sábado, 23 de enero de 2016

P.K.D



El explorador de la conciencia se perdió dentro del laberinto.
En 1974, tras los años de vagabundeo espantoso, tuvo una experiencia mística, y hasta el momento de su muerte se preguntó si era un profeta o el juguete de una psicosis paranoica, y si existía una diferencia entre ambos.

E. Carrère


La biografía de Carrère del escritor norteamericano Philip Dick –el que tal vez sea el mejor autor de ciencia ficción en todo el nuevo mundo– es comparable, por la doble importancia del biografiado y del biógrafo, a la de Lovecraft realizada por Houellebecq. Pero sólo por eso. Las diferencias son muchas y sirven como método de contraste para describir esta obra. En aquella el personaje merece interés como emergente sociológico, y gran parte de su dignidad es recibida casi como un premio moral por cargar dentro de sí la zona gris de ese océano de realidad y, sin quererlo, develarlo. En ésta, en cambio, es el mundo el que empieza a cargarse de sentido sólo con la existencia de la persona, y sólo desde ella. La biografía de Houellebecq parte de lo individual para llegar a lo social, objetivando la tragedia. La de Carrèrre hace el viaje inverso, subjetivizando el mundo. Aquella es un homenaje; aquí nos enfrentamos a un descubrimiento. Lovecraft estaría, mejor y más conscientemente que nadie, en el mundo. Dick, descubrimos, no está en el mundo, porque pareciera que el mundo está en él.

Acertada e inteligente, esta biografía novelada de Dick genera tal vez más intriga que leer una de sus novelas, y no sabemos si no es ésta la más surrealista. Lo que resulta sin duda más exasperante es el empezar a darnos cuenta que, en algún momento y sin saberlo, hemos aceptado las reglas del juego: es esta misma irrealidad la que torna real la textura de sus fantasías. Estamos entrando en el mundo de Phil. No hay tiempo para que este solipsismo personalizado nos impresione como mesiánico, ya que cuanto más sabemos de él, más la biografía nos introduce, casi en primera persona, en su retorcida lógica, esquizofrénicamente coherente, escurridiza y difusa. Dentro de ésta empieza a perder sentido la cuestión de buscar la salida, y ya poco importa cuánto hay de cierto en la historia. La autorreferencia es la realidad.

La vida y las obras de PKD se desenvuelven en un clima de pesadilla paranoide, a la vez opresiva y liberadora, donde los muros se desmoronan pero al mismo tiempo aplastan en el proceso. El mundo se convierte en una broma lisérgica: un simulacro dentro de otro que termina, como en una obra de Escher, en que la realidad tampoco existe: la penúltima realidad que engloba a todas las demás es, al mismo tiempo, una pequeña caja dentro del más pequeño de sus escenarios ficticios.

Leer a Dick nos revela que, salvo tal vez con la excepción de un Matheson, él es el origen de todas las imágenes mentales del futurismo fantástico en la cultura americana. Leer a Carrère hace más entendible el porqué.

A la edad de 23 años se publica su primer cuento “profesional”. Se titulaba Roog: “En este relato un perro persigue a los basureros ladrándoles porque ha intuido que no son verdaderos basureros, sino extraterrestres que primero recogen y analizan los desechos de los terrícolas para luego, según se adivina, terminar recogiendo a los mismos terrícolas”. Esta ficción, como es predecible, sería sólo el comienzo de su posición ante el mundo.

Dick, por ejemplo, se desquitaba en sus historias contra la adiestrada certeza de los psiquiatras. En una de éstas un profesional intenta convencer al personaje principal de estar sufriendo una patología llamada “síndrome de aislamiento”. El paciente cree estar descubriendo que su apacible vida en un pueblito de los años cincuenta no es más que un montaje, una escenografía cerrada, tal vez una reconstrucción histórica o el intento de tal, mientras que el psiquiatra, también prisionero, en vez de pensar si algo de lo que escucha es cierto o falso, sólo intenta descubrir un síntoma. Mientras tanto, desde fuera, seres del siglo XXIII se ríen a carcajadas viendo el irónico espectáculo.

Más tarde repetiría esta idea, pero con un giro inquietante: en vez del “todos lo ignoran excepto él” sería “todos lo saben excepto él”, y así crearía el argumento con el que estamos familiarizados a través de íconos culturales como The Truman Show. A lo largo de los años, el tamaño del engaño aumentaría en complejidad y en naturaleza, hasta abarcar a todo y a todos. Pero esto, descubrimos a su vez, puede que finalmente no sea lo más original. Lo que lo hace tal es que, parece ser, para Dick esta situación se aplicaba a sí mismo y, lo que es todavía más importante, que a pesar del contexto, a pesar de la conspiración, el diagnóstico del psiquiatra no sería errado: la causa de poder ver el mundo como es nace del hecho mismo de no querer verlo como es. Su inmadurez residiría, desde el principio, en que, en cualquier caso, él no habría querido conocer cuál de entre todas es la “verdadera realidad”, sino encontrar la forma de viajar escapando de una a otra.

