jueves, 21 de diciembre de 2023

Sgt. Popper's Paradox Club Band

El problema es quién decide qué es intolerancia. La parte más floja de Popper -y hay varias- es esta tesis suya, hoy usada por quienes son políticamente intolerantes y quieren suprimir opiniones disidentes, mucho más que por quienes defienden la libertad de expresión... cosa que el propio Popper admitía podría ocurrir usando su interpretación. Nos protegemos mucho más de la persecución política prohibiendo la persecución en sí, e impidiendo constitucionalmente la intolerancia política (dentro y fuera del Estado), que armando dispositivos estatales de persecución política de potenciales intolerantes (potenciales porque no pueden ejercer su intolerancia impunemente salvo teniendo el poder del Estado). Insisto: esos intolerantes no tienen poder salvo al llegar al poder, y cuando llegan al poder disfrazados de tolerantes (y acusando a sus opositores de intolerantes) pueden usar estos dispositivos ya armados para decidir que quienes se expresen en su contra sean los intolerantes. En Venezuela se condena cualquier manifestación de oposición, disidencia y hasta malestar, con 5 a 25 años de prisión mediante la llamada "Ley constitucional contra el odio" (hipócritamente vale aclarar). Ni hablemos de la censura a otras pseudo "intolerancias" en debates historiográficos y científicos sobre sexo, raza, etc., ejercido por los sexistas de género anti-masculino y los racistas anti-blancos. No extraña para nada que a Soros le guste este lado de Popper. Aunque vale aclarar que la interpretación pro-censura de Soros va bastante más allá de lo que Popper afirmaba respecto a quiénes son los intolerantes, ya que éstos deben usar la violencia y no meramente expresar libremente su apología de la intolerancia, la cual a su vez debe ser definida en términos de violencia: https://www.youtube.com/watch?v=hIawGhDxoys 


francisco

@pablo Claro, es una determinación mas o menos axiomática del concepto mismo de la tolerancia desde una perspectiva ética, sin embargo, esta ética puede ser establecida en virtud de su eficacia y eficiencia en las relaciones interpersonales de los individuos, mejor dicho, la mejor forma de resolución de conflictos de interés, tal como pasa en sociedades donde los valores de la vida, propiedad y libertad son fundamentales, son sociedades más desarrolladas, por lo que es menester proteger tales principios para una mejor convivencia.


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pablo

@francisco los valores que usás para delimitar lo que es tolerante de lo que no, podés establecerlo. Pero ése consenso se valida en el pluralismo. Si vos tenés a marxistas y fascistas censurados respecto al debate de lo que es tolerable o no, entrás en el círculo vicioso de privarte de todos los posibles interlocutores con lo cual la validación no se hace pública en el debate sino en base a la coerción y la censura. Precisamente la razón última del pluralismo es que nadie puede estar seguro de haber alcanzado la verdad. Al dejar el monopolio al consenso de lo que es pluralismo, se está minando la idea de falibilidad de ese consenso y la puesta a prueba de aquello que se quiere defender. Se vuelve el autoritarismo del "pluralismo aceptable" y el relativismo compulsivo de un "totalitarismo liberal" para crear un individuo laico en vez de un Estado laico que proteja las confesiones privadas, sean religiosas o ideológicas (cuestión lateral pero no menos relevante: la hegemonía para definir los límites de este pluralismo no la tienen, hoy por hoy, los liberales clásicos, ni tampoco el viejo progresismo socioliberal a veces mejor preocupado que muchos respecto a las libertades civiles... sino los actuales "progres" woke con su "corrección política"... ojo con este cambio en muchos, aunque no todos, de los actuales "liberals" en el sentido norteamericano del término). Por otra parte las críticas antiliberales han sofisticado y no debilitado los argumentos liberales. El propio Popper lo reconoce al citar las contribuciones de Marx en La sociedad abierta y sus enemigos, entre otras obras.


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pablo

@francisco por otra parte, si algo ha preservado los principios liberales de la sociedad burguesa, es que operan, valga la redundancia, en forma principista y no consecuencialista ni se subordinan al utilitarismo salvo en casos de conflicto armado y estados de excepción. Y estos principios no son vagos como se suele creer. La concepción lockeana del derecho es patrimonialista extrema en cuanto a su ontología (a la manera de los liberales de mercado de propiedad privada, en general también libertarios anti-Estado, como el anarquista Molinari). La tríada "vida, libertad y propiedad" no son tres elementos sin definición precisa y puestos en orden de prioridad por alguna vaga intuición, lo cual sería un suicidio de la misma forma que, y no exagero, la interpretación colectivizada de las leyes de la robótica de las que nos alertó Asimov. En Locke, lo que mal llamamos "vida, libertad y propiedad" como abstracciones, es parte de una confusión histórica. La verdadera tríada lockeana es "life, liberty and (land) estate" (o sea: "vida, libertad y hacienda"); las tres como condiciones lógicas para el ejercicio de -y como parte de- la propiedad. "Property" no está dentro de la tríada, sino que es la tríada, lo cual tiene mucho más sentido. La propiedad se define en las relaciones de adquisición e intercambio, y es este criterio de "autopropiedad" lo que define una forma coherente y no contradictoria de conciliar en un mercado a los diferentes propietarios delimitando el espacio legítimo para la vida (no a costa de una vida ajena igualmente delimitada), para la libertad (absoluta dentro de ese espacio privado), y para la tierra (como condición necesaria y límite externo a las posibilidades de apropiación; de ahí el "lockean proviso"). Esta definición patrimonial deja bien claro que no hay violación de la propiedad en expresar ideas contrarias a la propiedad, y que privar de libertades de expresión de un individuo, dentro de sus límites patrimoniales privados (y públicos en tanto se sometan a las mismas condiciones), no puede justificarse jamás salvo como defensa contra una violación real de esta propiedad. Perseguir a los antiliberales para protegerse del riesgo de la proliferación de ideas antiliberales no es sólo algo malo para un Stuart Mill que decía valorar la libre creación de ideas y el derecho de todos a conocerlas, sino que va directamente contra los fundamentos del derecho burgués en su articulación mercantil y patrimonial, o sea: lo que Locke descubrió.


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pablo

@francisco continuando con lo anterior: no por nada las sociedades capitalistas tienden espontáneamente a promover la libertad de expresión. No es simplemente que la propiedad lockeana y su protección constitucional es, en las condiciones de una sociedad mercantil, una condición necesaria para esa libertad de expresión (ya que es posible limitar parte de esta libertad de expresión en lo que refiere a la comunicación de ideas políticas sin poner por eso en riesgo, al menos a la corta, la libertad civil o la vida privada frente al Estado, como demuestran las dictaduras meramente autoritarias y especialmente las de signo económico pro-liberal). Lo que sucede es que esta excepción a la constitución de facto es antinatural al orden burgués y tiende a ponerlo bajo amenaza, aun cuando sus beneficiarios tuvieran un control colectivo más o menos seguro del aparato estatal. El rechtsstaat liberal clásico está siempre en riesgo si no opera mediante un sistema automático de reglas basadas en el patrimonio que articulan una burocracia basada en el derecho sin excepciones. Esto ya lo describía con gran claridad Schumpeter (e incluso antes Weber y hasta el mismo Marx). Ahora estamos en un peligro mucho peor: no la puesta en suspenso del derecho por un gobierno de facto, sino su subordinación al Estado sin eliminar de cuajo el pluralismo democrático, creando un totalitarismo nuevo minando el orden liberal en su nombre, adulterando su sentido y excusándose en la "legitimidad democrática". Todo esto omitiendo la eliminación del pluralismo que es su condición previa y de derechos que son anteriores, tanto para que ésta pueda ser tal como por razones morales de este mismo orden contractual en el que el individuo está primero que la soberanía popular (sólo se pone al derecho por sobre la voluntad democrática cuando esa voluntad va contra los derechos especiales que éstos progresistas crean). Eso es la “Political Correctness”. Y son precisamente sus socios izquierdistas (estalinistas bien entrenados de los PC oficiales) los que la mitad de las veces están tomando el control de ministerios creados por esta arbitrariedad legislativa engendrada en nombre de protegernos de la intolerancia.


 

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Agenda 2020

 [Artículo publicado en 2021 durante la Argentina sitiada e inoculada del "tío Alberto"]


La “anti-política”, los “anti-derechos”, los “anti-vacunas”, la “pseudo-ciencia”, etc. Todos habremos escuchado últimamente algunas de estas condenas. Nadie sabe de dónde salieron, pero de pronto y en cuestión de pocos años, grupos políticos y sectores ideológicos, sean republicanos o izquierdistas, lean La Nación o Página/12, siempre todos ellos “progresistas” y “bienpensantes”, los hicieron emerger de su fango como hongos conceptuales. Estos anatemas los repiten de uno a otro bando como pecados capitales. En principio, suenan bastante estúpidos. Se difunden con tal prepotencia entre ciertos públicos, que intimidan al oyente medio. Si se dicen con tanta seguridad, y si el que las recibe no termina de entenderlas o no ve argumentos para defenderse de ellas, seguramente sienta que, finalmente, estas condenas no sean una total imbecilidad. Terminará pensando que, bueno, alguna razón habrá en cazar brujas con nombres tan tontos. Que un gobierno, para diferenciar a sus seguidores de los que no, llame a grupos enteros de personas como si estuvieran hechas de una suerte de anti-materia ideológica, quizá esté justificado. ¡Quizá –pensará el votante escéptico– hasta el imbécil sea uno mismo! En reacción se pondrá a la defensiva: “yo no estoy contra la política”, “yo no soy anti-derechos”, “no estoy en contra de todas las vacunas”, “lo que digo es científico”, etc. (No sabrán contestar algo como: “soy pro-economía y hay algo peor que la anti-política: tu política”, “así es, busco abolir tus mil y un derechos sobre mi bolsillo y mis hijos”, “mi cuerpo no está al servicio de tu salud” o “me hablás de una ciencia cuyas conclusiones vos despreciás si no les bajás línea política”.)

