio, es posesión del Estado. Pero a no entristecerse, porque ya no hay mentiras sobre la “propiedad de todos”: el Estado socialista está bien seguro en manos de la clase política (la popular) que brega por los intereses del pueblo porque lo posee todo, y esa clase no sirve a nadie más que al pueblo.[v] “Y, profesor, los gobernantes ¿no pueden servirse a sí mismos con nuestro trabajo? ¿O sólo servir al Estado y no a nosotros?”. La pregunta se responde sola: “no, porque ése es el discurso de los ‘anti-política’, que sirven a las corporaciones”. Punto. Y mejor que el alumno no siga haciendo preguntas. Por supuesto, la clase política necesita que alguien trabaje para poder servir al pueblo, así que ésta deberá obligar a la población a servir al Estado, que es servir al Pueblo. Realmente a eso o poco más se reduce toda la argumentación.

Así es el mundo en el cerebro licuado de sus hijos y de los hijos de aquellos a los que no han podido reeducar. Me refiero a esos padres reaccionarios que reclaman patria potestad para que no adoctrinen a sus hijos, porque todavía no creen en la “vanguardia del amor” y en la lucha contra los “agentes del odio”. Por amor a los líderes, esos merecen todo el odio popular (entiéndase: el odio de los “militantes populares”, a los cuales les sobra). Como la fórmula es tan simple, el objetivo tan decadente y su discurso tan hipócrita, ya no se necesita que sus fieles sean fanáticos alumnos norcoreanos y cubanos, medianamente instruidos, o que al menos sepan leer y escribir. Sus actuales alumnos venezolanos, nicaragüeneses, argentinos, y ahora hasta españoles, pueden ser cínicos, mentirosos e interesados, porque los “coachearon” para que crean ser parte de la élite revolucionaria de conspiradores políticos profesionales; y pueden ser ignorantes, brutos e improductivos, porque en su mayoría no se les pide trabajar. No hay que equivocarse, pues. Se trata de un problema de “pobreza relativa”, pero en términos de coeficiente intelectual. Los cuadros kirchneristas no son especialmente inteligentes: es simplemente que sus bases son radicalmente estúpidas. Basta con llenarles la cabeza de fotocopias, darles un cargo en su agencia de colocaciones familiar, y dejarle a ese “núcleo duro” organizar que lobos disfrazados de pastores arreen a gente desesperada por comida. Problema resuelto. Un analfabeto funcional es el corolario perfecto de la doctrina revolucionaria, cuando la doctrina revolucionaria se reduce a legitimar el clientelismo político generalizado. Si a esto se suma ese votante de clase media-alta con aires de déspota ilustrado, podemos entender que llegar a esto no les costó tanto trabajo.

Si nuestros hijos –piensa el ingenuo votante medio– repiten lo que les enseñan esos cultivados académicos que son sus profesores de secundaria, entonces deberá ser verdad. Para eso los manda a la escuela, porque ésta representa el conocimiento que él no tiene. Allí son imparciales y objetivos. Y, si allí mismo les enseñan que no hay tal cosa como la objetividad, que la verdad y la mentira dependen del bando en que se esté y que hay que tomar partido en una batalla social por los políticos que “representan al campo popular”, que sumar y restar no es importante, y que reprobar a un alumno es una forma de discriminación, pues entonces, por algo será. Si el Estado se encuentra secuestrado, no importa. Como no hay un partido único dirigiendo el país, cambiándole hasta su nombre y convirtiendo cada dependencia estatal en un destacamento político ¿dónde está el totalitarismo? Si, en cambio, tenemos una suma de militantes adiestrados bajo órdenes de una red internacional organizada, pues entonces no hay nada que temer. Y si acaso alguien teme, se le contesta: ¿acaso un miembro del Estado debe ser un político sumiso que no eduque a su pueblo, que no se ocupe de decirle qué es verdad y mentira, que no responda a Verbitsky y a la dinastía de los Castro? ¿Acaso un miembro del Estado debe ser un burócrata abyecto que se rige por reglamentos basados en leyes públicas y códigos, en vez de ser miembro de La Cámpora y servir con disciplina a la causa?