Al antecesor del ciberpunk, sin embargo, negarse a crecer parece que le resultaba bastante cómodo. O al menos así lo sería durante un tiempo. Me permitiré pausar un momento la reseña para citarlo directamente. En un texto declaratorio difícil de encontrar, nos permite vislumbrar entre gracias su inspiración literaria, y su posición existencial ante la vida; especialmente la propia. Si tenemos en cuenta el perfil psicológico que se tiende a suponer de nuestro misterioso sujeto, asombra que de su pluma provenga, para referirse a estas cuestiones, un sentido del humor cuasi alegre... y un sarcasmo doloroso, nada sutil:

He escrito novelas para plantear la pregunta: ¿qué cosa es real? Y he propuesto una buena cantidad de respuestas. Pero en realidad no se trataba de respuestas, eran más bien intentos de investigación de la naturaleza de la realidad. 
Y por último un tipo me escribió para decirme: “Está bien usted ha planteado esa pregunta libro tras libro, ahora escriba un libro y diga qué es real, conteste la pregunta. Diga: las cosas siguientes son reales...
Y yo me dije: “sí, en verdad es algo que debería hacer. En el fondo seguir haciendo esa pregunta se vuelve realmente monótono. Es necesario que revele al mundo lo que es real. Después de todo me he pasado veinte años abocado al problema, ahora debería conocer la respuesta, en realidad”. 
Empecé por plantearme el problema en estos términos: ¿qué cosa es real? Y por último cambié la pregunta: me pregunté ¿quién es real? 
Y miré a mi alrededor, para ver qué partes de mi universo me impactaban como reales, y por reales quiero decir convincentes... No sabía con exactitud lo que yo quería decir. Sucede simplemente que hay ciertas personas que me impactan como seres reales, mientras que otras parecen carecer de realidad para mí. Hay personas que son muy irreales. 
En mis cuentos la premisa básica predominante es que si alguna vez me encuentro con una inteligencia extraterrestre (llamada más comúnmente “criaturas del espacio exterior”) descubriré que tengo más cosas que decirle que al vecino de al lado. Lo que hace la gente de mi cuadra es entrar el periódico y el correo y alejarse en sus coches. Fuera de la casa no tienen otras costumbres, salvo cortar el césped. Una vez fui a la casa de al lado para comprobar sus costumbres en el interior. Estaban viendo televisión. Al escribir una novela de ciencia ficción, ¿podría uno postular una cultura sobre estas bases? Con seguridad no existe una sociedad semejante, salvo tal vez en mi propia mente. La cuadra en que vivo es una ficción de mi propia imaginación. Y no hay mucha imaginación implicada. 
El modo de evitar vivir en medio de una ficción carente de imaginación es entablar contacto, en nuestra propia mente, con otras civilizaciones que aún no han nacido. Cuando ustedes leen ciencia-ficción, están haciendo lo mismo que yo cuando la escribo; es probable que el vecino de ustedes sea una forma de vida tan extraña como el mío lo es para mí. Mis cuentos son intentos de recibir... de escuchar voces de otro lugar, muy lejano, sonidos muy tenues pero importantes. Sólo llegan por la noche, cuando el alboroto y el ajetreo de fondo de nuestro mundo se ha aplacado. Cuando ya se han leído los periódicos, apagado los televisores, estacionado los coches en sus diversos garages. Entonces, débilmente, oigo voces de otra estrella. (Una vez lo controlé reloj en mano, y la recepción es óptima entre las 3 y las 4.45 de la madrugada.) Desde luego, por lo común no le cuento esto a la gente cuando me preguntan “¿De dónde sacas tus ideas?” Les digo que no sé, nada más. Es más seguro. 
La mayor parte de mis cuentos fueron escritos en una época en que mi vida era más simple y tenía sentido. Podía discernir la diferencia entre el mundo real y el mundo que yo escribía. Acostumbraba trabajar en el jardín, y no hay nada fantástico ni ultradimensional en la hierba mala... a menos que uno sea un escritor de ciencia-ficción, en cuyo caso muy pronto uno está observando a la hierba mala de reojo, sospechando. ¿Cuáles son sus verdaderos motivos? ¿Y quién la propagó originalmente?
Siempre me descubría haciendo la pregunta: ¿qué es realmente? Parece sólo hierba mala. Eso es lo que quieren que pensemos que es. Un día los trajes de la hierba mala van a caer y se revelará su verdadera personalidad. Para ese entonces el Pentágono estará lleno de hierba mala y será demasiado tarde. La hierba mala, o lo que nosotros tomamos por hierba mala, dictará las condiciones. Mis primeros cuentos estaban basados en premisas semejantes. Más adelante, cuando mi vida personal se transformó en algo complicado y lleno de desgraciados recovecos, las preocupaciones acerca de la hierba mala quedaron atrás, en algún punto del camino. Llegué a aprender el hecho de que el dolor más agudo no llega bajando desde un planeta distante; sube del corazón. Pueden ocurrir las dos cosas, por supuesto: tu mujer y tu hijo te han abandonado, y puedes estar sentado solo en tu casa vacía sin ninguna razón para vivir, y además los marcianos pueden abrir un agujero en el techo y llevarte. 

La historia de Philip no termina donde uno imagina que empieza, en una reducción psicológica de la trama. Lo que de pronto aprendemos de él es que nuestra sociedad moderna, desde Descartes hasta Matrix, fue edificada sobre la paranoia. La racionalidad occidental consiste en desconfiar de “malignos” interiores y exteriores: “polis” y “rojos” se disputan la locura para defender o combatir un “sistema”. P.K.D. sólo se divierte haciendo coherente nuestra normalidad beligerante. Y todo esto es lo que Carrère encomienda al lector conozca por su cuenta, para lo cual cualquier otra cosa que diga será adelantar demasiado.

Dick es probablemente uno de los más importantes precursores, junto con Lem, de una ciencia ficción que es menos tecnología ficción (Clarke, Asimov, etc.) y más filosofía ficción, por no decir teología ficción. Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos es, casi sin lugar para probabilidades, su mejor biografía.