domingo, 31 de julio de 2016

En los márgenes de las clases


En este post voy a resumir otra idea en esbozo que tuve hace tiempo, y que también voy a tirar al aire como vengo haciendo en este nuevo blog que flota casi sin visitas en la nube. Sin duda mi idea no será tan novedosa, pero si no lo es al menos me parece no es tan mencionada como se debiera. Tiene que ver con la conciliación entre la llamada "teoría del valor trabajo" y la llamada "teoría subjetiva del valor" o, más claramente, "teoría del valor subjetivo". Lo que imagino es una conciliación que se pueda lograr sin necesidad de abjurar de lo fundamental de nada de las dos partes. Para lograrlo creo, además, que ninguna de las dos posiciones tiene por qué ser necesariamente parte de las doctrinas por las cuáles las conocemos en su forma aparentemente más pura, esto es: la escuela austríaca y la escuela marxiana. Sin embargo resolver el problema dentro de éstas creo que es válido para cualquier otra forma de aproximarse a esta interminable disputa entre marxianos y austríacos, que se sostiene en el tiempo por la suma del afán de probar que la explotación existe o no existe, y por la incapacidad de superar al adversario en sus tópicos. 
Fundamentalmente considero que -y acá vamos al núcleo de este breve pero pretencioso artículo- no podemos salirnos de la cuestión del fetichismo de la mercancía de Marx respecto a la TLV, y de la necesidad de operar con una teoría del valor de uso tanto para la curva de demanda como para la curva de oferta. Mi propuesta de síntesis no pasa, pues, por un eclecticismo epistemológico a lo Oskar Lange, ni por un instrumentalismo selectivo a la manera de Sydney Hook, ni por un intento de encontrar el problema en los fundamentos ontológicos en el estilo de Joan Robinson. Por el contrario, creo que precisamente este tipo de formas de aproximarse al problema son la causa de que no hayamos logrado siquiera alcanzar una aproximación a la economía política que se pare sobre sustentos mejores de los que heredamos hace ya más de un siglo. El camino que simplemente quiero señalar con este artículo va en una dirección muy distinta, y si tengo que resumirlo de alguna forma sería así: 
Tanto Karl Marx y sus herederos, como Alfred Marshall y los suyos, han estado trabajando analíticamente sobre el proceso económico en dos distintas "capas" del mismo, si cabe este término que tomaré de la arquitectura de computadoras (también puede encontrarse en la filosofía de la naturaleza, sea la aristotélica o la contemporánea). Se podría decir, siguiendo esta línea de interpretación, que los marginalistas y neoclásicos operaron en una capa más "baja", y los marxianos (y también los keynesianos y postkeynesianos) en una capa más "alta". Los intentos de unir estas capas se han limitado a integrar las conclusiones "macro"-económicas sólo para el caso claro de John Maynard Keynes, en una síntesis con el modelo "micro"-económico neoclásico marshalliano. El resultado ha sido un sincretismo, que se puede ver en cualquier manual moderno del mainstream, y que desde John Hicks ha tomado forma teórica en el paradigma neokeynesiano de Samuelson, y en su derivado el monetarista de Friedman. Mientras tanto los herederos de Marx se han quedado solos, exceptuando a un par de macroeconomistas amigos como Kałecki, y algunos colaterales contactos con neorricardianos, sin siquiera los intentos forzados de síntesis con la microeconomía que sí se han hecho con Keynes.
Lo que intento aquí es retomar este camino, pero hacerlo correctamente. 

Empecemos por Marx, que es al que quiero rescatar, tanto por su aseveración de una subordinación de los hombres a los bienes intercambiados en la sociedad mercantil, que éste describía como "fetichismo de la mercancía", como por la plausibilidad de su conclusión respecto a lo más básico que hace funcionar la ley del valor y destila la cuantía de trabajo en un precio: la existencia de explotación en el mercado de fuerza de trabajo. Para esto paso aquí un buen resumen de lo que el pensamiento marxiano en general entiende por fetichismo de la mercancía. 
Comparto mucho de lo expresado allí por el marxista que acabo de citar, pero para mí la cuestión es un poco más compleja que como es descrita en este artículo de divulgación: para mí, si bien en el modelo marxiano las relaciones reales son entre personas, estas personas se relacionan como representaciones de las cosas mismas, y entonces ¿no existe en última instancia una relación entre cosas? Si es así, el problema no parece tan sencillo. La cuestión de fondo, para mí y en defensa de la posición citada, es que, si entendí bien a Marx, se trataría de una relación entre individuos cosificados, que son algo más (y algo menos) que una cosa y un individuo sumados. Las relaciones cosificadas de estos individuos no son resultado de una presión social exterior -en una explicación colectivista- de una adulteración interior de los hombres que las establecen y que producirían -en una explicación similar al reduccionismo en física- una cultura social o una vida social alienada. Lo que Marx describe en la economía capitalista es una adulteración de las relaciones mismas, que luego y recién podrán afectar o formar directamente el universo privado de cada individuo, pero que no lo requieren para existir. (Marx, como se podrá notar recurrentemente, está tan lejos de Comte como de Spencer).

