[Artículo publicado en 2021 durante la Argentina sitiada e inoculada del "tío Alberto"]
La
“anti-política”, los “anti-derechos”, los “anti-vacunas”, la “pseudo-ciencia”,
etc. Todos habremos escuchado últimamente algunas de estas condenas. Nadie sabe
de dónde salieron, pero de pronto y en cuestión de pocos años, grupos políticos
y sectores ideológicos, sean republicanos o izquierdistas, lean La Nación o
Página/12, siempre todos ellos “progresistas” y “bienpensantes”, los hicieron
emerger de su fango como hongos conceptuales. Estos anatemas los repiten de uno
a otro bando como pecados capitales. En principio, suenan bastante estúpidos.
Se difunden con tal prepotencia entre ciertos públicos, que intimidan al oyente
medio. Si se dicen con tanta seguridad, y si el que las recibe no termina de
entenderlas o no ve argumentos para defenderse de ellas, seguramente sienta
que, finalmente, estas condenas no sean una total imbecilidad. Terminará
pensando que, bueno, alguna razón habrá en cazar brujas con nombres tan tontos.
Que un gobierno, para diferenciar a sus seguidores de los que no, llame a
grupos enteros de personas como si estuvieran hechas de una suerte de
anti-materia ideológica, quizá esté justificado. ¡Quizá –pensará el votante
escéptico– hasta el imbécil sea uno mismo! En reacción se pondrá a la
defensiva: “yo no estoy contra la política”, “yo no soy anti-derechos”, “no
estoy en contra de todas las vacunas”, “lo que digo es científico”, etc. (No
sabrán contestar algo como: “soy pro-economía y hay algo peor que la anti-política: tu política”, “así es, busco abolir tus mil y un derechos sobre mi bolsillo
y mis hijos”, “mi cuerpo no está al servicio de tu salud” o “me hablás de una
ciencia cuyas conclusiones vos despreciás si no les bajás línea política”.)
Las
excomuniones ideológicas hechas contra los “anti”, provienen, en general, de
todo el abanico progresista, pero, en particular, de cierta izquierda oficial,
que las reitera (generalmente en forma selectiva, a conveniencia) con una
monotonía que pareciera no hacer desconfiar a nadie. Por lo pronto, entonces,
concentrémonos en esta última, que es la que apunta a controlarlo todo, a “ir
por todo”, en la forma más bruta, con la política gubernamental apropiándose de
toda la vida económica que se encuentra fuera de ella. Del abanico progresista,
la izquierda oficial es la que explota los argumentos más radicales, con lo
cual es la que a veces –y bastante seguido de hecho– puede darse el lujo de
echar por la borda al lyssenkoismo de género para resucitar viejas políticas
positivistas de darwinismo sexual a escalas impensables incluso para H. G.
Wells: desde enviar homosexuales a campos de concentración o, como hoy mismo, que
en versión bananera el dictador venezolano mande a las mujeres a ¡ya! ponerse a
“parir” futuros “soldados de la patria” porque “para eso están hechas”.
(Excurso: vale mencionar, sin embargo, que el “inclusivo” progresismo de
nuestros “humanitarios” socialdemócratas, no se ahorra argumentos eugenésicos y
malthusianos a la hora de justificar el aborto; no les tiembla el pulso al
justificar sus eutanasias preparto con el “salvar de nacer” a hijos con
síndrome de Down o futuros pobres).
La
izquierda oficial, o sea, la anti-capitalista que tiene como referente a los
países remanentes del modelo soviético, es la que más explota el recurso a la
apología de esta “política pura” (ya parecen no ser necesarias las excusas
marxistas-leninistas, las “dictaduras del proletariado” y los estatismos de
transición). De ahí que el anatema de la “anti-política”, aunque sea una
defensa del Estado “por el Estado” muy poco marxista, y más cercana a cierto
nacionalismo de derecha, sea a la vez ¡vaya novedad! muy utilizada actualmente
por los intelectuales neo-comunistas lacluacianos, cuyo público apenas puede
seguir el silogismo de un tweet.[i] Decía
Tocqueville que el beneficio, y a la vez el riesgo, de la prosperidad privada
de la mayoría, es no tener que preocuparse más por vigilar a la política o
hacerse cargo de ella. Los que se sienten excluidos o resentidos por una
prosperidad menor que la de otros, prefieren vivir en un estado constante de
politización y pseudo-intelectualidad, aunque no la necesiten. Sin embargo no
hay que confundirse: no hay nada que los politicistas
deseen más para los infieles, que asegurarse sigan siendo una masa apolitizada,
aburguesada y fragmentada, a pesar de que al empobrecerla la fuercen a lo
contrario. Si esas tabulas rasas caen primero en sus claustros, podrán
adoctrinarlas primero. Si se oponen, no sabrán cómo defenderse.
En
Argentina, hoy, los dirigentes e ideólogos de las derrocadas organizaciones
armadas que luchaban por el “socialismo real”, tienen literalmente secuestrado
al Estado, desde sus dependencias hasta sus sindicatos de empleados públicos
(todos son de alineación comunista). Nadie tiene más consciencia de cuál es su
interés de clase que un izquierdista argentino: aumentar el tamaño y el poder
del Estado, y combatir a todo enemigo que atente contra éste. El comunista
argentino actual tiene mucho más claro que los viejos militantes del PC cuál es
la clase para la que se sacrificará, porque es la suya propia: la clase de los
empleados del Estado. Es una clase diversa e inclusiva, cuyos escalafones
bonapartistas van desde lo más alto del nivel salarial hasta lo más bajo del
nivel moral. Bueno, convengamos que no todos pertenecen a ella, pero es un
ideal. Es algo aspiracional.