Las excomuniones ideológicas hechas contra los “anti”, provienen, en general, de todo el abanico progresista, pero, en particular, de cierta izquierda oficial, que las reitera (generalmente en forma selectiva, a conveniencia) con una monotonía que pareciera no hacer desconfiar a nadie. Por lo pronto, entonces, concentrémonos en esta última, que es la que apunta a controlarlo todo, a “ir por todo”, en la forma más bruta, con la política gubernamental apropiándose de toda la vida económica que se encuentra fuera de ella. Del abanico progresista, la izquierda oficial es la que explota los argumentos más radicales, con lo cual es la que a veces –y bastante seguido de hecho– puede darse el lujo de echar por la borda al lyssenkoismo de género para resucitar viejas políticas positivistas de darwinismo sexual a escalas impensables incluso para H. G. Wells: desde enviar homosexuales a campos de concentración o, como hoy mismo, que en versión bananera el dictador venezolano mande a las mujeres a ¡ya! ponerse a “parir” futuros “soldados de la patria” porque “para eso están hechas”. (Excurso: vale mencionar, sin embargo, que el “inclusivo” progresismo de nuestros “humanitarios” socialdemócratas, no se ahorra argumentos eugenésicos y malthusianos a la hora de justificar el aborto; no les tiembla el pulso al justificar sus eutanasias preparto con el “salvar de nacer” a hijos con síndrome de Down o futuros pobres).

La izquierda oficial, o sea, la anti-capitalista que tiene como referente a los países remanentes del modelo soviético, es la que más explota el recurso a la apología de esta “política pura” (ya parecen no ser necesarias las excusas marxistas-leninistas, las “dictaduras del proletariado” y los estatismos de transición). De ahí que el anatema de la “anti-política”, aunque sea una defensa del Estado “por el Estado” muy poco marxista, y más cercana a cierto nacionalismo de derecha, sea a la vez ¡vaya novedad! muy utilizada actualmente por los intelectuales neo-comunistas lacluacianos, cuyo público apenas puede seguir el silogismo de un tweet.[i] Decía Tocqueville que el beneficio, y a la vez el riesgo, de la prosperidad privada de la mayoría, es no tener que preocuparse más por vigilar a la política o hacerse cargo de ella. Los que se sienten excluidos o resentidos por una prosperidad menor que la de otros, prefieren vivir en un estado constante de politización y pseudo-intelectualidad, aunque no la necesiten. Sin embargo no hay que confundirse: no hay nada que los politicistas deseen más para los infieles, que asegurarse sigan siendo una masa apolitizada, aburguesada y fragmentada, a pesar de que al empobrecerla la fuercen a lo contrario. Si esas tabulas rasas caen primero en sus claustros, podrán adoctrinarlas primero. Si se oponen, no sabrán cómo defenderse.

En Argentina, hoy, los dirigentes e ideólogos de las derrocadas organizaciones armadas que luchaban por el “socialismo real”, tienen literalmente secuestrado al Estado, desde sus dependencias hasta sus sindicatos de empleados públicos (todos son de alineación comunista). Nadie tiene más consciencia de cuál es su interés de clase que un izquierdista argentino: aumentar el tamaño y el poder del Estado, y combatir a todo enemigo que atente contra éste. El comunista argentino actual tiene mucho más claro que los viejos militantes del PC cuál es la clase para la que se sacrificará, porque es la suya propia: la clase de los empleados del Estado. Es una clase diversa e inclusiva, cuyos escalafones bonapartistas van desde lo más alto del nivel salarial hasta lo más bajo del nivel moral. Bueno, convengamos que no todos pertenecen a ella, pero es un ideal. Es algo aspiracional.

Sin duda, todos los rangos de empleo en el Estado son buenos, incluso aquellos en los que hay que trabajar. Incluso en los que se trabaje produciendo algo. Incluso en los que se trabaja, se produce algo y ese algo tiene realmente valor. Ésos puestos son tan buenos que los empleados del Estado siempre intentan reservárselos a alguien más. Desgraciadamente, la gente que en el Estado trabaja, produce y hace algo de valor, son en general gente eficiente, y eso la lleva a ser elitista: a creer en el mérito (son la “meritocracia”). O son policías, militares, en fin, todos potencialmente “golpistas” y “fachos”, que hacen el bien mientras sirvan al Estado mismo y no a los contribuyentes (sino sería un servicio “cívico-militar”). Para servir a los contribuyentes, además, ya están los contribuyentes. Y como se sirven mucho a sí mismos, se elige de entre éstos a los que tengan un excedente, para que sirvan al Estado. Recordemos lo que enseña el manual: los contribuyentes no tendrían nada si no fuera por el Estado. No porque proteja “reglas de juego” ni “libertades económicas”. Todo lo contrario. Los contribuyentes tienen lo que tienen por el control que el Estado tiene sobre las corporaciones, que son su único enemigo. Los empresarios son la “política” tras la “anti-política”. Su interés es que la gente no tenga nada y ellos todo. Hasta aquí, la descripción del chavista criollo promedio respecto al funcionamiento del sector privado en un sistema capitalista… y no se intente razonar más lo anterior: les aseguro que es literalmente imposible.

Si sus hijos militan así, para salvar la “política” de la “anti-política” defendiendo a cuanto ministro y funcionario tenga cierto específico gobierno, de nada hay que preocuparse porque, de cualquier forma, “todo es político”. Algo así como decir que “todo es robo” para justificar poder robarlo todo. Esta consigna totalista de lo político, con una u otra variante, es la excusa recurrente del totalitarismo, desde los jacobinos y los bolcheviques hasta el feminismo supremacista. Hay que tomarse esta locura muy en serio, ya que implica, literal e invariablemente, que no existe espacio privado (ni ninguna otra cosa, vale agregar, lo cual es de por sí una afirmación bastante idiota que desdibuja lo político o el poder: si todo es poder y política ¿sobre qué actúa el poder y la política?), o bien implica que las relaciones privadas son relaciones de poder. En cualquier caso, si se considera como acción política a toda la vida privada, pública, civil y cultural, dicha vida se vuelve sujeto de regulación por el verdadero monopolio del poder político que es el Estado, ya que de otra manera éste perdería su propia autoridad como tal. Y la intervención de la coerción en todo el cosmos social y cultural no será lamentado por quienes han politizado tanto su vida que no ven otra cosa, puesto que se habrá partido de la presunción de que toda la existencia vital sociocultural ya se encontraba no sólo contaminada sino que enteramente fundada sobre el poder. Esta idea izquierdista se encuentra, sin embargo, en la antítesis de la visión de Marx de la sociedad y hasta imposibilita el análisis socioeconómico del capitalismo. Es una noción ligada, en cambio, a la clásica visión schmittiana y voluntarista de la política, que omite la existencia de condiciones y determinaciones necesarias para el poder por parte del espacio público civil-económico, que es lo que genera al Estado de derecho. Según esta visión, la sociedad, o está controlada políticamente por los políticos, o está controlada políticamente por los empresarios (o cualquier otro sector). El planteo olvida que esto último requiere también usar el poder del gobierno, y que hay que aclarar cuál es la causa de que dicho poder sea un problema. Pero dejemos estos sofisticados detalles intelectuales para un futuro artículo. En sus pocos y breves razonamientos, la virtuosa “democracia” se reduce a esto poco más. Se nos dice que, al fin y al cabo ¿no son los políticos la única clase que votamos? Ahora bien, si los empresarios fueran electos ¿encarnarían los intereses de la población civil? Podemos dudar que algún defensor del politicismo admitiría esta sacralización por la vía democrática del sector privado, pero entonces… la cuestión no es la elección. ¿Cuál es el criterio? Los políticos no son defendidos como distintos y superiores a los empresarios por su elección, sino por su naturaleza. Entonces ¿qué es un político?[ii]

Bobada uno sobre la clase política: “si los votamos y tienen un poder sin frenos, son nuestros”. Curiosamente, también se dice que pueden obrar en su interés, pero nunca al servicio directo de sí mismos sino de otros, y que al hacerlo no estarían siendo “propiamente políticos”. La política propiamente dicha se reduciría a aquella en la que nadie tiene poder sobre el político, se nos dice ¡sin mencionar que el poder político, para ser propiamente político, no puede estar, en sus límites y funciones, autodeterminado por el político! Precisamente ésa es la diferencia entre, por un lado, la política, que es la delegación (no la entrega) del poder a agentes legalmente condicionados para ello para ocuparse de los bienes públicos cuando generan conflictos de intereses, y, por el otro, la simple tiranía. Pero parece que ni los derechos civiles ni la voluntad democrática cuentan como límites tampoco. Bobada dos: “son los únicos con intereses en cuidarnos”. Esta frase es de una servilidad casi degustable. Los políticos, cuando pueden sacrificar nuestros derechos individuales a metas colectivas, nos protegen de los empresarios, de las epidemias, de las discriminaciones, de las “fake news”, incluso hasta del propio egoísmo. Pero cuando ya no nos queda nada que consumir, ni salud que cuidar, ni formas de vida para valorar, ni periodismo para realizar ¿qué nos queda salvo el altruismo de sentirnos realizados en el éxito económico, en la salud, en el orgullo, en la capacidad y la voluntad de decirnos la verdad de un funcionario público?