A partir de este punto es que creo se podría conciliar el marginalismo de la TSV con la TLV (o cualquier otra cosa parecida). El punto esencial sería el siguiente: aunque los valores de uso (las "cosas") determinen los valores de cambio, podría ser que en términos marginales las relaciones sociales (los "hombres") sean los medios de las mismas y sean los determinantes finales de la escasez y utilidad subjetivas de las mismas por el lado de la oferta. Precisamente sería el marginalismo el que posibilitaría comprender cómo los valores de uso pueden ser los determinantes del valor de cambio de una mercancía, sin que por eso la mercancía deje por eso de representar el "valor" (valor en términos marxianos: objetivo, y en el caso marxiano definido como el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir la mercancía). 

El intento de negar hasta la validez operativa del marginalismo para evitar tener que explicar el porqué de su utilidad científica, ha llevado a callejones sin salida incluso a marxistas inteligentes y cercanos a nosotros en el tiempo como Clarke o Astarita. Estos marxistas más duros defienden su posición por las intenciones: no caer en la "trampa" de colegas como Oskar Lange, el cual por intentar introducir al marginalismo en la ecuación habría abandonado la sustancia de la crítica marxiana a la teoría económica. Sea esto último cierto o no (yo creo que ), quedan entrampados en negar la operatividad del marginalismo en las sociedades mercantiles. Y de hecho, precisamente, es casi únicamente de las sociedades individualistas y colectivistas que se puede afirmar que el modelo de la teoría de la elección racional (e incluso la praxeología, menos restrictiva pero también menos sustancial) puede tener utilidad. En cambio, es en las sociedades precapitalistas, y no en las modernas, en que se da el caso de que el comportamiento individual en abstracto no explica casi para nada el comportamiento de los individuos concrectos, aun cuando dicho comportamiento no viole ciertos axiomas presupuestos del homo oeconomicus neoclásico (lo cuál puede hacerse bastante seguido, incluso con el principio de transitividad). Esto es así porque estas sociedades antiguas son a sus individuos integrantes como los organismos biológicos son a los átomos que los constituyen: el comportamiento mismo de sus sujetos sociales es el que, dentro de un entretejido estático de múltiples posiciones de status preasignadas para personas concretas y valoradas en sí mismas como tales, se basa en la subordinación a una ubicación preexistente en un entramado colectivo de relaciones y obligaciones particularizadas. 

Siga o no comportándose como en el modelo racional neoclásico (o en su defecto al más obvio y demasiado amplio criterio praxeológico austríaco), el sujeto premoderno forma parte de una estructura que no puede explicarse teniendo en consideración al individuo abstracto, cosa que sólo puede hacerse considerado en una sumatoria. Esto último, en cambio, ocurre en las sociedades mercantiles y en las igualmente impersonales organizaciones burocráticas, donde se forman predecibles comportamientos de oferta y demanda, o interrelaciones de egoísmos atómicos fácilmente matematizables como las de que se analizan en la teoría de juegos. Allí los individuos sí se comportan de una manera disociada y "líquida", aunque su predisposición biológica esté bien lejos de buscar alcanzar una vida social de dicha forma (parafraseando sociológicamente a Freud, las pulsiones sublimadas en la sociedad moderna toman formas mercantiles y burocráticas que poco tienen que ver con el sello de los instintos comunitarios originales que esas pulsiones portan)Pero, sin embargo, lo que es realmente importante aquí es que este análisis micro del comportamiento humano no explica tampoco en nuestras sociedades las situaciones macro resultantes, sino sólo el medio por el que se realizan...