Sin
duda, todos los rangos de empleo en el Estado son buenos, incluso aquellos en
los que hay que trabajar. Incluso en los que se trabaje produciendo algo.
Incluso en los que se trabaja, se produce algo y ese algo tiene realmente
valor. Ésos puestos son tan buenos que los empleados del Estado siempre
intentan reservárselos a alguien más. Desgraciadamente, la gente que en el
Estado trabaja, produce y hace algo de valor, son en general gente eficiente, y
eso la lleva a ser elitista: a creer en el mérito (son la “meritocracia”). O
son policías, militares, en fin, todos potencialmente “golpistas” y “fachos”,
que hacen el bien mientras sirvan al Estado mismo y no a los contribuyentes
(sino sería un servicio “cívico-militar”). Para servir a los contribuyentes, además,
ya están los contribuyentes. Y como se sirven mucho a sí mismos, se elige de
entre éstos a los que tengan un excedente, para que sirvan al Estado.
Recordemos lo que enseña el manual: los contribuyentes no tendrían nada si no
fuera por el Estado. No porque proteja “reglas de juego” ni “libertades
económicas”. Todo lo contrario. Los contribuyentes tienen lo que tienen por el
control que el Estado tiene sobre las corporaciones, que son su único enemigo.
Los empresarios son la “política” tras la “anti-política”. Su interés es que la
gente no tenga nada y ellos todo. Hasta aquí, la descripción del chavista
criollo promedio respecto al funcionamiento del sector privado en un sistema
capitalista… y no se intente razonar más lo anterior: les aseguro que es literalmente
imposible.
Si
sus hijos militan así, para salvar la “política” de la “anti-política”
defendiendo a cuanto ministro y funcionario tenga cierto específico gobierno,
de nada hay que preocuparse porque, de cualquier forma, “todo es político”.
Algo así como decir que “todo es robo” para justificar poder robarlo todo. Esta
consigna totalista de lo político, con una u otra variante, es la excusa
recurrente del totalitarismo, desde los jacobinos y los bolcheviques hasta el
feminismo supremacista. Hay que tomarse esta locura muy en serio, ya que
implica, literal e invariablemente, que no existe espacio privado (ni ninguna
otra cosa, vale agregar, lo cual es de por sí una afirmación bastante idiota
que desdibuja lo político o el poder: si todo es poder y política ¿sobre qué actúa
el poder y la política?), o bien implica que las relaciones privadas son
relaciones de poder. En cualquier caso, si se considera como acción política a
toda la vida privada, pública, civil y cultural, dicha vida se vuelve sujeto de
regulación por el verdadero monopolio del poder político que es el Estado, ya
que de otra manera éste perdería su propia autoridad como tal. Y la
intervención de la coerción en todo el cosmos social y cultural no será
lamentado por quienes han politizado tanto su vida que no ven otra cosa, puesto
que se habrá partido de la presunción de que toda la existencia vital
sociocultural ya se encontraba no sólo contaminada sino que enteramente fundada
sobre el poder. Esta idea izquierdista se encuentra, sin embargo, en la
antítesis de la visión de Marx de la sociedad y hasta imposibilita el análisis
socioeconómico del capitalismo. Es una noción ligada, en cambio, a la clásica
visión schmittiana y voluntarista de la política, que omite la existencia de
condiciones y determinaciones necesarias para el poder por parte del espacio
público civil-económico, que es lo que genera al Estado de derecho. Según esta
visión, la sociedad, o está controlada políticamente por los políticos, o está
controlada políticamente por los empresarios (o cualquier otro sector). El
planteo olvida que esto último requiere también usar el poder del gobierno, y
que hay que aclarar cuál es la causa de que dicho poder sea un problema. Pero
dejemos estos sofisticados detalles intelectuales para un futuro artículo. En
sus pocos y breves razonamientos, la virtuosa “democracia” se reduce a esto
poco más. Se nos dice que, al fin y al cabo ¿no son los políticos la única
clase que votamos? Ahora bien, si los empresarios fueran electos ¿encarnarían
los intereses de la población civil? Podemos dudar que algún defensor del
politicismo admitiría esta sacralización por la vía democrática del sector
privado, pero entonces… la cuestión no es la elección. ¿Cuál es el criterio?
Los políticos no son defendidos como distintos y superiores a los empresarios
por su elección, sino por su naturaleza. Entonces ¿qué es un político?[ii]
Bobada
uno sobre la clase política: “si los votamos y tienen un poder sin frenos, son
nuestros”. Curiosamente, también se dice que pueden obrar en su interés, pero
nunca al servicio directo de sí mismos sino de otros, y que al hacerlo no
estarían siendo “propiamente políticos”. La política propiamente dicha se
reduciría a aquella en la que nadie tiene poder sobre el político, se nos dice
¡sin mencionar que el poder político, para ser propiamente político, no puede
estar, en sus límites y funciones, autodeterminado por el político!
Precisamente ésa es la diferencia entre, por un lado, la política, que es la
delegación (no la entrega) del poder a agentes legalmente condicionados para
ello para ocuparse de los bienes públicos cuando generan conflictos de intereses,
y, por el otro, la simple tiranía. Pero parece que ni los derechos civiles ni
la voluntad democrática cuentan como límites tampoco. Bobada dos: “son los
únicos con intereses en cuidarnos”. Esta frase es de una servilidad casi
degustable. Los políticos, cuando pueden sacrificar nuestros derechos
individuales a metas colectivas, nos protegen de los empresarios, de las
epidemias, de las discriminaciones, de las “fake news”, incluso hasta del
propio egoísmo. Pero cuando ya no nos queda nada que consumir, ni salud que
cuidar, ni formas de vida para valorar, ni periodismo para realizar ¿qué nos
queda salvo el altruismo de sentirnos realizados en el éxito económico, en la
salud, en el orgullo, en la capacidad y la voluntad de decirnos la verdad de un
funcionario público?