A pesar de la sorna, tengo esperanzas en que la manzana podrida les caiga en la cabeza. No se trata simplemente de que valoren más su vida personal y respeten la de los demás, esto es: que sean un poco más civiles y un poco menos políticos; que piensen un poco más en la naturaleza de la economía y no en hacer un elefante del Estado. No, no se trata sólo de eso. Se trata, además, de que incluso están dilapidando lo bueno que podría haber en su interés casi devoto por la política, porque no es precisamente política lo que están adorando, y no es precisamente un Estado eficiente y subsidiario lo que ayudan a afianzar. Para eso cerraré este artículo con una recomendación bibliográfica, que vale en realidad para todos mis lectores, ya que incluso quienes piensan parecido a mí dudo que hayan sabido cómo contestar a los dislates del politicismo. Los libros son: Politics: A Very Short Introduction de Kenneth Minogue y Totalitarianism: Key Concepts In Political Science de Leonard Schapiro. Quizá entonces se den cuenta de que son precisamente sus doctrinas totalitarias las que realmente adulteran y destruyen la misma naturaleza de la política y de lo estatal, en función de la ideología y de lo partidario.

 


[i] El discurso de la “anti-política” puede ser usado por otras organizaciones, movimientos, partidos o dirigentes políticos ajenos al comunista oficial actual (neo-comunista). Pero tanto el surgimiento como la funcionalidad coherente del término (y de ahí su tendencia o slippery slope) es hacia la justificación última de una clase política que debe demostrarse involucrada con los intereses específicos de una organización que tenga relación, por sus intereses políticos de largo alcance (racionalizados, cuando son públicos, como supuestos motivos ideológicos) con la meta final de la realización del socialismo de Estado o del colectivismo estatal. Esto es: su utilización es siempre funcional en forma más pura al movimiento comunista organizado, y de ahí que su surgimiento tenga relación con el mismo y con los frentes de izquierda dirigidos por los partidos comunistas involucrados realmente con el movimiento comunista oficial hoy representado por el Foro de San Pablo o el Grupo de Puebla (siendo siempre la cabeza del Partido Comunista de Cuba el caso más frecuente, por ser el centro de poder dicho movimiento y de la vasta red de organizaciones que responden disciplinada e incondicionalmente al mismo). Sin embargo, recuérdese que dicha funcionalidad es flexible y permite a cada gobierno tener el ideal último como espada de Damocles y que las decisiones de política económica en cada caso puedan diferir e incluso ir en contra de la dirección hacia el colectivismo estatal, siempre y cuando sirvan o sean útiles a la expansión del poder de estos partidos. En resumen: el ideario socialista oficial del movimiento comunista actual no es un ideal por parte de los comunistas, sino meramente el conocimiento de cuál es y en qué consiste la realización del poder total de un gobierno sobre la economía a manos de sus propios partidos. Nada más. Si este poder económico estatal omnipotente perjudica su propia perpetuación –y en general lo hace, ya que, aunque da a su particular totalitarismo la posibilidad de crear una sociedad servil totalmente dependiente, también genera economías obsoletas–, o bien perjudica a los países donde dicho poder se concentra (Cuba) o peor aun “colonializa” con sus agentes (Venezuela), entonces la dirección hacia dicho poder económico total puede optar por revertirse, incluso hasta llegar a realizar modelos económicos más o menos liberales, sea allí donde detenta totalmente el poder, como en China o Vietnam, moderadamente como en Brasil y Bolivia, o muy limitadamente aun, como fue el caso en Chile o Uruguay, donde eventualmente ansían volver para apropiarse del ganado capitalista que ayudaron a engordar.