Literalmente, éstos son los pasos mentales de su marxismo de juguete para angelizar la política. Vale la pena dar estos siguientes baby steps sub-intelectuales, porque ni Marta Harnecker –o Honecker, nunca lo recuerdo bien– podría haberlo planteado peor: si los políticos ya no sirven a la protección de los intereses privados ¿a cuáles podrían servir? Si no queda otra clase a la cual servir, y, mejor todavía, si se encargan de acabar con las clases sociales ¿quién quedará para servir? Sí, la respuesta es: “el pueblo”. El “pueblo”, entiéndase por éste: todos los que no tienen propiedad, o tienen tan poca que ¿para qué intentar beneficiarse de ella? El pueblo es, en principio, un sector recortado de la población: una gran masa que no tiene intereses privados sino colectivos. Sus intereses privados, si se liberan, se perjudican mutuamente, y sólo unos pocos terminan ganando (ricos), dejando a la mayoría sin nada (pobre). Sus intereses personales es algo de lo que no pueden encargarse. Para eso está el Estado, con lo cual la única forma de que se realicen los intereses personales de todos, es que todos sirvan en cuerpo y alma al interés colectivo del Estado. Y es por eso que hay que luchar: para que todos vivan en el hospicio que los políticos en su altruismo intentan construir cuando tienen todas las empresas en sus manos conjuntas. Esa es la imagen del socialismo que tienen, y el faro por el cual llevar a sus revolucionarios al poder. Y cuando miran al capitalismo, ven el cuadro de principios del siglo XIX en el que “los asalariados no tienen más que a su prole, y además son la mayoría”, aunque sean sus militantes quienes reviven aquel mundo con sus “repúblicas populares”. En su caso, sin futura sociedad de consumo, sólo de racionamiento.

En estas fechas se cumple un siglo en que dos economistas, apellidados Mises y Brutzkus, denunciaban ¡por separado! (uno en Austria y el otro en Rusia) que el socialismo se reducía a ser un colectivismo político de partido que obtenía posesión de todo mediante su dirección militar o mediante el Estado. Ayer recién, la izquierda de los partidos comunistas les gritaba a coro que semejante acusación era falsa. Hoy, esa misma izquierda afirma que ése es precisamente su propósito y se vanagloria de ello. Todavía no sabemos si su binomio de sociedad penitenciaria y estatismo general es el socialismo real, pero queda claro que ese socialismo es realmente en el que estaban pensando.

Un tercer economista, y sociólogo, apellidado Weber, hace casi exactamente el mismo tiempo y un poco más, le daba más oportunidad a la palabra “socialismo”, pero afirmaba que la única “sociedad” que puede extraer utilidad personal de los bienes colectivos para uso directo de individuos concretos, es la sociedad política, ejército incluido. Que, por tanto, el “socialismo” no puede ser “de Estado” y a la vez de todos, o puede serlo salvo para unos pocos jerarcas. Ayer recién, la izquierda bolche le reprochaba no entender la transición socialista al comunismo. Hoy, esa misma izquierda en versión “siglo XXI” ¡le contesta que sus políticos se enriquecen porque necesitan tener recursos para luchar por la causa!
El paternalismo delirante de los “populismos de izquierda” ya no es una ideología provisoria, sino la definitiva.

Volvamos, pues, a cómo es el mundo en esta estatolatría infantilizada. Sería más o menos algo como lo que sigue. Existe una clase política servicial, y que además es servicial por amor (literalmente, sus propagandistas usan este término: “amor”). Así se justifica sus acciones y el uso discrecional de los recursos que ha obtenido de la gente. Así se justifican violaciones de las libertades civiles y empobrecimientos artificiales. Esta clase benefactora es la clase de los que integran los “gobiernos populares”, cuyos miembros políticos son una extraña raza que bajó del cielo intelectual de las “universidades”. La clase de sociología no termina aquí. No nos aburramos todavía. También existe algo llamado “el Pueblo”, a no olvidarse. Está formado por las “clases populares”, cuyos miembros son… pues, todos aquellos que los políticos populares digan que son. Muchas veces se es parte de ese “Pueblo” (con mayúscula, en lo posible) dependiendo de que se apoye al gobierno popular. Quien no da su apoyo, tiende a ser un problema: o es una parte estúpida del pueblo, o es parte de un pueblo estúpido (que hay que “educar”), o sencillamente no es parte del pueblo: es la parte “no-pueblo” de la población civil, y si se resiste podrá ser condenada como miembro activo del “anti-pueblo”. Otro “anti”, véase, aunque un poco más clásico éste: sirve tanto para definir a los “poderes fácticos”, o sea: las clases altas de cualquier tipo, ya que sino ¿cómo se explica que existan y no las hayan expropiado? “Toda clase dominante es una oligarquía por el solo hecho de existir.” Aquí entran las empresas o, para que suenan más malvadas, las “corporaciones”. Y cuando no queda ninguna gran empresa privada, las “pymes” son los nuevos “kulaks”, hasta llegar a los quioscos.[iii] A la larga, cae en la bolsa cualquier persona que cree que sus intereses privados no pueden estar por debajo de los intereses de los demás, y menos si los dibuja un gobierno, y que actúe en consecuencia. (También se puede confundir “Patria” con Estado, con lo cual ya sabemos quiénes son los “Anti-Patria” y en qué “trabajan” los “patriotas”)

Sigamos: el “Pueblo”, entonces, será servido, a cambio de que trabaje para sostener a la raza de los políticos que “gobiernan para el pueblo”. En principio, el pueblo no deberá hacer mucho a cambio, porque siempre habrá potencial “anti-pueblo” para hacer el trabajo extra. Veamos los diferentes casos: si se trata de un miembro de ese “pueblo” que tiene un negocio que prospera (un empresario, un comerciante), será gracias a que la clase de los “políticos populares” le ha protegido de los que tienen negocios más grandes que el de él (las “corporaciones”), con lo cual todo lo que el Estado le saque no puede ser injusto ni innecesario. Si un miembro de esta población trabaja en relación de dependencia, y gana más o menos bien, será porque “los populares” lo han protegido de toda la clase burguesa de los comerciantes y los empresarios, porque a éstos se les enseña que aquellos también son malos (esto no se le aclara a los primeros). ¿Qué pasa con los que no tienen trabajo o uno marginal? Si el miembro del “pueblo” no tiene trabajo, pues el político popular le hará un favor real. Lo hará con trabajo ajeno, pero lo hará: le posibilitará vivir sin trabajar. Incluso lo fomentará. Le dirá, pues, que si todavía es más pobre que los otros dos “beneficiarios”, es porque no ha conquistado suficientes “derechos”. Cuando todos tengan todos los “derechos”, los asalariados ya no se dividirán entre, por un lado, quienes son tan tontos como para trabajar pensando egoístamente que van a ganar más, y, por el otro, quienes ya están al abrigo del “gobierno popular” sin trabajar. Les dirán que al fin se habrá logrado llegar a Cuba, paraíso sin caridad pero donde persisten la fe, la esperanza y el mercado negro. Se les repite que los pobres ya habrán conquistado todo a lo que podrían tener “derechos”, y un maná de beneficios del Estado lloverá sobre sus cabezas. Pero para eso aquí falta tiempo: habrá que sacarle a las “corporaciones” todo lo que tienen, cuyas ganancias no sirven para otra cosa que para mero lujo de los empresarios, los CEOs, los capitalistas (son todo lo mismo; a esta altura nadie pretenderá una clase de economía).[iv]

¿A quién darle las empresas una vez que se le quiten a los empresarios? Al Estado, por supuesto, ya que la propiedad privada sólo pueden tenerla unos pocos. No hay que poner esperanzas en la propiedad privada, ni tampoco pueden ser las empresas una propiedad de acceso público, ya que sería anárquico. A falta de propiedad común, toda propiedad debe ser colectiva y del Estado. Para neutralizar las alarmas, hay que recordar el mantra: si los votantes no están al servicio de aquellos buenos políticos que siempre ponen al Estado por sobre cualquier interés y derecho civil, entonces serán votantes traidores que estarán al servicio de los políticos que dejan el poder a las “corporaciones”. A votantes de entre 500,000 familias venezolanas sin techo, que festejaron la victoria de la oposición aparentemente no muy contentas a pesar de los logros alimentarios y sanitarios del “socialismo del siglo XXI”, el super-bigote de Nicolás Maduro les contestó por televisión: “Tengo en duda construir viviendas, porque te pedí tu apoyo y no me lo diste”. Seguramente les castigó por dejarse engañar por el imperialismo yanqui en vez del cubano.

El Estado que posee lo que quiere, se encargará de servir al pueblo, porque el Estado “es del pueblo”. Bueno, en realidad, no, ya que el pueblo podría servirse como colectividad pero no a sus miembros. Pero eso no importa… la realidad es que el pueblo no puede poseer nada a través del Estado, y un Estado que lo tiene todo no puede ser nunca de un pueblo que no tiene nada. Menos un pueblo que, en cambio, es posesión del Estado. Pero a no entristecerse, porque ya no hay mentiras sobre la “propiedad de todos”: el Estado socialista está bien seguro en manos de la clase política (la popular) que brega por los intereses del pueblo porque lo posee todo, y esa clase no sirve a nadie más que al pueblo.[v] “Y, profesor, los gobernantes ¿no pueden servirse a sí mismos con nuestro trabajo? ¿O sólo servir al Estado y no a nosotros?”. La pregunta se responde sola: “no, porque ése es el discurso de los ‘anti-política’, que sirven a las corporaciones”. Punto. Y mejor que el alumno no siga haciendo preguntas. Por supuesto, la clase política necesita que alguien trabaje para poder servir al pueblo, así que ésta deberá obligar a la población a servir al Estado, que es servir al Pueblo. Realmente a eso o poco más se reduce toda la argumentación.