Literalmente,
éstos son los pasos mentales de su marxismo de juguete para angelizar la
política. Vale la pena dar estos siguientes baby
steps sub-intelectuales, porque ni Marta Harnecker –o Honecker,
nunca lo recuerdo bien– podría haberlo planteado peor: si los políticos ya no
sirven a la protección de los intereses privados ¿a cuáles podrían servir? Si
no queda otra clase a la cual servir, y, mejor todavía, si se encargan de
acabar con las clases sociales ¿quién quedará para servir? Sí, la respuesta es:
“el pueblo”. El “pueblo”, entiéndase por éste: todos los que no tienen
propiedad, o tienen tan poca que ¿para qué intentar beneficiarse de ella? El
pueblo es, en principio, un sector recortado de la población: una gran masa que
no tiene intereses privados sino colectivos. Sus intereses privados, si se
liberan, se perjudican mutuamente, y sólo unos pocos terminan ganando (ricos),
dejando a la mayoría sin nada (pobre). Sus intereses personales es algo de lo
que no pueden encargarse. Para eso está el Estado, con lo cual la única forma
de que se realicen los intereses personales de todos, es que todos sirvan en
cuerpo y alma al interés colectivo del Estado. Y es por eso que hay que luchar:
para que todos vivan en el hospicio que los políticos en su altruismo intentan
construir cuando tienen todas las empresas en sus manos conjuntas. Esa es la
imagen del socialismo que tienen, y el faro por el cual llevar a sus
revolucionarios al poder. Y cuando miran al capitalismo, ven el cuadro de
principios del siglo XIX en el que “los asalariados no tienen más que a su
prole, y además son la mayoría”, aunque sean sus militantes quienes reviven
aquel mundo con sus “repúblicas populares”. En su caso, sin futura sociedad de
consumo, sólo de racionamiento.
En
estas fechas se cumple un siglo en que dos economistas, apellidados Mises
y Brutzkus,
denunciaban ¡por separado! (uno en Austria y el otro en Rusia) que el
socialismo se reducía a ser un colectivismo político de partido que obtenía
posesión de todo mediante su dirección militar o mediante el Estado. Ayer
recién, la izquierda de los partidos comunistas les gritaba a coro que
semejante acusación era falsa. Hoy, esa misma izquierda afirma que ése es
precisamente su propósito y se vanagloria de ello. Todavía no sabemos si su
binomio de sociedad penitenciaria y estatismo general es el socialismo real, pero queda claro que ese
socialismo es realmente
en el que estaban pensando.
Un
tercer economista, y sociólogo, apellidado Weber, hace casi
exactamente el mismo tiempo y un poco más, le daba más oportunidad a la palabra
“socialismo”, pero afirmaba que la única “sociedad” que puede extraer utilidad
personal de los bienes colectivos para uso directo de individuos concretos, es
la sociedad política,
ejército incluido. Que, por tanto, el “socialismo” no puede ser “de Estado” y a
la vez de todos, o puede serlo salvo para unos pocos jerarcas. Ayer recién, la
izquierda bolche le reprochaba no entender la transición socialista al comunismo.
Hoy, esa misma izquierda en versión “siglo XXI” ¡le contesta que sus políticos
se enriquecen porque necesitan tener recursos para luchar por la causa!
El paternalismo delirante de los “populismos de izquierda” ya no es una
ideología provisoria, sino la definitiva.
Volvamos,
pues, a cómo es el mundo en esta estatolatría infantilizada. Sería más o menos
algo como lo que sigue. Existe una clase política servicial, y que además es
servicial por amor (literalmente, sus propagandistas usan este término:
“amor”). Así se justifica sus acciones y el uso discrecional de los recursos
que ha obtenido de la gente. Así se justifican violaciones de las libertades
civiles y empobrecimientos artificiales. Esta clase benefactora es la clase de
los que integran los “gobiernos populares”, cuyos miembros políticos son una
extraña raza que bajó del cielo intelectual de las “universidades”. La clase de
sociología no termina aquí. No nos aburramos todavía. También existe algo
llamado “el Pueblo”, a no olvidarse. Está formado por las “clases populares”,
cuyos miembros son… pues, todos aquellos que los políticos populares digan que
son. Muchas veces se es parte de ese “Pueblo” (con mayúscula, en lo posible)
dependiendo de que se apoye al gobierno popular. Quien no da su apoyo, tiende a
ser un problema: o es una parte estúpida del pueblo, o es parte de un pueblo
estúpido (que hay que “educar”), o sencillamente no es parte del pueblo: es la
parte “no-pueblo” de la población civil, y si se resiste podrá ser condenada
como miembro activo del “anti-pueblo”. Otro “anti”, véase, aunque un poco más
clásico éste: sirve tanto para definir a los “poderes fácticos”, o sea: las
clases altas de cualquier tipo, ya que sino ¿cómo se explica que existan y no
las hayan expropiado? “Toda clase dominante es una oligarquía por el solo hecho
de existir.” Aquí entran las empresas o, para que suenan más malvadas, las
“corporaciones”. Y cuando no queda ninguna gran empresa privada, las “pymes”
son los nuevos “kulaks”, hasta llegar a los quioscos.[iii]
A la larga, cae en la bolsa cualquier persona que cree que sus intereses
privados no pueden estar por debajo de los intereses de los demás, y menos si
los dibuja un gobierno, y que actúe en consecuencia. (También se puede
confundir “Patria” con Estado, con lo cual ya sabemos quiénes son los
“Anti-Patria” y en qué “trabajan” los “patriotas”)
Sigamos:
el “Pueblo”, entonces, será servido, a cambio de que trabaje para sostener a la
raza de los políticos que “gobiernan para el pueblo”. En principio, el pueblo
no deberá hacer mucho a cambio, porque siempre habrá potencial “anti-pueblo”
para hacer el trabajo extra. Veamos los diferentes casos: si se trata de un
miembro de ese “pueblo” que tiene un negocio que prospera (un empresario, un
comerciante), será gracias a que la clase de los “políticos populares” le ha
protegido de los que tienen negocios más grandes que el de él (las
“corporaciones”), con lo cual todo lo que el Estado le saque no puede ser
injusto ni innecesario. Si un miembro de esta población trabaja en relación de
dependencia, y gana más o menos bien, será porque “los populares” lo han
protegido de toda la clase burguesa de los comerciantes y los empresarios,
porque a éstos se les enseña que aquellos también son malos (esto no se le
aclara a los primeros). ¿Qué pasa con los que no tienen trabajo o uno marginal?