[ii] Un político no puede ser meramente quien tiene poder político, ya que la acusación de “anti-política” presume el poder político de sectores de la sociedad civil, y dicho poder convierte a sus detentadores en políticos de hecho. Ergo, no todo político es defendido por ser tal. La política defendida es una clase que no se define tampoco porque sus miembros sean electos para ejercer el poder político (a lo sumo una condición necesaria), sino por otra característica que va más allá de ser electo. ¿Qué hace a la clase política no tener otro interés contrario al resto de la sociedad salvo aquellos intereses que residen en la sociedad? ¿Los políticos no tienen intereses privados? Y aun siendo una colectividad internamente altruista, a su vez: ¿la clase política no tiene intereses colectivos distintos del resto de la sociedad?

[iii] La angelización de la política en nombre de una sociedad civil incapaz de tal carácter, se sigue defendiendo en tanto existente, como incapaz de: ejercer directamente la acción política (democracia directa), e incluso si pudiera, es incapaz de desprenderse de su carácter egoísta civil y ser directamente sólo clase política. Esto implica que la sociedad civil es un rebaño peligroso que debe ser dirigido en forma que sus intereses particulares no prevalezcan sobre el interés general de esa misma sociedad civil. Ahora bien: 1) ¿qué hace que los intereses particulares de la sociedad civil no puedan conspirar contra el interés general que protegerían la realización de los intereses particulares de todos? 2) ¿Es acaso que estos intereses no se impongan por sobre las decisiones políticas? Y si es así: ¿a qué se define cómo imponerse por sobre las decisiones políticas? ¿Detentar realmente poder político? (si esto es acaso posible: ¿existe un poder fáctico político por fuera del Estado? ¿o dicho poder fáctico es un factor de poder que requiere de políticos en el poder del Estado?) ¿O directamente representar un freno al poder del Estado implica ejercer un poder político que implica la representación de intereses privados en conflicto? (sea entre sí horizontalmente, o subordinando unos a otros verticalmente). Véase que la angelización estatolátrica de la política implica que tal freno es absolutamente innecesario, siempre y cuando la clase política ejerza su poder sobre todos y no en beneficio de un interés particular sobre otros. Véase también que el poder de dicha clase política tampoco necesita limitarse para proteger iguales intereses particulares, ya que éstos son encarnados directamente por el Estado. La igualación entre interés público, interés general e interés colectivo se hace directamente con y en el Estado. Luego: ¿pueden estos intereses particulares realizarse sin conflicto meramente con esta tutela política? ¿En qué manera? ¿Por la imposición de una ley que ésta no puede auto-imponerse? ¿O por su dirección paternalista? ¿Exige igualitarismo? ¿O bien, sencillamente, los intereses particulares son conflictivamente egoístas no importa cómo sean articulados y deben ser convertidos en altruistas mediante su subordinación total a la voluntad de los ángeles que pertenecen a la clase política? De ser así ¿qué queda de los intereses particulares? Esto implica la animalización de los individuos que integran, la definición de los intereses (particulares y generales) de los individuos de la sociedad civil por la voluntad de la sociedad política, y la transformación de la sociedad civil en un ejército de subordinados que ya no es propiamente civil, sino exógenamente política, ya que sus intereses (tanto particulares como generales) sólo pueden ser encarnados por la clase política y no por sí mismos.