Así es el mundo en el cerebro licuado de sus hijos y de los hijos de aquellos a los que no han podido reeducar. Me refiero a esos padres reaccionarios que reclaman patria potestad para que no adoctrinen a sus hijos, porque todavía no creen en la “vanguardia del amor” y en la lucha contra los “agentes del odio”. Por amor a los líderes, esos merecen todo el odio popular (entiéndase: el odio de los “militantes populares”, a los cuales les sobra). Como la fórmula es tan simple, el objetivo tan decadente y su discurso tan hipócrita, ya no se necesita que sus fieles sean fanáticos alumnos norcoreanos y cubanos, medianamente instruidos, o que al menos sepan leer y escribir. Sus actuales alumnos venezolanos, nicaragüeneses, argentinos, y ahora hasta españoles, pueden ser cínicos, mentirosos e interesados, porque los “coachearon” para que crean ser parte de la élite revolucionaria de conspiradores políticos profesionales; y pueden ser ignorantes, brutos e improductivos, porque en su mayoría no se les pide trabajar. No hay que equivocarse, pues. Se trata de un problema de “pobreza relativa”, pero en términos de coeficiente intelectual. Los cuadros kirchneristas no son especialmente inteligentes: es simplemente que sus bases son radicalmente estúpidas. Basta con llenarles la cabeza de fotocopias, darles un cargo en su agencia de colocaciones familiar, y dejarle a ese “núcleo duro” organizar que lobos disfrazados de pastores arreen a gente desesperada por comida. Problema resuelto. Un analfabeto funcional es el corolario perfecto de la doctrina revolucionaria, cuando la doctrina revolucionaria se reduce a legitimar el clientelismo político generalizado. Si a esto se suma ese votante de clase media-alta con aires de déspota ilustrado, podemos entender que llegar a esto no les costó tanto trabajo.

Si nuestros hijos –piensa el ingenuo votante medio– repiten lo que les enseñan esos cultivados académicos que son sus profesores de secundaria, entonces deberá ser verdad. Para eso los manda a la escuela, porque ésta representa el conocimiento que él no tiene. Allí son imparciales y objetivos. Y, si allí mismo les enseñan que no hay tal cosa como la objetividad, que la verdad y la mentira dependen del bando en que se esté y que hay que tomar partido en una batalla social por los políticos que “representan al campo popular”, que sumar y restar no es importante, y que reprobar a un alumno es una forma de discriminación, pues entonces, por algo será. Si el Estado se encuentra secuestrado, no importa. Como no hay un partido único dirigiendo el país, cambiándole hasta su nombre y convirtiendo cada dependencia estatal en un destacamento político ¿dónde está el totalitarismo? Si, en cambio, tenemos una suma de militantes adiestrados bajo órdenes de una red internacional organizada, pues entonces no hay nada que temer. Y si acaso alguien teme, se le contesta: ¿acaso un miembro del Estado debe ser un político sumiso que no eduque a su pueblo, que no se ocupe de decirle qué es verdad y mentira, que no responda a Verbitsky y a la dinastía de los Castro? ¿Acaso un miembro del Estado debe ser un burócrata abyecto que se rige por reglamentos basados en leyes públicas y códigos, en vez de ser miembro de La Cámpora y servir con disciplina a la causa?

A pesar de la sorna, tengo esperanzas en que la manzana podrida les caiga en la cabeza. No se trata simplemente de que valoren más su vida personal y respeten la de los demás, esto es: que sean un poco más civiles y un poco menos políticos; que piensen un poco más en la naturaleza de la economía y no en hacer un elefante del Estado. No, no se trata sólo de eso. Se trata, además, de que incluso están dilapidando lo bueno que podría haber en su interés casi devoto por la política, porque no es precisamente política lo que están adorando, y no es precisamente un Estado eficiente y subsidiario lo que ayudan a afianzar. Para eso cerraré este artículo con una recomendación bibliográfica, que vale en realidad para todos mis lectores, ya que incluso quienes piensan parecido a mí dudo que hayan sabido cómo contestar a los dislates del politicismo. Los libros son: Politics: A Very Short Introduction de Kenneth Minogue y Totalitarianism: Key Concepts In Political Science de Leonard Schapiro. Quizá entonces se den cuenta de que son precisamente sus doctrinas totalitarias las que realmente adulteran y destruyen la misma naturaleza de la política y de lo estatal, en función de la ideología y de lo partidario.

 


[i] El discurso de la “anti-política” puede ser usado por otras organizaciones, movimientos, partidos o dirigentes políticos ajenos al comunista oficial actual (neo-comunista). Pero tanto el surgimiento como la funcionalidad coherente del término (y de ahí su tendencia o slippery slope) es hacia la justificación última de una clase política que debe demostrarse involucrada con los intereses específicos de una organización que tenga relación, por sus intereses políticos de largo alcance (racionalizados, cuando son públicos, como supuestos motivos ideológicos) con la meta final de la realización del socialismo de Estado o del colectivismo estatal. Esto es: su utilización es siempre funcional en forma más pura al movimiento comunista organizado, y de ahí que su surgimiento tenga relación con el mismo y con los frentes de izquierda dirigidos por los partidos comunistas involucrados realmente con el movimiento comunista oficial hoy representado por el Foro de San Pablo o el Grupo de Puebla (siendo siempre la cabeza del Partido Comunista de Cuba el caso más frecuente, por ser el centro de poder dicho movimiento y de la vasta red de organizaciones que responden disciplinada e incondicionalmente al mismo). Sin embargo, recuérdese que dicha funcionalidad es flexible y permite a cada gobierno tener el ideal último como espada de Damocles y que las decisiones de política económica en cada caso puedan diferir e incluso ir en contra de la dirección hacia el colectivismo estatal, siempre y cuando sirvan o sean útiles a la expansión del poder de estos partidos. En resumen: el ideario socialista oficial del movimiento comunista actual no es un ideal por parte de los comunistas, sino meramente el conocimiento de cuál es y en qué consiste la realización del poder total de un gobierno sobre la economía a manos de sus propios partidos. Nada más. Si este poder económico estatal omnipotente perjudica su propia perpetuación –y en general lo hace, ya que, aunque da a su particular totalitarismo la posibilidad de crear una sociedad servil totalmente dependiente, también genera economías obsoletas–, o bien perjudica a los países donde dicho poder se concentra (Cuba) o peor aun “colonializa” con sus agentes (Venezuela), entonces la dirección hacia dicho poder económico total puede optar por revertirse, incluso hasta llegar a realizar modelos económicos más o menos liberales, sea allí donde detenta totalmente el poder, como en China o Vietnam, moderadamente como en Brasil y Bolivia, o muy limitadamente aun, como fue el caso en Chile o Uruguay, donde eventualmente ansían volver para apropiarse del ganado capitalista que ayudaron a engordar.

[ii] Un político no puede ser meramente quien tiene poder político, ya que la acusación de “anti-política” presume el poder político de sectores de la sociedad civil, y dicho poder convierte a sus detentadores en políticos de hecho. Ergo, no todo político es defendido por ser tal. La política defendida es una clase que no se define tampoco porque sus miembros sean electos para ejercer el poder político (a lo sumo una condición necesaria), sino por otra característica que va más allá de ser electo. ¿Qué hace a la clase política no tener otro interés contrario al resto de la sociedad salvo aquellos intereses que residen en la sociedad? ¿Los políticos no tienen intereses privados? Y aun siendo una colectividad internamente altruista, a su vez: ¿la clase política no tiene intereses colectivos distintos del resto de la sociedad?