Si el miembro del “pueblo” no tiene trabajo, pues el político popular le hará
un favor real. Lo hará con trabajo ajeno, pero lo hará: le posibilitará vivir
sin trabajar. Incluso lo fomentará. Le dirá, pues, que si todavía es más pobre
que los otros dos “beneficiarios”, es porque no ha conquistado suficientes
“derechos”. Cuando todos tengan todos los “derechos”, los asalariados ya no se
dividirán entre, por un lado, quienes son tan tontos como para trabajar
pensando egoístamente que van a ganar más, y, por el otro, quienes ya están al
abrigo del “gobierno popular” sin trabajar. Les dirán que al fin se habrá
logrado llegar a Cuba, paraíso sin caridad pero donde persisten la fe, la
esperanza y el mercado negro. Se les repite que los pobres ya habrán
conquistado todo a lo que podrían tener “derechos”, y un maná de beneficios del
Estado lloverá sobre sus cabezas. Pero para eso aquí falta tiempo: habrá que
sacarle a las “corporaciones” todo lo que tienen, cuyas ganancias no sirven
para otra cosa que para mero lujo de los empresarios, los CEOs, los
capitalistas (son todo lo mismo; a esta altura nadie pretenderá una clase de
economía).[iv]
¿A
quién darle las empresas una vez que se le quiten a los empresarios? Al Estado,
por supuesto, ya que la propiedad privada sólo pueden tenerla unos pocos. No
hay que poner esperanzas en la propiedad privada, ni tampoco pueden ser las
empresas una propiedad de acceso público, ya que sería anárquico. A falta de
propiedad común, toda propiedad debe ser colectiva y del Estado. Para
neutralizar las alarmas, hay que recordar el mantra: si los votantes no están
al servicio de aquellos buenos políticos que siempre ponen al Estado por sobre
cualquier interés y derecho civil, entonces serán votantes traidores que
estarán al servicio de los políticos que dejan el poder a las “corporaciones”.
A votantes de entre 500,000 familias venezolanas sin techo, que festejaron la
victoria de la oposición aparentemente no muy contentas a pesar de los logros
alimentarios y sanitarios del “socialismo del siglo XXI”, el super-bigote de
Nicolás Maduro les contestó por televisión: “Tengo en duda construir viviendas,
porque te pedí tu apoyo y no me lo diste”. Seguramente les castigó por dejarse
engañar por el imperialismo yanqui en vez del cubano.
El
Estado que posee lo que quiere, se encargará de servir al pueblo, porque el
Estado “es del pueblo”. Bueno, en realidad, no, ya que el pueblo podría
servirse como colectividad pero no a sus miembros. Pero eso no importa… la
realidad es que el pueblo no puede poseer nada a través del Estado, y un Estado
que lo tiene todo no puede ser nunca de un pueblo que no tiene nada. Menos un
pueblo que, en cambio, es posesión del Estado. Pero a no entristecerse, porque
ya no hay mentiras sobre la “propiedad de todos”: el Estado socialista está
bien seguro en manos de la clase política (la popular) que brega por los
intereses del pueblo porque lo posee todo, y esa clase no sirve a nadie más que
al pueblo.[v] “Y, profesor, los gobernantes ¿no pueden
servirse a sí mismos con nuestro trabajo? ¿O sólo servir al Estado y no a
nosotros?”. La pregunta se responde sola: “no, porque ése es el discurso de los
‘anti-política’, que sirven a las corporaciones”. Punto. Y mejor que el alumno
no siga haciendo preguntas. Por supuesto, la clase política necesita que
alguien trabaje para poder servir al pueblo, así que ésta deberá obligar a la
población a servir al Estado, que es servir al Pueblo. Realmente a eso o poco
más se reduce toda la argumentación.
Así
es el mundo en el cerebro licuado de sus hijos y de los hijos de aquellos a los
que no han podido reeducar. Me refiero a esos padres reaccionarios que reclaman
patria potestad para que no adoctrinen a sus hijos, porque todavía no creen en
la “vanguardia del amor” y en la lucha contra los “agentes del odio”. Por amor
a los líderes, esos merecen todo el odio popular (entiéndase: el odio de los
“militantes populares”, a los cuales les sobra). Como la fórmula es tan simple,
el objetivo tan decadente y su discurso tan hipócrita, ya no se necesita que
sus fieles sean fanáticos alumnos norcoreanos y cubanos, medianamente
instruidos, o que al menos sepan leer y escribir. Sus actuales alumnos
venezolanos, nicaragüeneses, argentinos, y ahora hasta españoles, pueden ser
cínicos, mentirosos e interesados, porque los “coachearon” para que crean ser
parte de la élite revolucionaria de conspiradores políticos profesionales; y
pueden ser ignorantes, brutos e improductivos, porque en su mayoría no se les
pide trabajar. No hay que equivocarse, pues. Se trata de un problema de
“pobreza relativa”, pero en términos de coeficiente intelectual. Los cuadros
kirchneristas no son especialmente inteligentes: es simplemente que sus bases
son radicalmente estúpidas. Basta con llenarles la cabeza de fotocopias, darles
un cargo en su agencia de colocaciones familiar, y dejarle a ese “núcleo duro”
organizar que lobos disfrazados de pastores arreen a gente desesperada por
comida. Problema resuelto. Un analfabeto funcional es el corolario perfecto de
la doctrina revolucionaria, cuando la doctrina revolucionaria se reduce a
legitimar el clientelismo político generalizado. Si a esto se suma ese votante
de clase media-alta con aires de déspota ilustrado, podemos entender que llegar
a esto no les costó tanto trabajo.