La estatolatría resultante sólo puede ser representada, pues, por un cierto tipo de políticos. Los políticos que mejor aseguren no estar subordinados a la posible política externa de los “poderes fácticos” que se encuentran en la sociedad civil, y que ejercen poder político directamente, sin necesidad siquiera de detentar el poder del Estado (lo que esta teoría llama “anti-política”). La atribución de poderes políticos directamente a la sociedad civil implica que ésta no puede existir libremente y debe ser no sólo subordinada sino enteramente sometida a la sociedad política al punto de perder su carácter, que es el que hace posible la existencia de estos poderes políticos fácticos “anti-políticos”. Véase ya que cuando esta teoría habla de “anti-política” está diciendo “anti-estatal”, ya que la sacralización de la política requiere que la política sea ejercida por el Estado y sólo en función de motivos estatales (altruistas). Se podría decir bien que “anti-política” es definida no como real no-política (ya que seguiría siendo, de acuerdo a este planteo, propiamente política) sino como la “ideología de un poder político ajeno al poder político del Estado”. Pero esta última definición no les es todavía totalmente útil, y por ende no es el límite de la misma. Debe ir más lejos. Debe afirmar que la mera existencia de un poder político ajeno al Estado presupone que el verdadero poder político es el externo y no el que reside en el Estado. El poder de la clase política estatal es así confrontada con el supuesto “poder político” de una clase civil, o si se quiere, una cuasi “clase política no-estatal” (véase: empresarial siempre, ya que el fondo de esta ideología estatolátrica está dirigido contra una segmentación más o menos arbitraria de las clases burguesas). Y en esta confrontación, hay dos tipos de clases políticas estatales: las que se someten al poder de las clases civiles con poder político de facto (las formadas por políticas sirvientes del establishment empresario, o constituidas por las oligarquías, y un largo de etcétera de categorías difusas), y las que lo resisten (las que son parte de “gobiernos populares”, en contraste con los “anti-populares”, por servir al “anti-pueblo”, esto es: las clases que perjudican y los individuos que no defienden a las “clases populares”, cosa que obviamente se define circularmente por el apoyo a estos gobiernos “populares”, remixes de la sedición más clásica de las vanguardias comunistas).
Esta resistencia sin embargo no tiene un punto de equilibrio definido salvo por la utilidad. Si la sociedad civil no tuviera un carácter de necesidad (decidido arbitrariamente por esta clase política sacra resistente), entonces claramente no hay ningún motivo para preservar su existencia. Todavía más: el ideal obviamente deducible es la abolición de todo poder político fáctico ajeno al estatal sacralizado. Pero, como dicho poder fáctico sólo puede ser removido aboliendo la existencia de los intereses civiles de los cuales son inseparables, automáticamente el ideal implica la abolición de toda clase social dentro de la sociedad civil y a su vez de todo interés privado independiente de la dirección estatal de la vida civil ya que cualquier “empresario” o “corporación” puede ejercer dicho poder sin necesidad de que exista una extensa clase constituida por los mismos. No puede quedar ningún particular independiente, y por ende no puede quedar rastro ni de propiedad privada burguesa ni de producción mercantil alguna. Más por cuanto la generación de dichas clases emerge de la actividad misma de la sociedad civil, que forma pequeñas burguesías, y de éstas altas burguesías con “poder fáctico” y clases trabajadoras. Ya lo decía Lenin, en sus cínicos sincericidios, que la enorme fuerza de la burguesía derrocada proviene, entre otras cosas como su instrucción y dedicación a las técnicas administrativas, en su continuo resurgir desde los grandes sectores mayoritarios de la población que conforman el sector privado. La burguesía está en "la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, desgraciadamente, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, espontáneamente y en masa". ¡Curiosa vitalidad para un modo de producción "decadente" al que el socialismo debería haber superado!

[iv] El ideal es, por ende, un colectivismo estatal o “socialismo de Estado”. El total control del gobierno sobre la vida económica, y por ende la subsunción opresiva de lo civil a lo político bajo una tutela burocrática, sea formalizada (modelo de “socialismo real”) o informalizada (modelo del “socialismo del siglo XXI”), o directamente su aniquilación mediante la transformación de toda vida civil dirigida en directamente parte de la dirección estatal (“comunismo de guerra”).