[iii] La angelización de la política en nombre de una sociedad civil incapaz de tal carácter, se sigue defendiendo en tanto existente, como incapaz de: ejercer directamente la acción política (democracia directa), e incluso si pudiera, es incapaz de desprenderse de su carácter egoísta civil y ser directamente sólo clase política. Esto implica que la sociedad civil es un rebaño peligroso que debe ser dirigido en forma que sus intereses particulares no prevalezcan sobre el interés general de esa misma sociedad civil. Ahora bien: 1) ¿qué hace que los intereses particulares de la sociedad civil no puedan conspirar contra el interés general que protegerían la realización de los intereses particulares de todos? 2) ¿Es acaso que estos intereses no se impongan por sobre las decisiones políticas? Y si es así: ¿a qué se define cómo imponerse por sobre las decisiones políticas? ¿Detentar realmente poder político? (si esto es acaso posible: ¿existe un poder fáctico político por fuera del Estado? ¿o dicho poder fáctico es un factor de poder que requiere de políticos en el poder del Estado?) ¿O directamente representar un freno al poder del Estado implica ejercer un poder político que implica la representación de intereses privados en conflicto? (sea entre sí horizontalmente, o subordinando unos a otros verticalmente). Véase que la angelización estatolátrica de la política implica que tal freno es absolutamente innecesario, siempre y cuando la clase política ejerza su poder sobre todos y no en beneficio de un interés particular sobre otros. Véase también que el poder de dicha clase política tampoco necesita limitarse para proteger iguales intereses particulares, ya que éstos son encarnados directamente por el Estado. La igualación entre interés público, interés general e interés colectivo se hace directamente con y en el Estado. Luego: ¿pueden estos intereses particulares realizarse sin conflicto meramente con esta tutela política? ¿En qué manera? ¿Por la imposición de una ley que ésta no puede auto-imponerse? ¿O por su dirección paternalista? ¿Exige igualitarismo? ¿O bien, sencillamente, los intereses particulares son conflictivamente egoístas no importa cómo sean articulados y deben ser convertidos en altruistas mediante su subordinación total a la voluntad de los ángeles que pertenecen a la clase política? De ser así ¿qué queda de los intereses particulares? Esto implica la animalización de los individuos que integran, la definición de los intereses (particulares y generales) de los individuos de la sociedad civil por la voluntad de la sociedad política, y la transformación de la sociedad civil en un ejército de subordinados que ya no es propiamente civil, sino exógenamente política, ya que sus intereses (tanto particulares como generales) sólo pueden ser encarnados por la clase política y no por sí mismos.
La estatolatría resultante sólo puede ser representada, pues, por un cierto tipo de políticos. Los políticos que mejor aseguren no estar subordinados a la posible política externa de los “poderes fácticos” que se encuentran en la sociedad civil, y que ejercen poder político directamente, sin necesidad siquiera de detentar el poder del Estado (lo que esta teoría llama “anti-política”). La atribución de poderes políticos directamente a la sociedad civil implica que ésta no puede existir libremente y debe ser no sólo subordinada sino enteramente sometida a la sociedad política al punto de perder su carácter, que es el que hace posible la existencia de estos poderes políticos fácticos “anti-políticos”. Véase ya que cuando esta teoría habla de “anti-política” está diciendo “anti-estatal”, ya que la sacralización de la política requiere que la política sea ejercida por el Estado y sólo en función de motivos estatales (altruistas). Se podría decir bien que “anti-política” es definida no como real no-política (ya que seguiría siendo, de acuerdo a este planteo, propiamente política) sino como la “ideología de un poder político ajeno al poder político del Estado”. Pero esta última definición no les es todavía totalmente útil, y por ende no es el límite de la misma. Debe ir más lejos. Debe afirmar que la mera existencia de un poder político ajeno al Estado presupone que el verdadero poder político es el externo y no el que reside en el Estado. El poder de la clase política estatal es así confrontada con el supuesto “poder político” de una clase civil, o si se quiere, una cuasi “clase política no-estatal” (véase: empresarial siempre, ya que el fondo de esta ideología estatolátrica está dirigido contra una segmentación más o menos arbitraria de las clases burguesas). Y en esta confrontación, hay dos tipos de clases políticas estatales: las que se someten al poder de las clases civiles con poder político de facto (las formadas por políticas sirvientes del establishment empresario, o constituidas por las oligarquías, y un largo de etcétera de categorías difusas), y las que lo resisten (las que son parte de “gobiernos populares”, en contraste con los “anti-populares”, por servir al “anti-pueblo”, esto es: las clases que perjudican y los individuos que no defienden a las “clases populares”, cosa que obviamente se define circularmente por el apoyo a estos gobiernos “populares”, remixes de la sedición más clásica de las vanguardias comunistas).
Esta resistencia sin embargo no tiene un punto de equilibrio definido salvo por la utilidad. Si la sociedad civil no tuviera un carácter de necesidad (decidido arbitrariamente por esta clase política sacra resistente), entonces claramente no hay ningún motivo para preservar su existencia. Todavía más: el ideal obviamente deducible es la abolición de todo poder político fáctico ajeno al estatal sacralizado. Pero, como dicho poder fáctico sólo puede ser removido aboliendo la existencia de los intereses civiles de los cuales son inseparables, automáticamente el ideal implica la abolición de toda clase social dentro de la sociedad civil y a su vez de todo interés privado independiente de la dirección estatal de la vida civil ya que cualquier “empresario” o “corporación” puede ejercer dicho poder sin necesidad de que exista una extensa clase constituida por los mismos. No puede quedar ningún particular independiente, y por ende no puede quedar rastro ni de propiedad privada burguesa ni de producción mercantil alguna. Más por cuanto la generación de dichas clases emerge de la actividad misma de la sociedad civil, que forma pequeñas burguesías, y de éstas altas burguesías con “poder fáctico” y clases trabajadoras. Ya lo decía Lenin, en sus cínicos sincericidios, que la enorme fuerza de la burguesía derrocada proviene, entre otras cosas como su instrucción y dedicación a las técnicas administrativas, en su continuo resurgir desde los grandes sectores mayoritarios de la población que conforman el sector privado. La burguesía está en "la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción. Porque, desgraciadamente, queda todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña producción, y la pequeña producción engendra capitalismo y burguesía constantemente, cada día, cada hora, espontáneamente y en masa". ¡Curiosa vitalidad para un modo de producción "decadente" al que el socialismo debería haber superado!

[iv] El ideal es, por ende, un colectivismo estatal o “socialismo de Estado”. El total control del gobierno sobre la vida económica, y por ende la subsunción opresiva de lo civil a lo político bajo una tutela burocrática, sea formalizada (modelo de “socialismo real”) o informalizada (modelo del “socialismo del siglo XXI”), o directamente su aniquilación mediante la transformación de toda vida civil dirigida en directamente parte de la dirección estatal (“comunismo de guerra”).
Todo lo anterior implica que el concepto de “anti-política” como anatema, se aplica coherentemente contra toda posición que pretenda delimitar desde fuera al poder económico del Estado, y que implique una posición que ligue la existencia de una sociedad capitalista con las condiciones necesarias para una sociedad civil independiente y para la realización de sus fines. El concepto de anti-política es un hombre de paja destinado a ser utilizado contra el liberalismo en general como movimiento o como política económica. Estos movimientos liberales, aun no siendo liberales de mercado o de “derecha”, son blanco del ataque si acaso tienen entre sus intereses la defensa de los límites constitucionales al Estado como condición inseparable de una sociedad civil burguesa y sus consecuencias capitalistas. El anatema de “anti-política” intenta sabotear las defensas ideológicas liberales más débiles (sean del liberalismo económico y político, o del liberalismo meramente político con políticas más o menos intervencionistas), creando un hombre de paja que confunde al natural anti-estatismo de los liberales (que necesita volverse anti-gubernamental y ligado a la desobediencia civil, precisamente cuando los izquierdistas anti-liberales se encuentran al frente del Estado). Naturalmente las versiones anarquistas del liberalismo (las un poco mal llamadas “anarco-capitalistas”), son las más fácilmente ridiculizables salvo excepciones (Hans Hermann Hoppe, David Friedman), pero también las más complicadas de debatir, porque en éstas la justificación ideológica de la defensa de la sociedad civil frente a la amenaza de la sociedad política es más firme y radical. Por eso, lo más conveniente es hacer pasar a todo liberal por anarco-liberal, y atacar específicamente a los primeros como si se tratara de los segundos. Esto, claro está, siempre y cuando dichos liberales carezcan de una sólida formación en ciencia política y de la justificación de una posición liberal clásica, incluso la minárquica. Si poseen dicha formación, entonces los argumentos de la “anti-política” enfrentan una posición absolutamente defensora del rol del Estado, pero siempre para encarnar el interés colectivo de la sociedad capitalista, asegurando que el Estado, en tanto Estado de Derecho moderno, proteja igualitariamente el interés público del mercado y el sistema uniforme de derechos de propiedad y las libertades iguales de uso privado con base en dicho patrimonialismo, y las también iguales libertades de uso público para el intercambio contractual (liberalismo económico), que para la coordinación económica será corolario de una sociedad de mercado (liberalismo económico de mercado), y que implicará el desarrollo de una lógica capitalista y la probable creación de clases burguesas que la encarnen y otras que se relacionen con éstas en forma asalariada en el caso de los capitales que se desarrollen más grandes que el inicio laboral de la empresa por parte de su creador. En tal caso, el mote de “anti-mercado” exigirá al izquierdista intentar forzar a que su interlocutor acepte como dado que la libertad empresarial y la protección de los derechos de propiedad, implican un poder (político directo) para el empresariado. Si el liberal conoce claramente la diferencia entre una relación de mercado y una relación política (de dependencia personal para con el Estado o “extra-económica” con el Estado), y si al menos se percata de que la interdependencia entre clases, por desigual que fuera, puede implicar explotación en términos marxistas, pero no implica poder para imponer condiciones ni reglas de comportamiento, entonces dicho liberal habrá contestado perfectamente el mote tramposo de “anti-política” a quien desprecia. Todavía más estará el izquierdista estatista en problemas, si dicho liberal conoce el pensamiento marxiano (o peor para el izquierdista, si directamente se enfrenta a un marxista clásico que no tenga ningún interés en falsear el pensamiento de Marx para la estrategia de un bolchevismo que rechace o bien del cual no sea parte). En tal punto las posiciones liberales y marxianas no son sólo coincidentes: Marx es mucho más extremo aquí que el viejo Smith o el contemporáneo Hayek. El pensamiento marxiano desarrolla una cosmovisión en la que la naturaleza misma de la política, sea estatal o no, es una parte de la alienación social y una representación de la violencia, no sólo de la sociedad de clases frente a intentos de transformación social, sino en sí misma si se autonomiza de dichas clases. En Marx la política es, como recordamos, intrínsecamente violencia y opresión, no importa si se encuentra subordinada a los intereses de perpetuación de una sociedad con clases o no. Todavía más: incluso en tal caso de subordinación, el orden social de relaciones protegidas mediante la violencia estatal, no se encuentran basadas en dicha violencia a su vez. Ergo: no existe en el marxismo ningún posible “poder fáctico político” en la sociedad civil sin que ésta se anarquice y la competencia se transforme en guerra de propietarios, o bien se organice y se convierta en la esclavitud de una clase por otra. Esto último, de suceder (cuanto más no sea teóricamente, o en caso de libanización social, creando clases enteramente distintas o facciones sociales), aboliría toda relación mercantil de trabajo asalariado, y con ésta toda producción industrial dirigida a mercados de consumo que incluyan a todas las clases. Y aquí vale que los liberales le admitan a Marx que su planteo es totalmente coherente y forzado por el intento de comprensión científica de lo social (demagógico o no al ser riguroso, estratégico o no al ceder a la verdad). El propio Weber hace un análisis muy similar, lo cual por otra parte es coherente con la seriedad exigida por aquel mundo académico, muy a diferencia del caótico actual casi totalmente ideologizado en el ámbito de las ciencias sociales. Para Marx, la única forma de que un poder fáctico político exista, es allí donde la sociedad civil se vincula internamente en forma política (caso de las sociedades pre-modernas) y esto implica, otra vez, la innecesariedad mayor o menor del Estado (prácticamente inutilidad total en el caso de las clases estamentales del feudalismo, donde relación económica, fuerza militar y poder político son una sola cosa, y donde por su ausencia de bienes públicos monopolizables por el Estado y por la alta presencia de bienes comunes en el seno de la sociedad, el alcance de la política en sí, como algo separado de las relaciones sociales personales, es muy reducido). Marx aclara y reitera que es la sociedad capitalista la que amplía la esfera de acción potencial del Estado, puesto que ella se define esencialmente por la separación entre sociedad civil y sociedad política, entre orden de relaciones de mercado y el orden de las relaciones de poder que imponen las reglas, o hacen valer las reglas que son específicas para el funcionamiento del capital, lo que no significa siquiera –ni  de lejos– que se trate de invenciones de los capitalistas o que puedan ser discrecionales, ya que por el contrario éstos dependen de que dicho marco legal-institucional exista. Para recordar claramente esto es muy útil releer la apreciación elogiosa de Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, la de Schumpeter en los cuatro primeros capítulos de Capitalismo, socialismo y democracia, la de Aron en El marxismo de Marx o la de Roberts en Marx: cambio, alienación y crisis.