Y aquí encontramos una coincidencia entre las bases del marginalismo y su desarrollo teórico: el individualismo metodológico opera en todos las sociedades (vale la pena recordar, junto con Nisbet, que Marx no era un colectivista ontológico (incluso cabe discutir si metodológico) y que el mismo Weber se autoconsideraba un materialista en el sentido marxiano, aunque ampliado), pero sólo en las sociedades modernas capitalistas sirve para explicar cómo se articulan fenómenos sociales. No sólo eso, muchas veces hasta cierto atomismo metodológico puede tornarse heurísticamente viable. Sin embargo mi punto es que el individuo en abstracto no sirve, ni siquiera en el último caso, para explicar la forma que toma la economía, sino sólo para explicar el proceso económico que media entre las causas y su realización. De la misma manera que sus bases epistemológicas, el marginalismo puede explicar por qué un producto puede ser fabricado a un precio en vez de a otro, pero no el porqué de que existan esos mismos productos y esos mismos precios, ni por qué deben ser construidos de tal o cual forma, ni por qué es más escaso un recurso y no otro. Ahora bien, poco caso tiene el marxismo al intentar explicar la necesidad de unos productos o de unos precios a partir de unas clases sociales o de unos tiempos de trabajo (incluso cuando, a diferencia del voluntarismo de una izquierda populista vulgar, conciba leyes económicas inmanentes al capitalismo), si en el intento objetan la única explicación existente de la mecánica misma de esa "competencia capitalista", ésa que conecta las consecuencias con las causas en la sociedad de mercado. 
Y esa explicación es el marginalismo. 

Vayamos, entonces, a una solución posible. Como lo veo, la síntesis neoclásica (que Marshall hizo de Jevons y de Ricardo a través de Mill) no parece ya de por sí estar tan lejos de Marx, puesto que aunque la teoría clásica de los costes sea circular (Smith y Ricardo intentaron escapar de esta circularidad con sus teorías del valor trabajo pero finalmente volvieron a referirse a los costes sin explicar el papel de los factores en el mismo), el costo refiere a algo que, aunque inasible en principio, es objetivo. La síntesis neoclásica de Marshall, debe recordarse, es subjetiva en la demanda (Jevons) y objetiva en la oferta (una versión marginalista de la versión de Mill del ricardianismo). Sólo cabría un pequeño pero gran retoque para que Marshall y Marx pudieran entrar en contacto: analizar cómo operan marginalmente los costos que, en última instancia, son los recursos materiales y recursos humanos objetivos. La valuación subjetiva de los mismos opera con una cantidad objetiva de éstos, y las desutilidades subjetivas dependen siempre de un intercambio que es el marco que las objetiva y que compensa sus variaciones para obtener los recursos necesarios para mantener las utilidades subjetivas. Fijémonos que las leyes de la economía son objetivas para el individuo (esto es un hecho incluso para los austríacos), su dura realidad subsiste con independencia de las subjetividades que las integran desde fuera, y aparecen a cada individuo como objetividades que éste apenas afecta (la suma de todas las subjetividades se diluyen en el mercado y vuelven a cada individuo como un imperativo objetivo distinto de su origen). Luego, fácilmente podría ser que esa transformación de lo subjetivo en objetivo por parte del mercado, suceda con leyes que hagan que las acumulaciones marginales de las subjetividades no sean regidas por estas mismas sino por cuestiones objetivas: relaciones sociales, tiempo de trabajo, etc., aun cuando estas cuestiones tomen como canal esas mismas subjetividades (y deban hacerlo). 