Todo lo anterior implica que el concepto de “anti-política” como anatema, se aplica coherentemente contra toda posición que pretenda delimitar desde fuera al poder económico del Estado, y que implique una posición que ligue la existencia de una sociedad capitalista con las condiciones necesarias para una sociedad civil independiente y para la realización de sus fines. El concepto de anti-política es un hombre de paja destinado a ser utilizado contra el liberalismo en general como movimiento o como política económica. Estos movimientos liberales, aun no siendo liberales de mercado o de “derecha”, son blanco del ataque si acaso tienen entre sus intereses la defensa de los límites constitucionales al Estado como condición inseparable de una sociedad civil burguesa y sus consecuencias capitalistas. El anatema de “anti-política” intenta sabotear las defensas ideológicas liberales más débiles (sean del liberalismo económico y político, o del liberalismo meramente político con políticas más o menos intervencionistas), creando un hombre de paja que confunde al natural anti-estatismo de los liberales (que necesita volverse anti-gubernamental y ligado a la desobediencia civil, precisamente cuando los izquierdistas anti-liberales se encuentran al frente del Estado). Naturalmente las versiones anarquistas del liberalismo (las un poco mal llamadas “anarco-capitalistas”), son las más fácilmente ridiculizables salvo excepciones (Hans Hermann Hoppe, David Friedman), pero también las más complicadas de debatir, porque en éstas la justificación ideológica de la defensa de la sociedad civil frente a la amenaza de la sociedad política es más firme y radical. Por eso, lo más conveniente es hacer pasar a todo liberal por anarco-liberal, y atacar específicamente a los primeros como si se tratara de los segundos. Esto, claro está, siempre y cuando dichos liberales carezcan de una sólida formación en ciencia política y de la justificación de una posición liberal clásica, incluso la minárquica. Si poseen dicha formación, entonces los argumentos de la “anti-política” enfrentan una posición absolutamente defensora del rol del Estado, pero siempre para encarnar el interés colectivo de la sociedad capitalista, asegurando que el Estado, en tanto Estado de Derecho moderno, proteja igualitariamente el interés público del mercado y el sistema uniforme de derechos de propiedad y las libertades iguales de uso privado con base en dicho patrimonialismo, y las también iguales libertades de uso público para el intercambio contractual (liberalismo económico), que para la coordinación económica será corolario de una sociedad de mercado (liberalismo económico de mercado), y que implicará el desarrollo de una lógica capitalista y la probable creación de clases burguesas que la encarnen y otras que se relacionen con éstas en forma asalariada en el caso de los capitales que se desarrollen más grandes que el inicio laboral de la empresa por parte de su creador. En tal caso, el mote de “anti-mercado” exigirá al izquierdista intentar forzar a que su interlocutor acepte como dado que la libertad empresarial y la protección de los derechos de propiedad, implican un poder (político directo) para el empresariado. Si el liberal conoce claramente la diferencia entre una relación de mercado y una relación política (de dependencia personal para con el Estado o “extra-económica” con el Estado), y si al menos se percata de que la interdependencia entre clases, por desigual que fuera, puede implicar explotación en términos marxistas, pero no implica poder para imponer condiciones ni reglas de comportamiento, entonces dicho liberal habrá contestado perfectamente el mote tramposo de “anti-política” a quien desprecia. Todavía más estará el izquierdista estatista en problemas, si dicho liberal conoce el pensamiento marxiano (o peor para el izquierdista, si directamente se enfrenta a un marxista clásico que no tenga ningún interés en falsear el pensamiento de Marx para la estrategia de un bolchevismo que rechace o bien del cual no sea parte). En tal punto las posiciones liberales y marxianas no son sólo coincidentes: Marx es mucho más extremo aquí que el viejo Smith o el contemporáneo Hayek. El pensamiento marxiano desarrolla una cosmovisión en la que la naturaleza misma de la política, sea estatal o no, es una parte de la alienación social y una representación de la violencia, no sólo de la sociedad de clases frente a intentos de transformación social, sino en sí misma si se autonomiza de dichas clases. En Marx la política es, como recordamos, intrínsecamente violencia y opresión, no importa si se encuentra subordinada a los intereses de perpetuación de una sociedad con clases o no. Todavía más: incluso en tal caso de subordinación, el orden social de relaciones protegidas mediante la violencia estatal, no se encuentran basadas en dicha violencia a su vez. Ergo: no existe en el marxismo ningún posible “poder fáctico político” en la sociedad civil sin que ésta se anarquice y