[v] La bastante sencilla relación con el movimiento comunista organizado y sus partidos políticos: la estatolatría de la nueva izquierda “populista-estatista” es una estrategia leninista pero que no se encuentra condicionada a la aplicación inmediata de programas económicos colectivistas, racionalizados y tipificados por Lenin, que están declarados en su contenido ideológico. El “neo-comunismo” puede desprenderse tanto de la necesidad de imponer una inflexible ideología más o menos marxista-leninista (con la ventaja agregada de no hacer referencias directas a Marx como un todo, sino a partes y, gracias a ello, poder reducirlo a mera retórica anticapitalista capaz de ser asociada con este tipo de idealizaciones estatistas), como de los programas económicos con los cuales terminan asociados por la presión interna de las competencias internas de los partidos únicos para la representación y la evitación de su criminalización como traición al proyecto del socialismo estatal leninista. (Esto no significa que el comunismo clásico estuviera atado a un análisis social de las condiciones para tomar el poder ni a una acción política basada en las descripciones marxista-leninistas de la sociedad; si así fuera ya entonces las contradicciones entre Marx y Lenin habrían salido a la luz, con independencia de que se crea que la cosmovisión de Marx tenía un fin diferente al expresado, de cualquier forma el análisis marxiano se da de patadas con el leninista, y cualquier medida estatista debe justificarse como transitoria en formas complejas y elucubradas, cosa que no sucede con Lenin). El estalinismo es la sistematización ad hoc de esta versión leninista del marxismo doctrinal, adulterada y recortada como racionalización ideológica. Así el marxismo-leninismo logró crear una ideología oficial sin valor para la toma de decisiones políticas, ya que sólo tomó del leninismo su programa estratégico para la toma del poder para los partidos comunistas con el fin de alcanzar el colectivismo estatal por medios no necesariamente leninistas (en Lenin, el ejército del Partido organizaba directamente la economía, ya que su posición sobre el socialismo estatal requería una planificación real y no una economía monetaria de firmas estatales), y del marxismo ortodoxo tomó la crítica al capitalismo convertida en ideología y la justificación de una vanguardia comunista, segmentada gracias a Lenin de forma que su dirección política también implicara la económica, creando así una economía socialista basada en un Estado-Partido.



martes, 12 de diciembre de 2023

Kreimer vs. Kreimer

Veo demasiados problemas y errores en la descripción de la youtuber Roxana Kreimer en su video sobre el socialismo y el comunismo. [Este texto es una copia mejorada de los comentarios que dejé en su canal]

Sus definiciones de lo que es el socialismo parte de los proyectos o de los modelos ideológicos, y no de una realidad social en sí misma, con lo cual se vuelven inconscientemente deontológicas y recaen en una descripción bastante utópica del socialismo, sin fundamentarse científicamente en las leyes sociales que limitan las posibles formas de organización social, y que en la búsqueda constructivista de experimentos sociales se saltea las verdaderas posibilidades y condiciones de existencia de estos ordenamientos sociales. Ver al respecto La miseria del historicismo de Karl Popper, entre otras obras. Los propios marxistas señalan este problema, aunque también terminan en el algo tramposo recurso de pretender entender cabalmente las posibilidades futuras en ciertas "leyes de la historia" de base hegeliana.

Paso a criticar algunos puntos clave en la definición bastante idealizada del socialismo por parte de Roxana, utilizando varias referencias ya bastante mencionadas en este mismo blog:


[1]

Kreimer, cuando habla de las fases del modo de producción comunista (el de Marx), se refiere a "mercancías", lo cual es un error fundamental. No hay mercancías sin producción "privada e independiente", y precisamente Marx plantea la superación de la sociedad mercantil en cualquier forma, aun entre cooperativas (ver al respecto: "Crítica a la teoría de la superioridad y la neutralidad del mercado" del marxista Duan Zhong Qiao, y "Karl Marx como filósofo de la libertad" del liberal Andrzej Walicki).

También comenta que Lenin llamó socialismo y comunismo a estas dos fases, lo cual es cierto, pero aunque Lenin aprovechó esta distinción para hablar de dos "sociedades" distintas, reconocía que en ambos casos se refería a las dos fases del modo de producción comunista, o sea: (1) sociedad socialista = primera fase del modo de producción comunista; (2) sociedad comunista = fase superior del modo de producción comunista. Por otra parte, se trata en realidad de tres fases: una de transición al comunismo (o sea, la "dictadura del proletariado" con acciones estatistas y autoritarias respecto al trabajador, admitidas por el propio Marx como "insuficientes" y hasta "insostenibles" pero necesarias según éste para preparar a una clase obrera inmadura para un socialismo de clase sin Estado que nunca es descrito claramente), y luego propiamente las dos fases del comunismo (Lenin fusiona la dictadura del proletariado con la primera fase del modo de producción comunista o "socialismo", y así funda el socialismo de Estado.) En cualquier caso, estas definiciones no tienen mucho sentido sociológico, aunque pretendían tenerlo. Vale reconocer que Marx directamente no hacía distinción entre términos, por lo cual el modo de producción comunista también podría llamarse modo de producción socialista, a falta de un término mejor. Copio aquí un cuadro que puede encontrarse en Wikipedia, que facilita la comprensión del caos cambiante de significantes y significados que han ocurrido desde Marx y el marxismo clásico hasta el marxismo leninista alguna vez oficial:

 

  1.  Paresh Chattopadhyay, (Introduction and general overview), "The Economic Content of Socialism: Marx vs. Lenin"Review of Radical Political Economics, 1992, vol. 24, nos. 3&4, part 1, pp. 90-91
    EtapaInterpretación de Marx previa a Lenin: socialismo = comunismoInterpretación de Marx según Lenin: socialismo ≠ comunismo
    1Transición al modo de producción comunista = Transición al modo de producción socialistaTransición al modo de producción comunista = Transición a la secuencia de sociedades socialista y comunista
    2Primera fase del modo de producción comunista = Primera fase del modo de producción socialistaPrimera fase del modo de producción comunista = sociedad socialista
    3Fase superior del modo de producción comunista = Fase superior del modo de producción socialistaFase superior del modo de producción comunista = sociedad comunista

 

[2]

Y aquí hay que señalar otros errores y confusiones en la algo caótica exposición bastante idealista de Kreimer. Para empezar socialismo significa propiedad de la sociedad como un entero, que sí tiende a únicamente poder ser representada por el Estado (aunque en los hechos no pueda serlo, como han demostrado Weber en 1919, Mises en 1920 y Brutzkus en 1921 respecto a la necesidad de una clase burocrática directiva, de su naturaleza y los problemas de coordinación económica sin mediación de un sistema monetario mercantil que sea libre para formar los precios). O sea: la propiedad de los trabajadores no tiene relación con el socialismo, porque que la sociedad esté compuesta por trabajadores no dice nada del rol que tengan en dicha sociedad en tanto organización, y es dicha organización la que pasa a ser colectivamente propietaria en el "socialismo". Es mucho más lógico relacionar el socialismo con la propiedad gubernamental (sea a nivel nacional o de cada empresa), que a los trabajadores. Una sociedad de mercado basado en cooperativas privadas, o donde se imponga un control "autogestionario" simil de una dirección sindicalizada de la empresa, o bien donde todos los trabajadores fueran accionarios capitalistas, e incluso una sociedad de farmers y pequeñas producciones familiares industriales como fue Estados Unidos en sus comienzos, así como el modelo corporativista del distributismo (de Belloc a Röpke) para asegurar la propiedad privada del trabajador sobre sus herramientas de producción, en fin: cualquier sociedad donde las características de la clase burguesa y obrera se superpongan en una única clase media, debería considerarse entonces, de la misma manera, como socialismo. Y viceversa: dejaría de ser socialista el control directo y colectivo de la producción social sólo porque dicha sociedad no se basara en una igual participación o dirección a sus miembros. Y, si acaso se aceptara una posesión desigual y, a la vez, que el control de la producción no debe ser colectivista, entonces toda sociedad civil capitalista, que como tal es propietaria dispersa de los medios de producción -con independencia de cuanta población es propietaria- sería, por ende, "socialista". No tiene sentido. Volveré sobre esto más adelante. 