Si
nuestros hijos –piensa el ingenuo votante medio– repiten lo que les enseñan
esos cultivados académicos que son sus profesores de secundaria, entonces
deberá ser verdad. Para eso los manda a la escuela, porque ésta representa el
conocimiento que él no tiene. Allí son imparciales y objetivos. Y, si allí
mismo les enseñan que no hay tal cosa como la objetividad, que la verdad y la
mentira dependen del bando en que se esté y que hay que tomar partido en una
batalla social por los políticos que “representan al campo popular”, que sumar
y restar no es importante, y que reprobar a un alumno es una forma de
discriminación, pues entonces, por algo será. Si el Estado se encuentra
secuestrado, no importa. Como no hay un partido único dirigiendo el país,
cambiándole hasta su nombre y convirtiendo cada dependencia estatal en un
destacamento político ¿dónde está el totalitarismo? Si, en cambio, tenemos una
suma de militantes adiestrados bajo órdenes de una red internacional
organizada, pues entonces no hay nada que temer. Y si acaso alguien teme, se le
contesta: ¿acaso un miembro del Estado debe ser un político sumiso que no
eduque a su pueblo, que no se ocupe de decirle qué es verdad y mentira, que no
responda a Verbitsky y a la dinastía de los Castro? ¿Acaso un miembro del
Estado debe ser un burócrata abyecto que se rige por reglamentos basados en
leyes públicas y códigos, en vez de ser miembro de La Cámpora y servir con
disciplina a la causa?
A
pesar de la sorna, tengo esperanzas en que la manzana podrida les caiga en la
cabeza. No se trata simplemente de que valoren más su vida personal y respeten
la de los demás, esto es: que sean un poco más civiles y un poco menos
políticos; que piensen un poco más en la naturaleza de la economía y no en
hacer un elefante del Estado. No, no se trata sólo de eso. Se trata, además, de
que incluso están dilapidando lo bueno que podría haber en su interés casi
devoto por la política, porque no es precisamente política lo que están
adorando, y no es precisamente un Estado eficiente y subsidiario lo que ayudan
a afianzar. Para eso cerraré este artículo con una recomendación bibliográfica,
que vale en realidad para todos mis lectores, ya que incluso quienes piensan
parecido a mí dudo que hayan sabido cómo contestar a los dislates del
politicismo. Los libros son: Politics:
A Very Short Introduction de Kenneth Minogue y Totalitarianism: Key Concepts In Political
Science de Leonard Schapiro. Quizá entonces se den cuenta de que
son precisamente sus doctrinas totalitarias las que realmente adulteran y
destruyen la misma naturaleza de la política y de lo estatal, en función de la
ideología y de lo partidario.
[i] El discurso de la “anti-política” puede ser
usado por otras organizaciones, movimientos, partidos o dirigentes políticos
ajenos al comunista oficial actual (neo-comunista). Pero tanto el surgimiento
como la funcionalidad coherente del término (y de ahí su tendencia o slippery slope) es hacia la
justificación última de una clase política que debe demostrarse involucrada con
los intereses específicos de una organización que tenga relación, por sus
intereses políticos de largo alcance (racionalizados, cuando son públicos, como
supuestos motivos ideológicos) con la meta final de la realización del
socialismo de Estado o del colectivismo estatal. Esto es: su utilización es
siempre funcional en forma más pura al movimiento comunista organizado, y de
ahí que su surgimiento tenga relación con el mismo y con los frentes de
izquierda dirigidos por los partidos comunistas involucrados realmente con el
movimiento comunista oficial hoy representado por el Foro de San Pablo o el
Grupo de Puebla (siendo siempre la cabeza del Partido Comunista de Cuba el caso
más frecuente, por ser el centro de poder dicho movimiento y de la vasta red de
organizaciones que responden disciplinada e incondicionalmente al mismo). Sin
embargo, recuérdese que dicha funcionalidad es flexible y permite a cada
gobierno tener el ideal último como espada de Damocles y que las decisiones de
política económica en cada caso puedan diferir e incluso ir en contra de la
dirección hacia el colectivismo estatal, siempre y cuando sirvan o sean útiles
a la expansión del poder de estos partidos. En resumen: el ideario socialista
oficial del movimiento comunista actual no es un ideal por parte de los
comunistas, sino meramente el conocimiento de cuál es y en qué consiste la
realización del poder total de un gobierno sobre la economía a manos de sus
propios partidos. Nada más. Si este poder económico estatal omnipotente
perjudica su propia perpetuación –y en general lo hace, ya que, aunque da a su
particular totalitarismo la posibilidad de crear una sociedad servil totalmente
dependiente, también genera economías obsoletas–, o bien perjudica a los países
donde dicho poder se concentra (Cuba) o peor aun “colonializa” con sus agentes
(Venezuela), entonces la dirección hacia dicho poder económico total puede
optar por revertirse, incluso hasta llegar a realizar modelos económicos más o
menos liberales, sea allí donde detenta totalmente el poder, como en China o
Vietnam, moderadamente como en Brasil y Bolivia, o muy limitadamente aun, como
fue el caso en Chile o Uruguay, donde eventualmente ansían volver para
apropiarse del ganado capitalista que ayudaron a engordar.