En Marx el valor de uso es una suerte de operador binario que funciona como filtro de activación del valor por parte de la demanda. Aquí Marx pareciera una suerte de marshalliano tosco, pero quizá no lo sea tanto, porque pareciera que este on-off de la utilidad social para la demanda es más parecida al marginalismo de lo que parece: Marx afirma que el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de un bien (el valor del bien que se genera en la circulación) implica que sea socialmente necesario para su consumo, con lo cual si se producen más telas de las demandadas el resultado es equivalente a haber invertido más trabajo del necesario en cada uno de las telas. Marx dice que "el efecto es el mismo que si cada uno de los tejedores hubiese empleado en su producto individual más tiempo del trabajo socialmente necesario". Ejemplo: si cada tela puede ser producida por una sociedad en 1x cantidad de trabajo (supongamos ceteris paribus que en dicha sociedad 1x = 1 peso), pero en una producción concreta en particular se involucra ineficientemente 2x de esa cantidad de trabajo, luego, siendo que la demanda requiere 1000 telas a ese precio vendible y competitivo (1 tela = 1x = 1 peso), entonces se venderán esas 1000 telas igualmente por 1000 pesos, con lo que el resultado será perjudicial para la empresa relativamente improductiva por sus mayores costos (2000x cantidad de trabajo > 1000 pesos; pesos que naturalmente orbitan alrededor de representar 1000x cantidad de trabajo socialmente necesario). Pero, si la misma empresa produce esas telas eficientemente dentro del tiempo de trabajo socialmente necesario, con el costo normal y competitivo de haber producido la tela con 1x de cantidad de trabajo por unidad, pero, en vez de producir las 1000 que le serán demandadas en su parcela del mercado, produce 2000 (y no las puede ni almacenar ni usar para expandir su demanda), entonces no podrá limpiar el mercado si no es vendiendo todas a la mitad de precio. El resultado de producir de más será que habrá invertido el doble del trabajo socialmente necesario (2000x) para producir un bien menos socialmente necesario, o, mejor dicho, que tal cantidad sigue siendo socialmente necesaria pero a un precio menor por unidad (0.5 pesos). Para la dimensión de las posibilidades de producción de dicha sociedad, el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir 2000 telas que sería realmente útil es el de 0.5x por tela, y ya no 1 (como se puede ver, el trabajo socialmente necesario no varía con el descenso de la utilidad marginal: sigue siendo 1000x). Y como esa sociedad no es aun capaz de producir en forma sostenida 1 tela con 0.5x de trabajo sino con 1x de trabajo, dicha producción de telas incurrirá en pérdidas. 
Ahora bien ¿no se parece esto al marginalismo? Porque ciertamente no sucederá que el excedente de tela hará que algunas no sean vendidas, sino que, como se ve, bajará el precio de todas ellas en base al precio que se forme por la utilidad de la última de ellas, cosa que como se ve Marx contempla. Y esto no refuta a la idea del valor en base al trabajo, sino al contrario, ya que en tal caso estarán vendiéndose por debajo del costo que es necesario para obtener una ganancia competitiva en el mercado de telas. Todavía más, y refutando la objeción extrañamente tonta de Nozick: el mercado es el único que puede descubrir cual es la cuantía de trabajo socialmente necesaria, pero eso no significa que sea el mercado el que la pueda formar arbitrariamente: la sociedad no puede ofrecer por un bien más de lo que es capaz de producir por éste, y la capacidad de la sociedad de producir este bien no puede ser mayor de lo que dicho bien le ofrece. Esa circularidad no es una oscuridad falaz: casi no hay forma de corroborar empíricamente la "TLV" contra la medición del trabajo socialmente necesario. El trabajo socialmente necesario de un bien no es otra cosa que el costo necesario para la sociedad de producir dicho bien, y de la capacidad de la sociedad de producir el resto de los bienes que aquel requiere a cambio para poder ser reproducido, depende cual sea la cantidad socialmente demanda de dicho bien para que le sea útil. 
De esta forma no hay más subjetivismo en la formación marginal de los precios, que el que hay en opinar que dos más dos sea igual a cuatro. Que no se pueda descubrir la validez de las matemáticas si no es pensando y sólo dentro del pensamiento, no significa que sea un mero producto del mismo. De la misma forma el mercado y las subjetividades actuantes en la oferta y la demanda podrían ser las únicas formas de descubrir la cantidad de energía laboral humana destilada en el precio. El tiempo de trabajo socialmente necesario ejerce una fuerza de equilibrio sobre cada precio concreto de una forma análoga a la que el volumen del aire total ejerce en cada circunstancia particular como presión atmosférica sobre la distancia que media entre cada una de las diferentes moléculas de aire. Moléculas que son a su vez parte actuante pero relacional del resultado bárico total de la atmósfera. Ser mercancía no es algo que es propio de un bien, sino del entramado de relaciones que se articulan a través de él. 

Una mercancía es una entidad relacional que no existe en el bien sino en las estructuras de relaciones que se construyen alrededor de él. Y en una sociedad mercantil esas estructuras son la causa por las que fue producida, y la elección de su consumo como bien mercado es producto de individuos que no eligieron el contexto de subsistencia mercantil en el cual su consumo tiene sentido. Las cosas no tienen la propiedad de relacionarse solas a través de los hombres, pero las mercancías sí se vinculan solas, y como las mercancías son formas relacionales humanas mutuamente vinculadas, eso sólo significa que las personas se han transformado en cosas. No sólo al producir, sino también al consumir (cuanto más no sea como mercaderes forzosos), las personas en sí son ya productos humanos de una vida social autónoma. 
El carácter mercantil de las relaciones sociales vitales para la subsistencia, y por tanto esas relaciones mismas, poseen un carácter compulsivo. Y como dichas relaciones son un orden espontáneo; como son algo más que una media entre la voluntad de las partes, esa naturaleza compulsiva se arrastra hacia el contenido de las relaciones, lo cual les da autonomía de la voluntad de estas partes y hace imposible que los cambios culturales puedan provocar un cambio en la forma en que estas relaciones organizan la producción, y mucho menos hace posible un cambio por otras formas de relación no mercantil. 
Nadie negocia cuanto y cómo trabajar al cambiar dinero por pan, sino que hace todo lo posible por llegar a cambiarlo forzándose a trabajar para poder hacerlo en una cuantía y forma que nadie pudo controlar. Es natural que ambas partes sólo piensen en maximizar respectivamente la cantidad de dinero y de pan con que se queden, sin poder controlar las consecuencias que tiene esto sobre el carácter de su trabajo. La sociedad mercantil logra que las relaciones sociales de producción tengan más fuerza que las personas que las integran, y por eso determinan el contenido de dichas relaciones. El mercado filtra todas las decisiones individuales y deja sólo a las que se adaptan al mismo. Elimina de la subsistencia mercantil a los actores sociales que no lo hagan. Es una selección objetiva de subjetividades libres.