la competencia se transforme en guerra de propietarios, o bien se organice y se convierta en la esclavitud de una clase por otra. Esto último, de suceder (cuanto más no sea teóricamente, o en caso de libanización social, creando clases enteramente distintas o facciones sociales), aboliría toda relación mercantil de trabajo asalariado, y con ésta toda producción industrial dirigida a mercados de consumo que incluyan a todas las clases. Y aquí vale que los liberales le admitan a Marx que su planteo es totalmente coherente y forzado por el intento de comprensión científica de lo social (demagógico o no al ser riguroso, estratégico o no al ceder a la verdad). El propio Weber hace un análisis muy similar, lo cual por otra parte es coherente con la seriedad exigida por aquel mundo académico, muy a diferencia del caótico actual casi totalmente ideologizado en el ámbito de las ciencias sociales. Para Marx, la única forma de que un poder fáctico político exista, es allí donde la sociedad civil se vincula internamente en forma política (caso de las sociedades pre-modernas) y esto implica, otra vez, la innecesariedad mayor o menor del Estado (prácticamente inutilidad total en el caso de las clases estamentales del feudalismo, donde relación económica, fuerza militar y poder político son una sola cosa, y donde por su ausencia de bienes públicos monopolizables por el Estado y por la alta presencia de bienes comunes en el seno de la sociedad, el alcance de la política en sí, como algo separado de las relaciones sociales personales, es muy reducido). Marx aclara y reitera que es la sociedad capitalista la que amplía la esfera de acción potencial del Estado, puesto que ella se define esencialmente por la separación entre sociedad civil y sociedad política, entre orden de relaciones de mercado y el orden de las relaciones de poder que imponen las reglas, o hacen valer las reglas que son específicas para el funcionamiento del capital, lo que no significa siquiera –ni  de lejos– que se trate de invenciones de los capitalistas o que puedan ser discrecionales, ya que por el contrario éstos dependen de que dicho marco legal-institucional exista. Para recordar claramente esto es muy útil releer la apreciación elogiosa de Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, la de Schumpeter en los cuatro primeros capítulos de Capitalismo, socialismo y democracia, la de Aron en El marxismo de Marx o la de Roberts en Marx: cambio, alienación y crisis.

[v] La bastante sencilla relación con el movimiento comunista organizado y sus partidos políticos: la estatolatría de la nueva izquierda “populista-estatista” es una estrategia leninista pero que no se encuentra condicionada a la aplicación inmediata de programas económicos colectivistas, racionalizados y tipificados por Lenin, que están declarados en su contenido ideológico. El “neo-comunismo” puede desprenderse tanto de la necesidad de imponer una inflexible ideología más o menos marxista-leninista (con la ventaja agregada de no hacer referencias directas a Marx como un todo, sino a partes y, gracias a ello, poder reducirlo a mera retórica anticapitalista capaz de ser asociada con este tipo de idealizaciones estatistas), como de los programas económicos con los cuales terminan asociados por la presión interna de las competencias internas de los partidos únicos para la representación y la evitación de su criminalización como traición al proyecto del socialismo estatal leninista. (Esto no significa que el comunismo clásico estuviera atado a un análisis social de las condiciones para tomar el poder ni a una acción política basada en las descripciones marxista-leninistas de la sociedad; si así fuera ya entonces las contradicciones entre Marx y Lenin habrían salido a la luz, con independencia de que se crea que la cosmovisión de Marx tenía un fin diferente al expresado, de cualquier forma el análisis marxiano se da de patadas con el leninista, y cualquier medida estatista debe justificarse como transitoria en formas complejas y elucubradas, cosa que no sucede con Lenin). El estalinismo es la sistematización ad hoc de esta versión leninista del marxismo doctrinal, adulterada y recortada como racionalización ideológica. Así el marxismo-leninismo logró crear una ideología oficial sin valor para la toma de decisiones políticas, ya que sólo tomó del leninismo su programa estratégico para la toma del poder para los partidos comunistas con el fin de alcanzar el colectivismo estatal por medios no necesariamente leninistas (en Lenin, el ejército del Partido organizaba directamente la economía, ya que su posición sobre el socialismo estatal requería una planificación real y no una economía monetaria de firmas estatales), y del marxismo ortodoxo tomó la crítica al capitalismo convertida en ideología y la justificación de una vanguardia comunista, segmentada gracias a Lenin de forma que su dirección política también implicara la económica, creando así una economía socialista basada en un Estado-Partido.