[ii] Un político no puede ser meramente quien tiene
poder político, ya que la acusación de “anti-política” presume el poder
político de sectores de la sociedad civil, y dicho poder convierte a sus
detentadores en políticos de hecho. Ergo, no todo político es defendido por ser
tal. La política defendida es una clase que no se define tampoco porque sus
miembros sean electos para ejercer el poder político (a lo sumo una condición
necesaria), sino por otra característica que va más allá de ser electo. ¿Qué
hace a la clase política no tener otro interés contrario al resto de la
sociedad salvo aquellos intereses que residen en la sociedad? ¿Los políticos no
tienen intereses privados? Y aun siendo una colectividad internamente
altruista, a su vez: ¿la clase política no tiene intereses colectivos distintos
del resto de la sociedad?
[iii] La angelización de la política en nombre de una
sociedad civil incapaz de tal carácter, se sigue defendiendo en tanto
existente, como incapaz de: ejercer directamente la acción política (democracia
directa), e incluso si pudiera, es incapaz de desprenderse de su carácter
egoísta civil y ser directamente sólo clase política. Esto implica que la
sociedad civil es un rebaño peligroso que debe ser dirigido en forma que sus
intereses particulares no prevalezcan sobre el interés general de esa misma
sociedad civil. Ahora bien: 1) ¿qué hace que los intereses particulares de la
sociedad civil no puedan conspirar contra el interés general que protegerían la
realización de los intereses particulares de todos? 2) ¿Es acaso que estos
intereses no se impongan por sobre las decisiones políticas? Y si es así: ¿a
qué se define cómo imponerse por sobre las decisiones políticas? ¿Detentar
realmente poder político? (si esto es acaso posible: ¿existe un poder fáctico
político por fuera del Estado? ¿o dicho poder fáctico es un factor de poder que
requiere de políticos en el poder del Estado?) ¿O directamente representar un
freno al poder del Estado implica ejercer un poder político que implica la
representación de intereses privados en conflicto? (sea entre sí horizontalmente,
o subordinando unos a otros verticalmente). Véase que la angelización
estatolátrica de la política implica que tal freno es absolutamente
innecesario, siempre y cuando la clase política ejerza su poder sobre todos y
no en beneficio de un interés particular sobre otros. Véase también que el
poder de dicha clase política tampoco necesita limitarse para proteger iguales
intereses particulares, ya que éstos son encarnados directamente por el Estado.
La igualación entre interés público, interés general e interés colectivo se
hace directamente con y en el Estado. Luego: ¿pueden estos intereses
particulares realizarse sin conflicto meramente con esta tutela política? ¿En
qué manera? ¿Por la imposición de una ley que ésta no puede auto-imponerse? ¿O
por su dirección paternalista? ¿Exige igualitarismo? ¿O bien, sencillamente,
los intereses particulares son conflictivamente egoístas no importa cómo sean
articulados y deben ser convertidos en altruistas mediante su subordinación
total a la voluntad de los ángeles que pertenecen a la clase política? De ser
así ¿qué queda de los intereses particulares? Esto implica la animalización de
los individuos que integran, la definición de los intereses (particulares y
generales) de los individuos de la sociedad civil por la voluntad de la
sociedad política, y la transformación de la sociedad civil en un ejército de
subordinados que ya no es propiamente civil, sino exógenamente política, ya que
sus intereses (tanto particulares como generales) sólo pueden ser encarnados
por la clase política y no por sí mismos.
La estatolatría resultante sólo puede ser representada, pues, por un cierto
tipo de políticos. Los políticos que mejor aseguren no estar subordinados a la
posible política externa de los “poderes fácticos” que se encuentran en la
sociedad civil, y que ejercen poder político directamente, sin necesidad
siquiera de detentar el poder del Estado (lo que esta teoría llama
“anti-política”). La atribución de poderes políticos directamente a la sociedad
civil implica que ésta no puede existir libremente y debe ser no sólo
subordinada sino enteramente sometida a la sociedad política al punto de perder
su carácter, que es el que hace posible la existencia de estos poderes
políticos fácticos “anti-políticos”. Véase ya que cuando esta teoría habla de
“anti-política” está diciendo “anti-estatal”, ya que la sacralización de la
política requiere que la política sea ejercida por el Estado y sólo en función
de motivos estatales (altruistas). Se podría decir bien que “anti-política” es
definida no como real no-política (ya que seguiría siendo, de acuerdo a este
planteo, propiamente política) sino como la “ideología de un poder político
ajeno al poder político del Estado”. Pero esta última definición no les es
todavía totalmente útil, y por ende no es el límite de la misma. Debe ir más
lejos. Debe afirmar que la mera existencia de un poder político ajeno al Estado
presupone que el verdadero poder político es el externo y no el que reside en
el Estado. El poder de la clase política estatal es así confrontada con el
supuesto “poder político” de una clase civil, o si se quiere, una cuasi “clase
política no-estatal” (véase: empresarial siempre, ya que el fondo de esta
ideología estatolátrica está dirigido contra una segmentación más o menos
arbitraria de las clases burguesas). Y en esta confrontación, hay dos tipos de
clases políticas estatales: las que se someten al poder de las clases civiles
con poder político de facto (las formadas por políticas sirvientes del
establishment empresario, o constituidas por las oligarquías, y un largo de
etcétera de categorías difusas), y las que lo resisten (las que son parte de
“gobiernos populares”, en contraste con los “anti-populares”, por servir al
“anti-pueblo”, esto es: las clases que perjudican y los individuos que no
defienden a las “clases populares”, cosa que obviamente se define circularmente
por el apoyo a estos gobiernos “populares”, remixes de la sedición más clásica
de las vanguardias comunistas).