La demanda está determinada por el valor de uso y esta sólo emerge a través de una subjetividad actuante, por más que el interés subjetivo del individuo sobre lo consumido dependa en última instancia de lo que le infunde objetivamente la reproducción social como necesidad. En Marx, recordemos, el uso está definido por la necesidad de las fuerzas productivas -las capacidades "humanosociotécnicas" actuantes- en su desarrollo, incluso lo que usualmente consideramos parte del ocio cae dentro de los costos necesarios de la reproducción de la fuerza de trabajo, o de la reproducción de las clases empleadoras. 
En cualquier caso se da que lo objetivo en la demanda marxiana pasa a través de una subjetividad y no a espaldas de ésta. Y vuelvo a lo que dije en el paréntesis anterior: en Marx no es el mercado el que subordina lo subjetivo a lo objetivo en el caso de los bienes de uso, sino sólo las necesidades de la vida personal de quien lo utilice para reproducir su existencia productiva; los bienes de uso son como los bienes de capital para ser usados en una empresa, ya que para él son eso mismo respecto al capital humano: bienes para producir un hombre como parte del capital en su conjunto, sea el explotado capital variable, o la explotadora representación humana de los intereses de cada capital particular. 
En cambio, en el caso de la oferta marxiana, la subjetividad se adapta a la objetividad a través de la competencia capitalista, y así el precio tiende siempre a adaptarse y reflejar la cuantía de trabajo socialmente necesaria. Sin pretenderlo, y sin que tenga relación alguna con su subjetividad, terminarán produciendo y vendiendo los bienes reproducibles con trabajo a precios relativos que reflejarán las diferencias relativas de las cuantías de esos trabajos (personalmente creo que ése no puede ser el único factor objetivo, pero no puedo demostrarlo: apenas puedo demostrar esto que estoy afirmando)