Excurso aclaratorio: no estoy afirmando que el socialismo deba reducirse al colectivismo, pero sí afirmo que lo requiere (no ideológicamente, pero sí sociológicamente), sea en forma de planificación o mero dirigismo. Más peculiar es el caso del "colaboracionismo" marxiano original: éste es individualista a la vez que colectivista, y por ende el término "socialismo" o "comunismo" le queda corto: no existe distinción dentro de un mismo agente entre la acción libre y la cooperación planificada, así como se disuelve cualquier disociación, por mínima
 que pudiera ser, entre el interés egoísta inmediato de cada individuo versus el altruista de ese mismo individuo (en lenguaje de teoría de juegos significa que el óptimo de Nash y el óptimo de Pareto coinciden perfectamente en todas las situaciones), y en su ideario esto opera como una suerte de señal escatológica para descubrir en el futuro el verdadero advenimiento y realización del socialismo/comunismo, al menos en los términos que él consideraba congruentes: una suerte de gran familia de escala gigantesca donde, como bien describe Joseph Cropsey, millones son amigos conocidos y se procuran la realización de sus intereses. En este posteo, pues, deberé dejar un poco de lado la iluminada y sólo aparentemente ingenua coordinación del colaboracionismo marxiano. También, y ya saliendo de la definición marxiana, deberé excluir al comunismo propiamente dicho (en términos sociológicos), que implica un uso común pero una producción individualista. Ya que, por el contrario, el socialismo propiamente dicho (en términos sociológicos), implica un uso particular adjudicado pero una producción colectivista. Para más información ver El socialismo de Émile Durkheim.

Ahora bien, hay un tema que merece continuar con más profundidad este excurso -dirigiéndome especialmente a los cómplices irredimibles del totalitarismo siempre y cuando sea anticapitalista-, y ya no tratará sobre Marx sino sobre, precisamente, su supuesto heredero: Lenin. Veremos claramente la conexión entre la definición sociológica de socialismo del párrafo anterior, y el socialismo de Estado de los partidos comunistas oficiales desde el bolchevismo hasta hoy. No creo que sea coincidencia que Lenin haya adoptado el término "sociedad socialista" para referirse a la "primera fase del modo de producción comunista", ya que, de hecho, ésta es, curiosamente, y a diferencia de lo planteado por Marx, organizada y dirigida por el colectivo estatal y para fines colectivos a su vez (fusionando la dictadura del proletariado con la primera fase del comunismo, y quitándola del período de transición). Todavía más: en la "fase superior del modo de producción comunista", a la cual Lenin decide sí llamar "sociedad comunista", se mantiene la misma estructura jerárquica, centralizada y colectivista de la producción, sólo que con la única diferencia de un cambio en los criterios de distribución de los bienes (esto sí tomado de Marx) y un mero cambio en que el Estado ya no existe porque "no será necesario" por una razón no económica sino cultural, y es que todos obedecerán la organización autoritaria de la economía "voluntariamente" (esto, obviamente, no tomado de Marx). En rigor, esta definición de Estado es falsa: que una institución que monopoliza el uso legítimo de la violencia, no ejerza la violencia porque todos acepten la voluntad política, no significa que no siga presente para ejercerla en caso de que no se obedezca. De hecho, en la "fase superior" de Lenin, dicha organización simplemente deja de necesitar actuar en forma violenta, pero no de existir, ya que, precisamente, es el mismo órgano que dirigía la economía en la "primera fase". Esto implica que la naturaleza de su socialismo no sólo es colectivista, sino además colectivista estatal, y que mantiene toda la forma organizacional del Estado, siendo que lo único que ha cambiado es la obediencia a la supuesta voluntad de la clase obrera encarnada en dicha organización otrora violenta (o en sus patotas para-estatales, como a veces aclara) como forma de dirigir la vida de cada obrero individual. Siendo que la violencia debe retornar a su higiénica labor socializante cada vez que este autoritarismo económico sea desobedecido -cosa que, insisto, Lenin aclara hasta lo vomitivo-, el Estado no habrá desaparecido. Y, en rigor, la violencia tampoco, sólo que, por una suerte de voluntarista utopismo del terror, se espera que todos se someterán sin ella, lo cual claramente puede significar que los trabajadores desobedientes (pocos, muchos, todos) simplemente obedecerán sin ya ofrecer resistencia quebrados totalmente por el miedo a esa violencia. 

Como se podrá notar, en Lenin la "dictadura del proletariado" sobre todos los proletarios se extiende a las tres fases, la de "transición" y las dos del "modo de producción comunista": es perenne, ya que vigilar la tentación de "traición" a la clase de querer hacer una contrarrevolución contra la revolución que les impone la dictadura, o bien de desobedecer a dicha dictadura revolucionaria (como vemos, "la revolución" como meta político-ideológica de un partido político impuesta sobre el Estado, se ha convertido en régimen económico y el criterio guía para la organización de su socialismo), es parte misma de su "dictadura del proletariado", que no es otra cosa que el partido comunista genérico encargado de representar al proletariado. Esto es así en tanto la Revolución, ya con mayúsculas, es a la vez su toma del poder como el ejercicio mismo de su poder: la violencia constante sobre el orden social para mantenerlo en su lugar. Es un régimen que no concreta un orden social mediante una revolución violenta, sino que depende de instituirlo revolucionariamente, o sea, violentamente, en forma permanente. Su orden social es un orden político: es edificación diaria mediante la violencia de un orden social. No es una mera represión para mantener dicho orden, sino una reconstrucción constante de un orden artificial que se desmorona como un castillo de naipes en ausencia del famoso Estado socialista (y esto no por una deriva hobbesiana, sino por ausencia del agente que mantiene una economía artificial, política, superestructural). De hecho, la amenaza contrarrevolucionaria es presentada como una curiosa fuerza conspirativa, que a pesar de representar la acción de un enemigo débil, es capaz de sabotearlo todo e infiltrarlo todo y, de tener éxito en su tarea horrenda, acabar con "la causa" de un plumazo. La "causa" de un supuestamente exitoso nuevo "modo de producción comunista" que ha derrocado a un decadente y supuestamente superado "modo de producción capitalista" y que, a la vez, no lo puede superar nunca por culpa de ese mismo sabotaje e infiltración. Para que se entienda, porque parece que no se puede ver lo que implica: todos sus ideólogos, sin excepción, reiteran la amenaza de que este "nuevo modo de producción", de triunfar la contrarrevolución, desaparecerá. Pues bien, de hecho así es: desaparecerá inmediatamente, y reaparecerá, debajo de éste, el orden capitalista que mantenía reprimido... como ha ocurrido en la URSS, en cada uno de los países satélites del Pacto de Varsovia, y más allá (incluso, como en China, con la aprobación del propio PCCh, lo cual no debería sorprender a nadie luego de la NEP ¿no?). Este mismo hecho, esta misma existencia idealizada de una Esparta revolucionaria constante, que los abanderados de Castro y Guevara todavía abrazan en América Latina como un símbolo de liberación, ya debería ser de por sí una excelente razón ¡en los propios términos leninistas! para militar contra la misma. Demuestra ser, sólo con su chekismo y su justificada paranoia, un pueril neo-jacobinismo devenido de estatista en colectivista. Un omnímodo poder político para sostener un sistema económico que, de hecho, no es simplemente frágil, sino que literalmente no existe en sí mismo; no existe como tal. Es per se indefendible esta extraña transición eterna, esta "dictadura del proletariado" que, a diferencia de la prometida por Marx, no termina jamás, que además ya no se extingue con el capitalismo, y que requiere en la definición leninista del Estado obrero, de una violencia sin límite legal alguno, cosa que, otra vez, se sabe dejar bien claro, sirve también para diferenciarlo del Estado burgués, como si fuera un mérito. Para más información al respecto de todas estas contradicciones deliberadas, recomiendo leer Teoría comunista del derecho y el Estado de Hans Kelsen. Ya habiendo contemplado bien claramente su naturaleza política totalitaria, salgamos del largo excurso que ha merecido y volvamos a la cuestión interna del socialismo de Estado bolchevique y leninista, esto es: respecto a sus implicaciones sociológicas y económicas.