Esta resistencia sin embargo no tiene un punto de equilibrio definido salvo por
la utilidad. Si la sociedad civil no tuviera un carácter de necesidad (decidido
arbitrariamente por esta clase política sacra resistente), entonces claramente
no hay ningún motivo para preservar su existencia. Todavía más: el ideal obviamente
deducible es la abolición de todo poder político fáctico ajeno al estatal
sacralizado. Pero, como dicho poder fáctico sólo puede ser removido aboliendo
la existencia de los intereses civiles de los cuales son inseparables,
automáticamente el ideal implica la abolición de toda clase social dentro de la
sociedad civil y a su vez de todo interés privado independiente de la dirección
estatal de la vida civil ya que cualquier “empresario” o “corporación” puede
ejercer dicho poder sin necesidad de que exista una extensa clase constituida
por los mismos. No puede quedar ningún particular independiente, y por ende no
puede quedar rastro ni de propiedad privada burguesa ni de producción mercantil
alguna. Más por cuanto la generación de dichas clases emerge de la actividad
misma de la sociedad civil, que forma pequeñas burguesías, y de éstas altas
burguesías con “poder fáctico” y clases trabajadoras. Ya lo decía Lenin, en sus
cínicos sincericidios, que la enorme fuerza de la burguesía derrocada proviene,
entre otras cosas como su instrucción y dedicación a las técnicas
administrativas, en su continuo resurgir desde los grandes sectores
mayoritarios de la población que conforman el sector privado. La burguesía está
en "la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción.
Porque, desgraciadamente, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña
producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía
constantemente, cada día, cada hora, espontáneamente y en masa". ¡Curiosa
vitalidad para un modo de producción "decadente" al que el socialismo
debería haber superado!
[iv] El ideal es, por ende, un colectivismo estatal o
“socialismo de Estado”. El total control del gobierno sobre la vida económica,
y por ende la subsunción opresiva de lo civil a lo político bajo una tutela
burocrática, sea formalizada (modelo de “socialismo real”) o informalizada
(modelo del “socialismo del siglo XXI”), o directamente su aniquilación
mediante la transformación de toda vida civil dirigida en directamente parte de
la dirección estatal (“comunismo de guerra”).
Todo lo anterior implica que el concepto de “anti-política” como anatema, se
aplica coherentemente contra toda posición que pretenda delimitar desde fuera
al poder económico del Estado, y que implique una posición que ligue la
existencia de una sociedad capitalista con las condiciones necesarias para una
sociedad civil independiente y para la realización de sus fines. El concepto de
anti-política es un hombre de paja destinado a ser utilizado contra el
liberalismo en general como movimiento o como política económica. Estos
movimientos liberales, aun no siendo liberales de mercado o de “derecha”, son
blanco del ataque si acaso tienen entre sus intereses la defensa de los límites
constitucionales al Estado como condición inseparable de una sociedad civil
burguesa y sus consecuencias capitalistas. El anatema de “anti-política”
intenta sabotear las defensas ideológicas liberales más débiles (sean del
liberalismo económico y político, o del liberalismo meramente político con
políticas más o menos intervencionistas), creando un hombre de paja que
confunde al natural anti-estatismo de los liberales (que necesita volverse
anti-gubernamental y ligado a la desobediencia civil, precisamente cuando los
izquierdistas anti-liberales se encuentran al frente del Estado). Naturalmente
las versiones anarquistas del liberalismo (las un poco mal llamadas
“anarco-capitalistas”), son las más fácilmente ridiculizables salvo excepciones
(Hans Hermann Hoppe, David Friedman), pero también las más complicadas de
debatir, porque en éstas la justificación ideológica de la defensa de la
sociedad civil frente a la amenaza de la sociedad política es más firme y
radical. Por eso, lo más conveniente es hacer pasar a todo liberal por
anarco-liberal, y atacar específicamente a los primeros como si se tratara de
los segundos. Esto, claro está, siempre y cuando dichos liberales carezcan de
una sólida formación en ciencia política y de la justificación de una posición
liberal clásica, incluso la minárquica. Si poseen dicha formación, entonces los
argumentos de la “anti-política” enfrentan una posición absolutamente defensora
del rol del Estado, pero siempre para encarnar el interés colectivo de la
sociedad capitalista, asegurando que el Estado, en tanto Estado de Derecho
moderno, proteja igualitariamente el interés público del mercado y el sistema
uniforme de derechos de propiedad y las libertades iguales de uso privado con
base en dicho patrimonialismo, y las también iguales libertades de uso público
para el intercambio contractual (liberalismo económico), que para la coordinación
económica será corolario de una sociedad de mercado (liberalismo económico de
mercado), y que implicará el desarrollo de una lógica capitalista y la probable
creación de clases burguesas que la encarnen y otras que se relacionen con
éstas en forma asalariada en el caso de los capitales que se desarrollen más
grandes que el inicio laboral de la empresa por parte de su creador. En tal
caso, el mote de “anti-mercado” exigirá al izquierdista intentar forzar a que
su interlocutor acepte como dado que la libertad empresarial y la protección de
los derechos de propiedad, implican un poder (político directo) para el
empresariado. Si el liberal conoce claramente la diferencia entre una relación
de mercado y una relación política (de dependencia personal para con el Estado
o “extra-económica” con el Estado), y si al menos se percata de que la
interdependencia entre clases, por desigual que fuera, puede implicar
explotación en términos marxistas, pero no implica poder para imponer
condiciones ni reglas de comportamiento, entonces dicho liberal habrá
contestado perfectamente el mote tramposo de “anti-política” a quien desprecia.