Volvamos, pues, al punto de cómo concibe Marx el valor de uso de las mercancías que opera sólo para el consumidor: si la mercancía es socialmente útil, entonces el valor de uso es positivo y luego opera misteriosamente el valor a través del valor de cambio. Todo se decide luego en la oferta. Pues bien, aquí tiene que haber un error grave. Y no hay marxista que me haya podido fundamentar cómo operan los individuos con los bienes de uso para que estos se intercambien de acuerdo a un valor de cambio determinado por la cuantía de trabajo sin que la cuantía relativa de los bienes de uso producidos afecte el precio final en términos de utilidad marginal. Hay una suerte de gap que se les escapa, y creo que la solución debería pasar por algo parecido a mi planteo. 
Primero partamos de la crítica de los marginalistas puros. Podría citar a Jevons, Walras y Menger, precursores de los sistematizadores posteriores del marginalismo en escuelas diferenciadas (respectivamente Marshall, Pareto y Böhm-Bawerk), pero creo que es ideal mencionar sólo al austríaco, que ya había adelantado lo más profundo de la crítica marginalista a Marx: 
Es indudable que la comparación del valor del producto con el valor de los medios de producción empleados para conseguirlo nos enseña si y hasta qué punto fue razonable es decir, económica, la producción del mismo. Con todo, esto sólo sirve para juzgar una actividad humana perteneciente al pasado. Pero respecto del valor mismo del producto, las cantidades de bienes empleados en conseguirlo no tienen ninguna influencia determinante ni necesaria ni inmediata. Es también insostenible la opinión de que las cantidades de trabajo o de otros medios de producción necesarios para la reproducción de los bienes son el factor determinante del valor de éstos. Existe un gran número de bienes que no se pueden reproducir (por ejemplo, objetos antiguos, cuadros de los viejos maestros, etc.). Hay, pues, una serie de fenómenos de la economía nacional en los que podemos observar que ciertamente tienen valor, pero no la posibilidad de reproducción y, por consiguiente, el principio determinante del valor no puede ser un elemento vinculado a la reproducción. La experiencia enseña asimismo que el valor de los medios de producción necesarios para la reproducción de numerosos bienes (por ejemplo, rehacer vestidos pasados de moda o máquinas anticuadas) es mucho mayor que el valor del producto mismo, mientras que en algunos casos es inferior. Por tanto, ni la cantidad de trabajo requerida para la producción o reproducción de un bien ni otros bienes constituyen el factor determinante del valor. La medida viene dada por la magnitud de la significación de aquella necesidad para cuya satisfacción dependemos y sabemos que dependemos de la disposición de un bien, ya que el principio de la determinación del valor es aplicable a todo fenómeno de valor.
El punto que se le escapa al autor es que el valor al que él se refiere es el valor de uso y el valor de cambio que aquel determina inmediatamente o a corto plazo, pero precisamente de lo que se habla es del valor marxiano, o sea, el tiempo de trabajo socialmente necesario (importante aclaración: no se habla del concretamente utilizado en el bien), y la consideración del primero no sería incompatible con la determinación del valor de cambio a largo plazo por la cuantía destilada del trabajo, o sea: el tiempo de trabajo, precisamente porque éste puede y debe darse dentro de los márgenes superiores de precios que satisfagan los valores de uso (cosa que Marx consideró, aunque en bruto). Volvamos entonces a lo que plantea sensatamente este marginalista y veremos por dónde puede resolverse la aparente contradicción. Lo siguiente a la cita me parece un buen resumen de la cuestión y que deja abierta la puerta a una solución: "Carl Menger plantearía el hecho, ya parcialmente reconocido por Marx, de que el valor social de una mercancía no reproducible mediante el trabajo depende, con independencia del esfuerzo para haberlo creado, de sus valores de uso en términos marginales según la escasez y por ende no de la cuantía de trabajo socialmente necesaria para crearlo, siendo dicho bien capaz, dentro de una sociedad mercantil, de expresar su valor social en un precio a pesar de no representar dicho valor ninguna forma de sustancia común en el intercambio. Para Menger esto implica que si el determinante real del valor de este tipo de bien es la utilidad social y no el trabajo mínimo necesario cristalizado en el mismo, puede explicarse de la misma manera cómo se genera el precio o valor de cambio en el caso de los bienes reproducibles. Y en tanto que también en dicho caso la interrelación de valores subjetivos de uso debería ser el determinante del valor social de los mismos, entonces sólo recién desde allí cabe averiguar cómo se expresan los costos y las cantidades de trabajo a través de ellos, y no a la inversa."
Bueno, pues bien, quizá esto se pueda lograr. La primer forma de aproximarse al problema podría ser la siguiente: que las relaciones sociales tienen sus propios costos marginales objetivos y que, en consecuencia, no sea la escasez relativa de, por ejemplo, los arquitectos potenciales respecto de los albañiles potenciales, lo que explique el diferencial de ingresos entre unos y otros, sino el tipo de relaciones que establecen entre ellos (o entre ellos y los inversores en la construcción). Estas relaciones serían la causa de que sea el mismo ratio arquitectos/albañiles necesarios para la construcción el que genere capacidades disímiles para la movilidad social, que fije a unos en situaciones de mayor poder de negociación y mayor capacidad de adaptación que los otros (creando así un número de potenciales arquitectos mucho más reducido que de albañiles), y así ambos realimenten su posición en la división del trabajo y su codependencia en la misma. Debemos recordar que a diferencia de lo que sucede entre verduleros y zapateros, los empleadores y asalariados tienen intereses en pugna respecto a sus ingresos ya que ambos están interconectados en el momento de la producción. En este caso los costos sociales marginales de los dos polos de la relación de trabajo asalariado (ingreso por venta de fuerza de trabajo y ganancias luego de la venta de lo producido con el concurso de esa fuerza) ya no serían sólo diferentes por una cuestión de escasez relativa generada por las mismas, sino por las restricciones que imponen las formas de subsistencia que implicarían esos diferenciales y que además se potencian mutuamente en tanto opuestos. 

Además, quizá -y esto también lo intuyo- se deriven consecuencias clave del hecho de que el dinero tiene utilidad marginal decreciente, entre las cuales esté el que la existencia de un mercado de trabajo de obreros sin capital genere una situación de dependencia unilateral, o sea de explotación, que se realimente a sí misma. En otros términos: la creación de un círculo vicioso en la relación dual entre trabajo asalariado y capital que lo emplea, se explica en tanto ésta genera una situación crónica de mayor desutilidad marginal de los asalariados respecto de los capitalistas. El poco tiempo del asalariado en agotar los medios de subsistencia, en comparación con los del capitalista (cosa reconocida indirectamente por Böhm-Bawerk), podría incluso explicar que el mercado de trabajo tenga a los obreros en esta situación de dependencia unilateral (pero no respecto a los capitalistas en sí, sino al capital en su conjunto), cuyo límite logre que el precio de su tiempo de trabajo equivalga al tiempo necesario para sustentarlo concretado en los bienes de consumo que requieren durante de ese tiempo (esto último probaría no sólo la existencia de explotación sino que esta se da en la forma concebida por Marx).