Que exista un socialismo de Estado no es una dificultad ontológica (al menos si se entiende que se trata de la propiedad colectiva de la mera sociedad política), sino que dicho socialismo de Estado pueda estar en manos de trabajadores sin propiedad privada y sin independencia frente a una propiedad colectiva respecto a la cual un control democrático de toda la organización de la producción por entero (trabajadores incluidos), y por ende de la sociedad y sus individuos, es casi un imposible (el cuello de botella implícito es enorme) y esto ya se da incluso en una gran empresa. Por esto, el socialismo implica una coordinación ex-ante no sólo de las empresas sino de la vida económica-social en que dichas empresas se integran, cosa que no ocurre en el capitalismo que es un sistema ex-post y de coordinación espontánea, por lo cual en el socialismo, aun siendo obrero, los obreros estarían bajo un control colectivo de sus vidas personales en tanto productores (no se puede deslindar producción de consumo, y si se planea la producción también deberá planearse el consumo). En este sentido, el sometimiento a los mandatos de la colectividad por parte de cada obrero individual no mejora (incluso puede agravarse en su legitimación) si dicha colectividad se pretende "obrera" porque sea "democrática" (y viceversa). Lo mismo se aplica a las propiedades impersonales y colectivas: la participación democrática no representa las voces individuales que hacen posible la formación de opiniones colectivas, que en la sumatoria serán generalidades superficiales incapaces de mantener un control directo. Los problemas de la democracia directa a gran escala, se agravan cuando lo que debe ser controlado es la dirección ejecutiva constante de toda la economía, y por ende de la sociedad. Vale reconocer que Marx admite este problema y nunca propone un socialismo-comunismo político y democrático, lo cual sería llevar la aporía rousseauniana al extremo, sino por el contrario un modelo donde la planificación colectiva se ejerce sincrónicamente con la acción totalmente libre de los individuos asociados sin el sometimiento a ningún comando político autoritario, sea autocrático o "democrático". Este carácter apolítico y no democrático ni autocrático del futuro según Marx ya desde sus Manuscritos de economía y filosofía de 1844, es claramente explicado en el libro Postcapitalismo de Mason. En el texto de Marx titulado Sobre la cuestión judía, este problema de la incompatibilidad entre la ilusión democrática y la vida del individuo libre, aparece bien clarificado, por el cual los individuos deben volverse mercaderes atomizados y lo público se vuelve una abstracción política ajena encarnada en la ficción de la ciudadanía. Respecto a esta comprensión de la naturaleza individualmente libre de los agentes económicos dentro del capitalismo, aunque coaccionada por los efectos de estas mismas decisiones interdependientes, es desarrollada en los Grundrisse y preludia a la admiración hayekiana por el orden social mercantil, aunque obviamente con la intención de superarlo integrando sus capacidades en un plan superior. Estas observaciones de Marx hablan de una madura comprensión del autor sobre la necesidad de entender las leyes económicas de cada sistema económico y de los posibles futuros reemplazos del mismo, cosa que Kreimer parece entender como mera apologética pro-capitalista:

 

«Dado que la autonomización del mercado mundial, se acrecienta con el desarrollo de las relaciones monetarias y que, viceversa, la conexión y la dependencia de todos en la producción y en el consumo se desarrollan a la par de la independencia y la indiferencia recíproca de los consumidores y de los productores, dado que tal contradicción conduce a la crisis, etc., se intenta suprimir esta enajenación a medida que ella se desarrolla: de allí las listas de precios corrientes, los cursos cambiarios, la correspondencia comercial, telegráfica, etc., entre los comerciantes (naturalmente los medios de información se desarrollan paralelamente), a través de los cuales cada individuo obtiene informaciones sobre la actividad de todos los demás tratando de adecuar a ella la suya propia. Vale decir que, si bien la oferta y la demanda y de todos con respecto a todos, proceden de modo independiente, cada uno trata de informarse sobre el estado de la oferta y la demanda generales, y esta información influye a su vez prácticamente sobre ellas. Aunque sobre la base dada todos estos procedimientos no suprimen la ajenidad, dan lugar no obstante a relaciones y contactos que entrañan consigo la posibilidad de suprimir cada situación previa.

Se dijo y se puede volver a decir que la belleza y la grandeza de este sistema residen precisamente en este metabolismo material y espiritual, en esta conexión que se crea naturalmente, en forma independiente del saber y de la voluntad de los individuos, y que presupone precisamente su indiferencia y su independencia recíprocas. Y seguramente esta independencia personal es preferible a la ausencia de relaciones o a nexos locales basados en los vínculos naturales de consanguinidad, o en las relaciones de señorío y servidumbre. Es igualmente cierto que los individuos no pueden dominar sus propias relaciones sociales antes de haberlas creado.» (Karl Marx, Grundrisse, Siglo XXI, Madrid, 1971, pp. 89-90)

 

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Kreimer se saltea el modelo leninista y llega directamente a la NEP para luego referirse al sistema estatista de planes quinquenales y metas de producción en adelante. Para más información de las diferencias entre planificación (Lenin) y dirigismo (Stalin y regímenes burocráticos posteriores) dentro de estos socialismos de Estado, conviene leer Alienation and the Soviet Economy de Paul Craig Roberts, entre otros libros del mismo autor. Para entender el modelo propiamente dirigista de la URSS conviene leer a los autores que se han dedicado a estudiarlo y esbozar formas de comprenderlo: "economía de la escasez" a la manera de Kornai, una "economía del desequilibrio" a la manera de Portes, o bien una "economía de almacenamiento" a la manera de Oushakine. En el libro de Ellman aparecen descritas y compiladas varias de estas interpretaciones. El economista y marxista clásico Rolando Astarita ha analizado los problemas de este sistema en ensayos ("¿Qué fue la URSS?", partes 1 y 2) y conferencias (Videocharla en la Universidad Nacional de Quilmes sobre la URSS), que además no ha sido un éxito económico como la historia oficialista de la URSS ha pretendido. Ver, entre otros, el artículo de National Geographic: "El “milagro económico” de la industrialización estalinista", la historia económica y biografía política de Oleg V. Khlevniuk sobre Stalin; ver también el análisis de Escohotado al respecto en su libro Los enemigos del comercio.

Socialismo, además, no significa necesariamente propiedad de los trabajadores, sino de la sociedad y nada más. Que los trabajadores tengan propiedad sobre sus herramientas de producción no excluye que ésta pueda ser privada (si así fuera, casi se podría decir que la propiedad obrera está condenada a ser colectiva, privando de independencia y control personal a los mismos), sea en forma accionaria en grandes empresas o directamente en pequeñas empresas sin necesidad de auto-emplearse. Si todos los trabajadores dispusieran libremente de sus propias herramientas de producción (como solía suceder en las sociedades premodernas más allá de las exacciones impuestas por estamentos guerreros o políticos), entonces habría que hablar de que todas las sociedades precapitalistas fueron "socialistas". Pretender excluir la cuestión del colectivismo de la definición del socialismo es una vieja confusión conceptual, aprovechada para darle un barniz de superioridad frente al capitalismo, además de presumir una visión de izquierda de la sociedad como un orden de intereses de clase contrapuestos, y por ende la presunción no fundamentada de que la participación de los trabajadores en la producción es algo provechoso para éstos.

Comunismo, por otra parte, significa propiedad de la comunidad como un entero. Puede intercambiarse por socialismo si se reduce socialismo y comunismo a propiedad colectiva, pero en realidad "sociedad" (Gesellschaft) y "comunidad" (Gemeinschaft) significan dos formas muy distintas de organización social, ya que bienes societarios y bienes comunales operan casi en forma opuesta, y por ende socialismo y comunismo implican dos cosas totalmente distintas (ver la precisa descripción sociológica de Tönnies y Durkheim). Marx planteaba un sistema que era un poco de ambos, socialismo y comunismo (ver el paper de Paul S. Adler al respecto), y aunque la diferencia terminológica tenía que ver más con una cuestión coyuntural, hay una gran diferencia entre las posiciones socialistas de una suerte de capitalismo industrial planificado de Saint-Simon o las posiciones socialistas románticas de Fourier, respecto de las posiciones comunistas ("groseras" e "igualitaristas" según Marx) ultra-colectivistas y dirigistas de Babeuf, que alejaban a este último autor del comunismo real de, por ejemplo, un monasterio o un kibbutz, y lo acercaban más al comunismo planificado de una granja colectiva de la URSS.

 

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Otro problema que veo en la descripción de Kreimer es la idea de que las reformas dirigistas o redistributivas han tenido algo que ver con el miedo a "espontáneas" revoluciones obreras. Esta suerte de omnipotencia voluntarista de las clases dominantes de la sociedad capitalista, ha sido desmitificada incluso por sus motivaciones, por el sociólogo de izquierda Karl Polanyi en su libro La gran transformación (a pesar de algunos errores de interpretación pro-estatistas de este autor, que luego intentó solucionar, ya dentro del estatismo generalizado del "socialismo real", con fórmulas emulatorias del mercado para no caer en el totalitarismo; su mejor libro, aunque más abocado a la historia precapitalista de la humanidad, es El sustento del hombre, en especial con los prólogos de la edición de Mondadori).

Respecto a la teoría de la explotación marxista basada en la teoría del valor y el plusvalor, que Roxana Kreimer da por verdadera sin discusión y sin conocimientos del debate teórico que continúa hasta el día de hoy, creo que es mejor ir a las fuentes. En el debate de habla hispana, hoy hay dos autores importantes dedicados al tema: Rolando Astarita y Juan Ramón Rallo

Este último ha escrito recientemente un amplio libro al respecto que, aunque pueda señalársele algún que otro error, ha revelado huecos fundamentales en la argumentación marxiana contemporánea para entender la explotación, y también en la del propio Marx (así como incluso en su mala vulgarización, ya señalada por Popper como no propia de Marx, donde los capitalistas aparecen con el "poder" de determinar los salarios, como dice la Kreimer). El libro se llama Anti-Marx y es muy recomendable.