Todavía más estará el izquierdista estatista en problemas, si dicho liberal
conoce el pensamiento marxiano (o peor para el izquierdista, si directamente se
enfrenta a un marxista clásico que no tenga ningún interés en falsear el
pensamiento de Marx para la estrategia de un bolchevismo que rechace o bien del
cual no sea parte). En tal punto las posiciones liberales y marxianas no son
sólo coincidentes: Marx es mucho más extremo aquí que el viejo Smith o el
contemporáneo Hayek. El pensamiento marxiano desarrolla una cosmovisión en la
que la naturaleza misma de la política, sea estatal o no, es una parte de la
alienación social y una representación de la violencia, no sólo de la sociedad
de clases frente a intentos de transformación social, sino en sí misma si se
autonomiza de dichas clases. En Marx la política es, como recordamos,
intrínsecamente violencia y opresión, no importa si se encuentra subordinada a
los intereses de perpetuación de una sociedad con clases o no. Todavía más:
incluso en tal caso de subordinación, el orden social de relaciones protegidas
mediante la violencia estatal, no se encuentran basadas en dicha violencia a su
vez. Ergo: no existe en el marxismo ningún posible “poder fáctico político” en
la sociedad civil sin que ésta se anarquice y la competencia se transforme en
guerra de propietarios, o bien se organice y se convierta en la esclavitud de
una clase por otra. Esto último, de suceder (cuanto más no sea teóricamente, o
en caso de libanización social, creando clases enteramente distintas o
facciones sociales), aboliría toda relación mercantil de trabajo asalariado, y
con ésta toda producción industrial dirigida a mercados de consumo que incluyan
a todas las clases. Y aquí vale que los liberales le admitan a Marx que su
planteo es totalmente coherente y forzado por el intento de comprensión
científica de lo social (demagógico o no al ser riguroso, estratégico o no al
ceder a la verdad). El propio Weber hace un análisis muy similar, lo cual por
otra parte es coherente con la seriedad exigida por aquel mundo académico, muy
a diferencia del caótico actual casi totalmente ideologizado en el ámbito de
las ciencias sociales. Para Marx, la única forma de que un poder fáctico
político exista, es allí donde la sociedad civil se vincula internamente en
forma política (caso de las sociedades pre-modernas) y esto implica, otra vez,
la innecesariedad mayor o menor del Estado (prácticamente inutilidad total en
el caso de las clases estamentales del feudalismo, donde relación económica,
fuerza militar y poder político son una sola cosa, y donde por su ausencia de
bienes públicos monopolizables por el Estado y por la alta presencia de bienes
comunes en el seno de la sociedad, el alcance de la política en sí, como algo
separado de las relaciones sociales personales, es muy reducido). Marx aclara y
reitera que es la sociedad capitalista la que amplía la esfera de acción
potencial del Estado, puesto que ella se define esencialmente por la separación
entre sociedad civil y sociedad política, entre orden de relaciones de mercado
y el orden de las relaciones de poder que imponen las reglas, o hacen valer las
reglas que son específicas para el funcionamiento del capital, lo que no
significa siquiera –ni de lejos– que se trate de invenciones de los
capitalistas o que puedan ser discrecionales, ya que por el contrario éstos
dependen de que dicho marco legal-institucional exista. Para recordar claramente
esto es muy útil releer la apreciación elogiosa de Popper en La sociedad abierta y sus enemigos,
la de Schumpeter en los cuatro primeros capítulos de Capitalismo, socialismo y democracia,
la de Aron en El marxismo de
Marx o la de Roberts en Marx:
cambio, alienación y crisis.
[v] La bastante sencilla relación con el movimiento
comunista organizado y sus partidos políticos: la estatolatría de la nueva
izquierda “populista-estatista” es una estrategia leninista pero que no se
encuentra condicionada a la aplicación inmediata de programas económicos
colectivistas, racionalizados y tipificados por Lenin, que están declarados en
su contenido ideológico. El “neo-comunismo” puede desprenderse tanto de la
necesidad de imponer una inflexible ideología más o menos marxista-leninista
(con la ventaja agregada de no hacer referencias directas a Marx como un todo,
sino a partes y, gracias a ello, poder reducirlo a mera retórica
anticapitalista capaz de ser asociada con este tipo de idealizaciones
estatistas), como de los programas económicos con los cuales terminan asociados
por la presión interna de las competencias internas de los partidos únicos para
la representación y la evitación de su criminalización como traición al
proyecto del socialismo estatal leninista. (Esto no significa que el comunismo
clásico estuviera atado a un análisis social de las condiciones para tomar el
poder ni a una acción política basada en las descripciones marxista-leninistas
de la sociedad; si así fuera ya entonces las contradicciones entre Marx y Lenin
habrían salido a la luz, con independencia de que se crea que la cosmovisión de
Marx tenía un fin diferente al expresado, de cualquier forma el análisis
marxiano se da de patadas con el leninista, y cualquier medida estatista debe
justificarse como transitoria en formas complejas y elucubradas, cosa que no
sucede con Lenin). El estalinismo es la sistematización ad hoc de esta versión
leninista del marxismo doctrinal, adulterada y recortada como racionalización
ideológica. Así el marxismo-leninismo logró crear una ideología oficial sin
valor para la toma de decisiones políticas, ya que sólo tomó del leninismo su
programa estratégico para la toma del poder para los partidos comunistas con el
fin de alcanzar el colectivismo estatal por medios no necesariamente leninistas
(en Lenin, el ejército del Partido organizaba directamente la economía, ya que
su posición sobre el socialismo estatal requería una planificación real y no
una economía monetaria de firmas estatales), y del marxismo ortodoxo tomó la
crítica al capitalismo convertida en ideología y la justificación de una
vanguardia comunista, segmentada gracias a Lenin de forma que su dirección
política también implicara la económica, creando así una economía socialista
basada en un Estado-Partido.