Por último, pero no menos importante, es el probable hecho de que el interés subjetivo en un bien en tanto mercancía deba compararse en una forma particular y distinta respecto del bien en tanto objeto de consumo (comparación que podrá ser ordinal entre los austríacos y cardinal entre los neoclásicos, da igual), ya que el interés subjetivo en un bien en tanto mercancía remite a su carácter objetivo de capacidad de intercambiabilidad, muy distinto a su uso final que es subjetivo en sí mismo (aunque lo fuera a su vez por causas objetivas, cosa que, como mencioné antes, es un tema aparte). Es esta valoración mercantil del bien (ej: el último caramelo marginal para un quiosquero en tanto vendedor) la que debe tenerse en cuenta por encima del que podría existir por éste respecto de su uso final, ya que una vez que se ha comenzado a operar en un mercado en el que no se puede subsistir en forma autárquica, de la venta de dicho bien depende la entera existencia de quien la requiere para su subsistencia mientras que la valoración marginal del uso final de la mercancía ha caído hace rato a cero para su vendedor (para el quiosquero, el caramelo, en tanto objeto de consumo final, se ha vuelto hace rato un bien superabundante como el aire), y éste es el caso de los mercaderes, o sea, de todos nosotros en la modernidad, ya que todos estamos integrados como sociedad a través de la expectativa mutua de establecer etéreas relaciones de intercambio (o dicho con las palabras de Adam Smith: "el hombre vive así del cambio convirtiéndose en mercader, y la sociedad misma se vuelve una sociedad mercantil"). Así, podemos ver cómo a través de la teoría subjetiva del valor puede explicarse que en dicha sociedad termine operando una teoría objetiva del valor (sea ésta cual fuere: no voy a discutir aquí si la interpretación marxiana es la correcta). A menos que se pretenda escapar al problema considerando que el precio se forme sólo por el lado de la demanda, está claro que los límites inferiores del precio a negociar provienen del lado de la oferta. Si ésta es objetiva, y además no psicológica, entonces, de la explicación marginalista del origen del interés del capital ya podríamos ir eliminando la cuasi mítica "postergación del consumo" o "valuación del riesgo" (y demás padecimientos que parece sólo sopesa una minoría de la población), e incorporar criterios más razonables, criterios que probablemente develarían que los margenes de reinversión del capital se forman por cuestiones estructurales (lo que explicaría que la tasa de ganancia orbite siempre alrededor de un nivel histórico) y que el ingreso del capitalista se deduce recién de aquél. Los criterios para decidir invertir sólo en caso de ingresos tan altos tienen más que ver con que el mercado se lo posibilita, forzándolo a competir sólo con otros empleadores y no con una infinitud potencial imaginaria que lo reemplace inmediatamante

Nada de esto excluye que el interés del capital sea afectado por una ganancia extraordinaria debido a la actividad empresaria (o ganancia empresarial propiamente dicha), cuestión muy bien desarrollada por Schumpeter y luego revisada por otros autores, como el austríaco Kirzner y el marxista Sweezy. Pero el punto al que habría que llegar es que, si bien es cierto que, como dice Rallo, el interés en sí no sería explotación, el interés capitalista sí lo es: la relación social entre propietarios de medios de producción y trabajadores que necesitan esos medios para subsistir, crea las condiciones para que el obrero acepte una tasa de interés del capital (o sea: una deducción de lo que obtendría en el futuro por el precio de venta del producto, a cambio del adelanto de dicha venta en forma de salario). Estas tasas de interés, generalizadas, crean la situación general de dependencia por la cual los asalariados deban seguir aceptándola en el futuro, y estas nunca caen por debajo de cierto límite, con lo cual la tasa de capitalización se detiene siempre unos pasos antes de que el porcentaje de asalariados se reduzca de cierto límite, con lo cual nunca llega a dar en forma permanente una posibilidad creciente, para el resto de la población, de crear una empresa por su cuenta o de que convenga incorporarla en forma de socia en las existentes (la porción que logra entrar a la clase capitalista lo hace sólo con una ganancia extraordinaria producto de una exitosa actividad empresarial, pero ésta reduce aun más la tasa de ganancia para la competencia, quitando del mercado a una porción equivalente de otras empresas y manteniendo fijo el famoso ratio de tipo paretiano entre empleadores y asalariados). Desde una síntesis marginalista-marxiana, el hecho de que los ingresos del capitalista nazcan del interés no refuta sino que explica la explotación misma: en estas condiciones sería el interés mismo la mediación necesaria para que la explotación se realice. Descontada la actividad empresarial, la única causa del ingreso del capitalista es su propiedad. Que el valor de una propiedad moderna, burguesa y fungible, depende de la utilidad que dicha propiedad genera, o sea: que esta propiedad posibilita en primer lugar la utilización adecuada o la misma creación de ese bien, no implica que esto no se de en unas circunstancias dadas, cuyas condiciones para que suceda son creadas por el sistema, la sociedad mercantil o capitalista, del que esa misma propiedad es parte. La necesidad de tener a seres humanos como representantes patrimoniales de los capitales, de las tierras y de la fuerza de trabajo, es meramente una eventualidad histórica, producto de un sistema cuya institución elemental es esa misma forma de propiedad. 

Y, algo más, en conexión con lo anterior: unos mercaderes (los asalariados) están más cerca del hambre que otros (los capitalistas), y esto no obsta para suponer, como erradamente hacen tantos "economistas heterodoxos", que el salario no varía como resultado de la tasa de capitalización. Precisamente la dependencia (colectiva) es respecto al capital por entero (que no opera como una entidad colectiva), con lo cual la necesidad del mismo respecto al trabajador marginal también depende de la competencia entre capitales por la misma mano de obra. Sin embargo, y por lo antes dicho, una cosa no anula la otra: la dependencia unilateral entre "capital" y "trabajo" existe al mismo tiempo, o, puesto en otros términos, la interdependencia observada por el marginalismo no contradice la diferencia sistémica entre una y otra forma de dependencia. 

Cómo es que todos estos ingresos y precios se forman, y cómo se calcularán, será, obviamente, la tarea que cabrá a quien intente seguir este sendero, a otro tipo de economistas si acaso es posible, pero sin duda será el requisito para corroborar empíricamente esta posible solución al ya gastado problema sin salida de un marginalismo con pies de barro para explicar la fuente de los ingresos, y un marxismo a espaldas del cálculo económico para explicar la cuantía de los mismos.
En resumen y para finalizar: debería poder integrarse al marginalismo una explicación del modelo D-M-D, y viceversa integrar dentro del marxismo las muy concretas determinaciones de utilidad y desutilidad marginal. Sin ir más lejos, los tres puntos que acabo de mencionar en términos marginalistas son bases que explican la teoría del valor-trabajo en Marx, y la forma marxiana de concebir que la competencia opera acercando los precios relativos a los tiempos de trabajo relativos encaja perfectamente con la visión neoclásica del mercado de cómo estos precios se adecuan a escaseces "naturales" (i.e. las condiciones naturales que determinan los recursos disponibles, las únicas que ésta considera como no "limpiables" por el mismo mercado).

Para terminar con el punto de la ligazón que el marginalismo generó entre la teoría economía contemporánea y el foco en la circulación antes que en la producción. Me gustaría recordar que el propio Carl Menger llegó a agregar un apéndice a su reelaboración de la economía política en el que se adelantaba a Karl Polanyi (y este mismo lo cita) en favor de una posición similar a la opinión de Joseph Schumpeter sobre el Methodenstreit: una síntesis integradora de las explicaciones teóricas e históricas de la economía a diferentes niveles: el nivel formal de la economía (la "capa baja") operando con reglas autónomas dadas ciertas condiciones históricas o geográficas, y el nivel sustantivo subyacente (la "capa alta") que puede o no articularse con aquél. La aproximación final de estos tres autores al problema tiene muchos puntos de contacto con lo dicho aquí, aunque ninguno de estos llegó a proyectar un paradigma integrador. 

Toda la ciencia económica posterior a estos autores omitió su crítica al formalismo económico en vez de intentar refutarla, y así apuntaló el fin del estudio de la "economía política" (política aquí debe entenderse en el sentido clásico del término como "las formas instituidas y mutuamente obligatorias de cierta forma de vida social") y su reemplazo por el estudio de la "economía" a secas, llamada despectivamente por Marx como "vulgar" ya en sus orígenes (Say, Malthus, Carey, Bastiat, etc.), en una forma que, aunque clara y fundamentada, no dejaba de ser bastante injusta y que preludiaría la actitud de negación frente a la revolución marginalista.

Fe de erratas por adelantado: probablemente se pueda encontrar en esta exposición algún atajo mal tomado en el razonamiento, alguna deducción deshilvanada y hasta quizá uno que otro serio error conceptual o de interpretación respecto a las doctrinas económicas citadas. Me disculpo si ese es el caso, pero intuyo muy probable que estos posibles accidentes no serán fronteras insalvables, y que el todo de mi posición se podrá sostener haciendo los ajustes correspondientes. Reconozco estoy muy oxidado en estas cuestiones, y hace rato que no leo una hoja escrita por un economista de la corriente que fuera, pero creo recordar lo suficiente. Dicho esto, apelo a la buena voluntad de mis sufridos lectores.



A manera de adenda a este artículo publiqué un extenso posteo que se puede ver aquí.